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TRIBUNA: FRANCESC DE CARRERAS
Equilibrios en un estrecho sendero
Francesc de Carreras es catedrático de Derecho Constitucional de la UAB.
EL PAÍS | Cataluña - 02-10-2003
Tras las últimas elecciones autonómicas se vaticinó que la estrechísima mayoría parlamentaria de CiU no le permitiría acabar la legislatura: aprisionada entre el PP y ERC, su margen de maniobra era, ciertamente, el mínimo imaginable.
Sin embargo, ahí está: ante previsibles dificultades parlamentarias siempre ha encontrado, de forma alternativa, el apoyo amigable del PP o de ERC. Ante la opinión pública, ante sus votantes e incluso ante muchos de sus militantes, su posición no ha sido cómoda ni brillante; parlamentariamente, en cambio, gracias a su habilidad y a la ineficacia de la oposición, ha disfrutado de una situación confortable. A pocas semanas de las próximas elecciones, nadie descarta que siga dirigiendo la Generalitat. Por el momento, todo un éxito.
Ahora bien, desde hace bastantes años, CiU está obligada a hacer difíciles equilibrios en un espacio muy reducido, su actividad discurre por un sendero cada vez más estrecho. Cualquier movimiento hacia un lado debe compensarse con otro en sentido contrario, todo gesto de amistad hacia el PP o hacia ERC debe equilibrarse con otro de enemistad. Y tanto en un caso como en otro, siempre demuestra su gran debilidad estructural: la contradictoria composición de su electorado.
Todo empezó en las primeras elecciones autonómicas, las de 1980. En las tres elecciones anteriores (las generales de 1977 y 1979, y las municipales de 1979), la izquierda (el PSC y el PSUC) había triunfado ampliamente en Cataluña ante un centro y una derecha divididas y sin credibilidad. Los poderes económicos catalanes se asustaron y emprendieron una feroz batalla para controlar, al menos, la Generalitat. El inquietante fantasma de una Cataluña roja comenzaba a alarmarles.
La campaña "antimarxista" de Fomento del Trabajo fue decisiva para contener la ola izquierdista. Su estrategia fue muy simple: dividir a la izquierda (el PSC era aceptado sólo en la medida en que descartara una alianza con el PSUC) y unificar a la derecha. Para esto último sólo tenían un instrumento que no acababa de gustarles, pero que aceptaron como mal menor: el partido, entonces relativamente pequeño, que lideraba Jordi Pujol. Sólo el populismo catalanista podía frenar lo que en el imaginario franquista era una amenazante marea roja. Aceptarían el nacionalismo a cambio de una política económica y social conservadora. Pujol, que entonces predicaba de forma oportunista un vago socialismo a la sueca, aceptó implícitamente el trato. Muchos electores nada catalanistas pero de derechas votaron, con la nariz tapada, al nacionalista y antifranquista Pujol. La poca visión estratégica de los socialistas permitió que se le entregara todo el poder. Y en la siguiente elección, en el año 1984, tras la disolución de UCD, Pujol alcanzó la mayoría absoluta al recibir el voto que antes había ido a parar al partido de Suárez. El electorado de CiU tenía dos componentes básicos: el nacionalista y el conservador.
El reinado absoluto de Pujol duró tres legislaturas consecutivas. A partir de 1993 dio apoyo parlamentario en Madrid a los socialistas. Lo pagó caro en las elecciones autonómicas siguientes, las de 1995: una parte de su voto conservador fue a parar al PP, que dobló el número de sus diputados. Para no seguir perdiendo voto por la derecha, Pujol se vio obligado a pactar con Aznar en 1996, cuando éste ocupó la presidencia del Gobierno. Entonces CiU empezó a sangrar por el otro costado, por el sector nacionalista, cuyo voto hasta entonces le había sido fiel: ERC, el PSC de Maragall en menor medida y, sobre todo, la abstención fueron sus claros beneficiarios. Estamos ya en 1999, al comienzo de la actual legislatura.
CiU se dio cuenta entonces de que debía intentar recomponer su electorado primigenio, el de su gran época de mayorías absolutas,