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Me voy a Lisboa

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Me voy a Lisboa

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#67601

Re: Datos, datos, data

¡¡Riau!! ;.)

La cultura es la llave de la vida.

#67602

Re: El cuadro de la Pantera Rosa

¡Me lo imaginaba y todo! ;.)

Un abrazo

La cultura es la llave de la vida.

#67603

Re: Aus!!

¿Ese vestido es de chocolate? ¿En serio? Cuando la modelo está posando al sol, como se puede apreciar en la fotografía, ¿qué le ocurre al vestido? ¡Se está comiendo el sombrero!

Un abrazo

La cultura es la llave de la vida

#67604

Un sencillo homenaje a una pequeña gran mujer

Gloria Fuertes fue una escritora española, nacida en Madrid el 28 de julio de 1917 y fallecida en la misma ciudad el 27 de noviembre de 1998. Provenía de una familia muy humilde y, dado que su padre trabajaba como portero, debieron mudarse en varias ocasiones, lo cual repercutía en la estabilidad escolar de Gloria. Cuando tenía diecisiete años, el fallecimiento de su madre la obligó a trabajar; contaba con una amplia preparación académica, lo cual le permitió obtener un puesto en el departamento de contabilidad de una fábrica metalúrgica. Esto no la alejó de las letras, ya que aprovechó cada rato libre para escribir poesía. Al año siguiente, pudo publicar sus primeras obras y también comenzó a dar recitales en Radio Madrid. A partir de ese momento, colaboró con diversas revistas, como ser la infantil Maravillas (ofreciendo historietas, cuentos y poemas), Chicas, Postismo y Cerbatana.
Entre los libros de su autoría encontramos los poemarios "Isla Ignorada", "Antología Poética", "Aconsejo beber hilo" y "Poemas del suburbio", así como la obra de teatro en verso titulada "Prometeo". Gloria recibió el Premio Guipúzcoa de poesía, el "Lazarillo", la Beca March para Literatura Infantil y fue diplomada honorífica del Premio Internacional Andersen, también por obras para niños.

Lee todo en: Gloria Fuertes - Poemas de Gloria Fuertes http://www.poemas-del-alma.com/gloria-fuertes.htm#ixzz2xcpGzKC5

ISLA IGNORADA

Soy como esa isla que ignorada,
late acunada por árboles jugosos,
en el centro de un mar
que no me entiende,
rodeada de nada,
—sola sólo—.

Hay aves en mi isla relucientes,
y pintadas por ángeles pintores,
hay fieras que me miran dulcemente,
y venenosas flores.

Hay arroyos poetas
y voces interiores
de volcanes dormidos.

Quizá haya algún tesoro
muy dentro de mi entraña.

¡Quién sabe si yo tengo
diamante en mi montaña,
o tan sólo un pequeño
pedazo de carbón!

Los árboles del bosque de mi isla,
sois vosotros mis versos.

¡Qué bien sonáis a veces
si el gran músico viento
os toca cuando viene el mar que me rodea!
A esta isla que soy, si alguien llega,
que se encuentre con algo es mi deseo;
—manantiales de versos encendidos
y cascadas de paz es lo que tengo—.

Un nombre que me sube por el alma
y no quiere que llore mis secretos;
y soy tierra feliz —que tengo el arte
de ser dichosa y pobre al mismo tiempo—.

Para mí es un placer ser ignorada,
isla ignorada del océano eterno.

En el centro del mundo sin un libro
sé todo, porque vino un mensajero
y me dejó una cruz para la vida
—para la muerte me dejó un misterio.

Una obra de arte. ¡Precioso!

Allá estás. Te encuentras con todos. Recibe este abrazo desde el corazón, amiga del alma.

Un abrazo

La cultura es la llave de la vida.

#67605

Re: Un sencillo homenaje a una pequeña gran mujer

Lírica trovadoresca
Ah, dona pros, de valor coronada,
que us faytz pel món a totes gens lausar!:
e per qué us play malvolença mostrar
var mé, qui suy de la vostra mainada?
Desesperatz en la vostra sperança,
de gran tristor faytz ma vida finir.
Vós e desir
me strenyetz: l'u-m combat, l'altre-m lia,
Ah, com val pauch de mercé requerir
lo cor altiu quant d'amor se desvia!

Esta "trova" sé que va a gustar a alguien y no miro a nadie. ;.)

¡Va por ella!

Un abrazo

La cultura es la llave de la vida

#67606

Re: Un sencillo homenaje a un grandote

LEYENDAS Y EPOPEYAS DE LOS GERMANOS

Cuando los pueblos bárbaros del norte de Europa aprendieron de los depositarios de la cultura latina el arte de escribir pudieron aplicarse a la tarea de dejar constancia duradera de su rico y variado pasado literario, constituido por una serie de temas mitológicos antropomórficos y por leyendas embellecedoras de hazañas históricas. Gran parte de esta tradición hasta entonces oral adquirió fisonomía literaria en una época en que aquellos pueblos bárbaros ya se habían cristianizado y habían establecido contacto con la civilización nacida en el Mediterráneo, debido a lo cual no es raro que parte de la materia legendaria se haya transmitido en trance de evolución en cuanto a su fondo mitológico y religioso.

Los pueblos germánicos, extendidos por Islandia, Escandinavia, Inglaterra, el centro de Europa y las penínsulas itálica e Ibérica en épocas no siempre contemporáneas, y al propio tiempo incomunicados entre sí los situados en lugares extremos, es posible que mantuvieran el recuerdo de temas legendarios formados en los lejanos tiempos en que vivieron en común.

Nos hallamos, pues, frente a un tipo de poesía heroica que se ha originado independientemente de la epopeya clásica y cuyo nacimiento y características primitivas son un enigma que con frecuencia se ha querido aclarar remontándose a los prehistóricos tiempos en que los pueblos europeos podían forjar una sola comunidad, peligroso campo de conjeturas y fantasías.

Lo cierto es que hasta el siglo VIII no encontramos las primeras muestras de épica germánica, que ésta se nos presenta en obras literarias escritas en Islandia y la península escandinava por un lado y en el centro de Europa por el otro (además de las muestras anglosajonas), y que sus más características producciones, las más bellas y de mayor sentido épico, no son anteriores al año 1200, aunque sus núcleos legendarios sean más antiguos. Durante el siglo XIII se manifiesta el influjo románico, principalmente francés, en la literatura narrativa escandinava, inglesa y alemana, tanto en lo que afecta a la epopeya como a la novela cortesana.

El «Cantar de Hildebrando».

Teodorico el Grande (muerto en 526), rey de los ostrogodos y conquistador de Italia, la presa más codiciada por los pueblos del norte, se convirtió entre los germanos en una figura gloriosa, representativa de la fuerza y la esencia de su raza, que llegó a transformarse en un personaje fabuloso, llamado Teodorico de Bern (o sea Verona), que aparece celebrado en cantos consagrados a su propia leyenda y que interviene en otros ciclos heroicos.

Inserto en la leyenda de Teodorico se encuentra el más antiguo monumento conservado de la epopeya germánica, el Cantar de Hildebrando (Hildebrandlied), escrito en alto alemán a mediados del siglo VIII copiado en un precioso manuscrito del siguiente, que fue destruido en 1946. Se trata de un breve poema en el que la parte dialogada tiene tanta importancia como la narrativa, y que presenta un episodio sencillo, pero lleno de dramatismo y de elevación heroica, reducido al encuentro entre el viejo Hildebrando, que milita en el ejército de Teodorico, y su hijo Hudebrando, que forma entre las fuerzas de Odoacro. Se desafían los dos guerreros, y Hudebrando se niega a admitir que el adversario que tiene enfrente es su padre, al cual la fe jurada y el honor de guerrero le obligan a matar al que sabe que es su hijo. El motivo de la lucha entre padre e hijo, a veces sin que ninguno de ellos sepa quién es su antagonista, es muy frecuente en el folklore, e incluso se ha supuesto que el viejo poema alemán recoge una leyenda persa transmitida por medio de traducciones bizantinas. La situación se presta a la emoción y al dramatismo y se repetirá muchas veces (Amadís y Esplandián), y con frecuencia se trasladará a dos caballeros amigos que pelean sin reconocerse, sobre todo desde el siglo XIII, cuando el yelmo cubría totalmente el rostro del guerrero.

Poemas de tema religioso.

Del siglo IX se conservan algunas muestras de poesía narrativa que revelan un curioso cruce entre los temas cristianos y la tradición épica germánica, como ocurre en el extenso poema El Salvador (Heliand), escrito en antiguo sajón por un monje de Fulda entre los años 822 y 840, poetización popular de partes del Evangelio, a veces con dilatadas amplificaciones y con cierta adaptación a la mentalidad de un público acostumbrado a oír relatos heroicos; y en el breve Muspilli (palabra enigmática, que tal vez significa «el fin del mundo»), escrito en alto alemán hacia el año 825, que trata del día del Juicio inspirándose en el Apocalipsis y mezclando elementos paganos y germánicos con los cristianos.

El «Cantar de Ludovico».

El Cantar de Ludovico (Ludwigslied), en dialecto francorrenano, es el primer poema histórico de lengua alemana y celebra la victoria que el 3 de agosto de 881 obtuvo el rey franco Luis III contra los invasores normandos en la batalla de Saucourt. El poema, que revela conocer la épica culta en latín de los carolingios, constituye una glorificación del rey y una acción de gracias a Dios por la victoria, y fue escrito a raíz de la batalla. Es de notar que esta victoria de Luis III sobre los normandos se cargó de elementos legendarios que aparecen en el cantar de gesta francés llamado Gormont e lsembart, que más adelante será mencionado.

El «Beowulf».

Las leyendas germánicas se manifestaron también en la Inglaterra anglosajona. Un rey histórico de los godos, Beovulfo, que luchó en el siglo VI contra los francos, fue convertido en personaje legendario, al que se atribuyeron singulares proezas que se situaban entre los daneses de la Suecia meridional. La leyenda de este rey llegó a Inglaterra, donde se escribió, hacia el año 800, el poema Beowulf, en cuatro mil versos. Beovulfo, guerrero godo, vence a Grendel, hombre monstruo que raptaba y devoraba a los guerreros daneses; luego, coronado rey, muere heroicamente tras luchar con un dragón que infestaba el país y matarlo, sacrificándose por sus vasallos. Beowulf es una especie de versión erudita de leyendas tradicionales con inclusión de elementos moralizadores y cristianos. La poesía narrativa anglosajona tiene un buen cultivador en Cynewulf que trata temas cristianos.

Los «Edda».

Las leyendas germánicas ofrecen una notable riqueza y gran variedad en tierras de Islandia y en la península escandinava, donde hallamos versiones primitivas de temas desarrollados luego en alemán y una larga serie de narraciones de carácter heroico y fantástico. A principios del siglo XIII el escritor islandés Snorrí Sturluson compuso un extenso tratado didáctico y mitológico llamado Edda, de interés excepcional para el conocimiento de la primitiva poesía nórdica, ya que en la primera parte expone a base de leyendas la creación del mundo, en la segunda explica las metáforas poéticas usadas por los escaldas y en la tercera escribe un panegírico del rey Hakon de Noruega en diversos metros, cuya versificación va comentando. Es, pues, un documento de valor considerable, todo él lleno de narraciones legendarias y de datos sobre mitología nórdica, redactado, según confesión del autor, para que los jóvenes poetas mantengan la antigua tradición literaria.

El nombre de Edda, que en rigor sólo correspondía al libro de Snorri, se da también a un conjunto de composiciones nórdicas breves y de carácter narrativo y didáctico aparecidas en Noruega, en Groenlandia y, en mayor proporción, en Islandia, y cuya producción tiene lugar entre los siglos IX y XIII, Los temas de estos edda son muy diversos: los hay sobre leyendas típicamente mitológicas, sobre héroes aislados y sobre los que integran los grandes ciclos heroicos, como el de los Nibelungos (con el héroe Sigurdh, o sea Sigfrido), el de Teodorico y Hermanarico (á veces fundidos con el anterior), el de Gudrún, etc. Son notables los edda denominados Cantar de Thrym (Thrymskvidha), en que el héroe lucha con un gigante, relato expuesto con cierta ironía,.y el Cantar de Vólundr (Volundarkvidha), que contiene horribles atrocidades y el tema del hombre que se fabrica unas alas para volar, similar al griego de Ícaro y Dédalo; los dos cantares sobre Helgi, heroicos y melancólicamente sentimentales, etc. En los cantares de los edda, que suelen ser breves (de un centenar de versos a lo sumo) y tener un carácter episódico, parece que es donde se mantiene más puro y más exento de notas cristianas el primitivo fondo legendario de los germanos.

Los escaldas.

Más reciente es la actividad de los escaldas (o sea «poetas»), escritores que vivían en las cortes noruegas, que seguían a los reyes, y cuya producción se caracteriza por un rebuscado y artificioso refinamiento, propio para complacer aun público minoritario, y por cierto influjo de la literatura céltica. Sus poemas tienen, por lo general, una intención encomiástica, pues se conciben como elogios de príncipes a los que se involucra la materia narrativa. En los siglos IX y x aparecen dos de los más antiguos y más bellos de los poemas de los escaldas: el Carntar del cuervo (Hrafnsrnál), escrito por Thirbjom Homklofi en honor de Haroldo l. y. el Carnar de Hakon (Hákonarmál) de Eyvind Skaldaspillir, elegías sobre la heroica muerte del soberano. En ambos aparecen elementos mitológicos, como Odin y las valquirias.

Las sagas.

Simultáneamente a la producción de los edda y de los escaldas, en Islandia y en Noruega ciertos narradores profesionales, llamados sagnamenn, conservaban oralmente una serie de relatos tradicionales, denominados sagas, que a partir del siglo XIII fueron confiados a la escritura. La saga es una narración en prosa de extensión varia, en la que son relatados los hechos legendarios como si fueran historia real y generalmente con pretensión literaria. Sus temas son muy diversos: la saga de Eirik narra los viajes de este gran navegante que arribó a Groenlandia y cuyo hijo Leif llegó hasta una tierra que denominó Vindland, en el continente americano; la de Egill cuenta las aventuras de este poeta, pirata y guerrero, con notables peripecias y elementos maravillosos (hombres que se convierten en lobos, mujeres transformadas en pájaros, etc.); la de los Volsungos tiene por fuentes cantos del edda y trata de Sigurdh; la de Fridhthjóf, de amores y aventuras, etc.

La «Saga de Teodorico».

Mención especial merece la Saga de Teodorico (Thidhreks saga), escrita a mediados del siglo XIII. Se basa en leyendas alemanas, cuyo núcleo ya parece formado en el siglo VIII, como demuestra el Cantar de Hildebrando, antes citado, y tiene por teatro tierras de Italia, Hungría y Rusia. Ermenerico, rey del sur de Italia, siguiendo los consejos del vil ministro Sifka, decide invadir el reino de su sobrino Teodorico de Bem, el cual, joven y con escaso ejército, no se atreve a hacerle frente y huye de sus tierras y se refugia en la corte de Atila, rey de los hunos. Años después Teodorico, con un ejército de hunos que le cede Átila y que acaudillan dos hijos de éste, emprende una campaña contra Ermenerico. Se da una ruda batalla, en cierto modo favorable a Teodorico, pero en ella caen muertos los dos hijos de Átila, y el héroe regresó dolido a la corte del rey huno, sin intentar recuperar su reino. Al cabo de varios años Atila cede a Teodorico otro ejército, con el cual libra una batalla con su tío en Ravena, y, tras derrotarlo y hacerlo huir, entra en posesión de sus tierras. Con esta trama general se enlazan episodios de otras leyendas, como la de Sigurdh, y elementos maravillosos, sin que falten notas caballerescas y corteses. De las varias versiones germánicas de la leyenda de Teodorico citemos el poema alemán de Heinrich der Vogler La fuga de Teodorico

(Dietrichs Flucht), escrito hacia 1280, y que narra los mismos sucesos que la saga.

Traducciones de obras francesas.

Durante el siglo XIII aparecen vatios relatos románicos, principalmente franceses, traducidos en forma de saga. Entre ellos hay que notar varias novelas de Chrétien de Troyes, el Tristán y la gran compilación denominada Karlamagnús saga, redactada entre 1230 y 1250 por orden de Hakon V, que reúne traducciones de una serie de cantares de gesta franceses sobre Carlomagno, formando una especie de historia legendaria del emperador y que incluye una muy interesante versión del Cantar de Roldán y traducciones y resúmenes de otras gestas francesas que no nos es dado conocer directamente.

Los «Nibelungos».

La leyenda de los Nibelungos y de Sigfrido constituye la creación más considerable de la epopeya germánica, y, gracias a la ópera de Wagner, es hoy día

universalmente conocida. Los núcleos originarios de esta leyenda parecen derivar de tradiciones antiquísimas de tipo mitológico, que adquirieron la primera forma literaria a que podemos remontamos en cantos del edda posiblemente creados en los siglos VIII a XI, transmitidos oralmente y luego confiados a la escritura en el XII. o el XIII. Esta labor, realizada en Islandia, Groenlandia y Noruega, parece basarse en temas legendarios sobre Sigfrido (Sigurdh en los textos nórdicos), nacidos entre los francos del bajo Rin, y en leyendas burgundias del alto Rin sobre la figura de Gunter, trasunto del histórico Gundakar, rey burgundio que en el año 437 fue vencido por los hunos. Al parecer, los textos éddicos reflejan con cierta fidelidad la trama y el espíritu de las primitivas leyendas renanas. Por otra parte, el tema legendario de Sigfrido es independiente en estas primitivas versiones del tema de los Nibelungos, y ambos se unirán luego por tener personajes y escenarios comunes.

Entre 1160 y 1170 esta leyenda es narrada en verso alemán por un poeta austríaco que titula su poema La ruina de los Nibelungos (Dar Nibelunge Not), fase literaria intermedia entre los cantares de los edda y el Cantar de los Nibelungos (Nibelungenlied). Este gran poema fue escrito por un caballero austríaco entre los años 1200 y 1205, y es la reelaboración de la anterior materia legendaria en obra de grandes alientos (unos nueve mil quinientos versos distribuidos en treinta y nueve cantos), estructurada con la finalidad de dotarla de unidad y homogeneidad y amoldada a los gustos refinados de las cortes, en la que, ya se introducía la moda de los cantares de gesta, de las novelas y de la lírica de importación románica.

En relación con las versiones de tradiciones primitivas germánicas y de los cantares éddicos, el de los Nibelungos[1] desarrolla la trama con curiosas innovaciones, a veces recogidas en otros núcleos legendarios. La más importante, y característica también de la leyenda de Teodorico, es la interpretación favorable de Atila y de los hunos, que son presentados con simpatía como pacíficos y justos, siendo así que el personaje de Krimilda corresponde, según una antiquísima tradición, a la histórica princesa Hildiko, la cual, para vengar a los germanos, se habría casado con Átila y lo habría asesinado en la noche de bodas. Por otro lado, en la antigua versión nórdica Sigfrido, antes de conocer a Gunter, había realizado ya un viaje a Islandia y había salido victorioso de las pruebas impuestas por Brunilda, lo que da más intensidad al posterior odio de ésta.

El autor del Cantar de los Nibelungos combinó varias tradiciones, que fue amoldando a la estructura y ordenación general del poema, donde el concepto de la venganza, personificado en la magistral figura de Krimilda, adquiere un patetismo heroico y una implacabilidad obsesionante. Krimilda es, de hecho, la figura central del poema: delicada, tierna e ingenua en su juventud, mientras vive Sigfrido; brutal y sanguinaria en su madurez y empeñada en el terrible duelo con Hagen, que no cesará hasta que ella colme sus deseos de venganza. Quien leyera escenas aisladas del principio y del final de los Nibelungos creería que se trata de dos figuras femeninas distintas; pero cuando se sigue el poema paso a paso se advierte que el autor, verdadero artista y penetrante psicólogo, ha hecho que tal transformación sea perfectamente natural, matizada con rasgos significativos que justifican plenamente la evolución del carácter. La escena de la discusión entre Krimilda y Brunilda es un constante acierto en la captación de la psicología femenina y revela maduras dotes de observación.

El anónimo poeta manifiesta a cada paso su espíritu cortesano, y, a pesar de la sencillez de su estilo, su arte es refinado y culto, como indica el hecho de haber adoptado para la versificación de la obra la estrofa de cuatro versos largos con dos rimas que unos treinta años antes había inventado un Minnesánger, el señor de Kürenberg, lo que da al poema germánico una perfección y una regularidad formales que en vano buscaríamos en los cantares de gesta románicos contemporáneos.

El gran poema alemán fue objeto de nuevas adaptaciones en la Edad Media y en el

Renacimiento, y su influjo se deja notaren algunos cantares de gesta franceses tardíos y tal vez en la leyenda castellana del cerco de Zamora, donde la muerte del rey don Sancho a manos de Bellido Dolfos parece inspirada en la de Sigfrido por Hagen, realísticamente transfigurada con el tan sabido detalle fisiológico.

El «Cantar de Gudrún».

A los Nibelungos sigue en importancia el Cantar de Gudrún (Kudrun), cuya redacción orgánica se debe a un poeta austríaco que lo compuso entre 1230 y 1240, inspirándose en la técnica narrativa y en la versificación de aquél. El Cantar de Gudrún recoge elementos tradicionales primitivos, que conocemos por versiones populares de cantos tradicionales, y divide la materia en tres partes, en cada una de las cuales se relatan asuntos distintos sólo enlazados por el parentesco existente entre los héroes, el rey Hagen y la princesa Hilde, abuelo y madre de la hermosa Gudrún y del joven Ortwin. Gudrún es hecha prisionera por el príncipe Hartmut de Normandía, al que antes la doncella había rehusado como esposo porque estaba enamorada de Herwig de Zelandia. Gudrún permanece trece años prisionera en la corte de Normandía, donde, por negarse a casarse con Hartmut, la madre de éste, Gerlind, la obliga a realizar bajos menesteres, entre ellos lavar ropa en la playa. Herwig y Ortwin, prometido y hermano de la cautiva, organizan una expedición armada para liberarla y llegan a las costas de Normandía, donde la encuentran lavando; se reconocen, y Gudrún regresa al castillo de Gerlind, donde finge acceder a casarse con Hartmut; y al día siguiente las fuerzas de Ortwin entran en el palacio y liberan a la doncella, que, una vez en su tierra, se casa con Herwig.

Esta leyenda, que tiene momentos de gran delicadeza y de suave ternura, refleja el

momento histórico de las navegaciones de los vikingos. El tema fue conocido en España, como revela el romance castellano de don Bueso.

Otros poemas germánicos.

Los temas tradicionales germánicos perduran en algunos poemas alemanes posteriores, como en las diversas redacciones del Woljdietrich, tal vez de origen merovingio. Otros poemas versan sobre acontecimientos o personajes posteriores, como el de Otón el barbudo (Otte mil den Barte), escrito hacia 1260 por Konrad von Würtzburg, y el del Rey Osvaldo (Kónig Oswald), conservado en una tardía redacción del siglo XV. En otros es evidente la influencia francesa, como acaece en Guillermo de Orleans (Wilhem van Orlenz) del poeta Rudolf von Ems (1220-1254).
LOS CANTARES DE GESTA

La epopeya románica

Las epopeyas románicas se denominan cantares de gesta (en francés chansons de geste), del latín gesta, «hechos, hazañas», pero que adquirió el sentido de «linaje» con referencia a las pretéritas acciones gloriosas de que se podía envanecer una familia. Los cantares de gesta románicos conservados llegan al centenar, una gran mayoría en lengua francesa, con diversas peculiaridades (francés de la isla de Francia, picardo, anglonormando, francoitaliano, etc.), y otros, en ínfima proporción en provenzal y en castellano. La extensión de estos cantares es muy irregular: oscila entre los ochocientos y los veinte mil versos, si bien los de mayor longitud suelen ser tardíos y presentar contaminaciones con la novela.

Al igual que lo que hemos indicado al tratar de la epopeya homérica, los cantares de gesta no se componían para ser leídos, sino para ser escuchados. De divulgarlos se encargaban unos recitantes llamados juglares, que se solían acompañar de instrumentos de cuerda y que ejercitaban su misión frente a toda suerte de público, tanto el aristocrático de los castillos como el popular de las plazas, de las ferias o de las romerías. Consta, como más adelante tendremos ocasión de considerar, que antes de trabarse batallas los juglares entonaban versos de gestas a fin de enardecer a los combatientes.

Historia poética

El cantar de gesta genuino tiene un fondo histórico cierto, al que es más o menos fiel. Esta fidelidad a la exactitud histórica de lo narrado reviste una serie de matices, que van desde aquellos cantares que casi son una crónica rimada hasta aquellos otros cuya historicidad queda tan reducida que casi parecen una obra de pura imaginación. Por lo general, cuanto más remoto es el asunto de una gesta, más pesan en ella las versiones tradicionales y legendarias de los hechos y más se aparta de la realidad histórica, al paso que, cuando relata hechos sucedidos en un pasado próximo, la fidelidad a lo que realmente acaeció es mayor, entre otras razones porque el público que ha de escuchar los versos conoce con más precisión el asunto y sus personajes. Por otra parte, cuando la gesta tiene por escenario las mismas tierras en que se desarrollaron los acontecimientos que poetiza, suele mantener unos datos geográficos, ambientales y sociales mucho más fieles a la realidad que aquellas gestas que transcurren en países lejanos y exóticos. Ya veremos con detalle que estas dos modalidades de cantares de gesta se pueden cifrar en el Cantar de Roldán francés, alejado en el tiempo y en el espacio de la batalla de Roncesvalles, y el Cantar del Cid castellano, tan próximo al tiempo y al lugar en que obró y vivió Rodrigo Díaz de Vivar.

Los cantares de gesta son algo así como la historia al alcance y al gusto del pueblo. El hombre docto se enteraba de los hechos del pasado leyendo crónicas y anales en latín, y quedaba su curiosidad satisfecha con el dato frío y escueto. El hombre iletrado precisaba de alguien que le expusiera de viva voz la historia, de la cual lo que le interesaba era lo emotivo, sorprendente y maravilloso y la idealización de héroes y guerreros a los que se sentía vinculado por lazos nacionales, feudales o religiosos.

Cantos noticieros y juglares.

La crítica debate desde hace siglo y medio cómo se generaron estos relatos más o menos históricos que son los cantares de gesta, y hay quien sostiene, con argumentos muy dignos de consideración, que determinados acontecimientos, sobre todo grandes campañas militares o significativas acciones de guerra, suscitaron inmediatamente cantos que narraban sus trances más salientes o las hazañas de los guerreros más famosos, con la finalidad de informar de ello a una colectividad vivamente interesada: breves composiciones en verso que podríamos comparar, en cuanto a su finalidad informativa, a los modernos reportajes periodísticos, y no en vano relatos de este tipo eran denominados en Castilla «cantos noticieros». Muchos de estos presuntos relatos versificados debieron de conservarse en la memoria popular y en la tradición juglaresca hasta convertirse en cantares de gesta.

Lo importante es la actitud literaria del juglar de gestas. Frente a los datos que le ofrecen la historia y la tradición, se adjudica una libertad creadora que le permite construir un relato versificado, con su planteamiento, nudo y desenlace, y entretenerse en la caracterización de los personajes, en las descripciones y en el diálogo. Tiene que hacer concesiones a los gustos del público -que también son los suyos-, dejando paso libre al elemento maravilloso y a la pormenorizada descripción de batallas, de combates singulares y del atuendo guerrero. Este último aspecto se hace fatigoso al lector actual, que a veces no acierta a comprender la razón de tan prolijas descripciones bélicas; pero no debe olvidarse que el público medieval advertía matices y detalles importantes en lo que hoy puede parecernos uniforme y repetido, y la descripción minuciosa de determinado golpe de espada o del procedimiento de desarzonar al adversario con la lanza les interesaba tanto como puede apasionar a nuestros contemporáneos un lance especial de una corrida de toros o una jugada notable en una competición deportiva.

Arte oral.

Parece evidente que en una época remota las gestas fueron creaciones orales sin forzosa transcripción a la escritura, y ello lo corrobora la existencia en tantos países del mundo de canciones populares, incluso narrativas, como gran parte del romancero castellano, que se han conservado oralmente y sin necesidad del apoyo de un texto escrito. Pero si hoy conocemos cantares de gesta, lo debemos exclusivamente a que hubo amanuenses que los copiaron en manuscritos, y entre estos manuscritos hoy conservados hay un pequeño número que se denominan juglarescos porque constituían el memorándum o libreto del juglar, con los cuales éste refrescaba la memoria antes del recitado o aprendía cantares que hasta entonces le eran desconocidos. Los preciosos manuscritos del Cantar de Roldán (de Oxford) y del Cantar del Cid (de Madrid) son de pequeño formato, escritos sobre un pergamino aprovechado y con la finalidad de ser útiles a un juglar, y en modo alguno constituyen un libro de lectura.

El recitado juglaresco.

El recitado juglaresco era extraordinariamente libre y amoldable. El juglar no estaba obligado a someterse aun texto determinado y fijo, sino que, según los gustos del público ante el que actuaba o según sus personales predilecciones, alargaba o acopaba la narración, inmiscuía escenas o versos, recargaba el dramatismo de ciertos pasajes o interrumpía el relato para pasar el platillo, anunciando al auditorio que no narraría el final de una aventura si no se mostraba generoso con él, o bien, al ser la hora avanzada, convocaba a los que le escuchaban para el día siguiente, en el que pensaba dar término al recitado del cantar iniciado.

El juglar recitaba de memoria, pero cuando ésta le fallaba era capaz de improvisar en verso y seguir así el relato del cantar, pues disponía de una serie de recursos y de fórmulas que le permitían versificar oralmente. Todo ello supuso una variada movilidad del texto de las gestas, nunca fijo y definitivo como puede ser el de una obra de creación culta (la Eneida o La Araucana, por ejemplo), similar, sin duda, a las manifestaciones tradicionales de las epopeyas griegas y germánicas primitivas.

No obstante todo ello, parece evidente que en el momento en que una tradición épica se ha estructurado en forma poemática exclusivamente juglaresca puede aparecer un autor, poeta consciente, literariamente responsable y por lo general culto, que refunde y organiza la materia tradicional, fenómeno en ciertos aspectos comparable al que revela la poesía homérica tal como se ha transmitido hasta nosotros desde la Antigüedad clásica. Lo cierto es que a partir del siglo XIII nace en Francia la costumbre de copiar viejos textos juglarescos en ricos y elegantes manuscritos, gracias a lo cual se han conservado la mayoría de los cantares de gesta franceses. Esta evolución del manuscrito de juglar, que se convierte en manuscrito de biblioteca, de gran formato, con bella calígrafa y miniaturas y adornos artísticos, no se verificó en Castilla, y a ello se debe, sin duda alguna, que haya perecido la mayor parte de la épica castellana medieval en sus formas versificadas genuinas.

Los lujosos manuscritos franceses de biblioteca denotan, al mismo tiempo, una desfiguración del género, pues suponen la existencia de lectores frente a gestas escritas, cuando lo que pide la epopeya son auditores frente a recitadores. Hoy cuesta esfuerzo imaginar un tipo de literatura como ésta, para la cual el libro es un elemento adicional y perfectamente prescindible, pero no olvidemos que este fenómeno se da hoy todavía en el teatro, que nos llega como espectadores de la acción oral de unos representantes, y a cuya lectura sólo recurrimos cuando no nos es dado recibirlo desde un escenario, escuchándolo y viéndolo.

El juglar de gestas rodea el tema escogido de elementos que le dan interés y emoción, y lo relata con determinados adornos retóricos: imágenes, comparaciones, paralelismos, aliteraciones, amplificaciones y el tan característico recurso de las llamadas series gemelas, o sea la repetición a veces obsesionante de un pasaje, mudando la rima pero cambiando levemente la literalidad de la narración, a fin de dar más interés y emoción al momento, de detener la atención en los pasajes cumbre y, sin duda, también para que en el amplio corro de público que escucha nadie quede sin oír perfectamente aquel capitalisimo trance.

La biografía fabulosa del héroe.

Las figuras centrales de los cantares de gesta son héroes históricos cuya empresa y cuyas hazañas suscitaron la admiración y el orgullo nacional, como lo son Carlomagno para Francia y el Cid Campeador para Castilla. La epopeya divulga en primer lugar y ante todo los hechos del protagonista en una etapa cumbre y decisiva de su vida: el Carlomagno de Roncesvalles y el Cid del destierro. Pero con esto no queda satisfecha la curiosidad del público, que quiere conocer lo que sucedió antes y después, los orígenes y las consecuencias de lo más sabido, y los juglares han de responder a este deseo. De ahí que las gestas se vayan extendiendo y organizando en ciclos -como en la epopeya griega-, o sea en acumulación de cantares de épocas diversas, cuyo conjunto viene a convertirse en una especie de historia poética de héroes o de linajes de héroes. La pura invención invade cada vez más el campo de la tradición nacida de la historicidad, y así surgen cantares sobre la infancia o juventud de los héroes, con datos ahistóricos y fabulosos, como los que poseemos sobre las mocedades de Carlomagno (Berta, Mainet, Basin) y sobre el Cid Campeador (el Rodrigo), en los que a veces otras leyendas, producidas por la biografa de personajes distintos al héroe en cuestión, se incorporan a estos nuevos cantares y se engarzan con los primitivos. Es una labor en la que son muchos los que colaboran, que dura dos o tres siglos, y que da como resultado unos largos relatos que semejan una interminable novela de episodios en la que el residuo histórico se va diluyendo cuanto más se alarga y en la que es patente el influjo de la novela de aventuras de caballeros, que ha surgido en la segunda mitad del siglo xii. Estos extensos relatos épicos, que pronto se trasladaron a la prosa, constituyen en algunos casos un maravilloso esfuerzo de imaginación y de poesía, pese a sus absurdidades y a la desmesurada longitud que adquieren en ciertos casos.

De Ciudad Seva, interesantísimo "blog". (O como se llame en este idioma "internético")

Un abrazo, también le va a gustar a ella, aunque se lo dedique a él, ¿verdad verdadera? ;.)

La cultura es la llave de la vida

#67607

Pour la femme

Carles li reis, nostre emperere magnes,
set anz luz pleins ad estet en Espaigne:
tresqu'en la mer cunquist la tere altaigne.
N'i ad castel ki devant luí remaigne,
mur ne citet n'i est remés a fraindre,
fors Sarraguce, ki est en une muntaigne.
Li reis Marsilie la tient, ki Deu non aimet,
Mahumet sert e Apollin recleimet:
nes poet guarder que mals ne l'i ateignet.

Avec "de sense" ;.) ¿Me matará?

De la misma página. ¿Hay que decirlo cada vez que se cita?

La cultura es la llave de la vida.

#67608

Re: Pour la femme

El Romancero castellano ha conservado restos de lo que fue la antigua gesta de los siete infantes. Claro ejemplo de que los romances de materia épica tradicional derivan de los cantares de gesta lo da el del moro Alicante, y es interesante considerar este hecho. Es el moro que lleva las cabezas de los siete infantes y de su ayo desde el campo de batalla en que perecieron a Córdoba, para mostrarlas a su padre Gonzalo Gústioz. El cantar de gesta, tal como deja ver la prosificación incluida en la crónica de 1344, decía así:

Alicante pasó el puerto, comentó de más andar,
por sus jornadas contadas a Córdoba fue a llegar.
Viernes era ese día, viéspera de Sant Cebrián...
.«Ganamos ocho cabezas de homnes de alta sangre,
mas tales ganancias caras nos cuestan asaz:
tres reys e quinze mill de otros perdiémoslos allá,
si me yo allá más llegara, otro troxera el mensaje.»
e díxol: «Gonzalo Gustios, bien te quiero preguntar:
lidiaron los míos poderes en el campo de Almenar,
ganaron ocho cabezas: todas son de gran linaje;
e dizen míos adalides que de Lara son naturales:
sí Dios te salve, que me digas la verdat.»
Respondió Gonzalo Gustios: «Presto os la entiendo declarar:
si ellas son de Castiella, conocer he de qué logar,
otrosí de alfoz de Lara, ca serán de mi linaje..»
Violas Gonzalo Gustios vueltas en polvo e en sangre;
con la manta en que estaban comenzólas de alimpiar;
tan bien las afemenció, conosciólas por su mal.
Llorando de los sus ojos, dixo entonces a Almanzor:
«Bien conosco estas cabezas, por mis pecados, señor;
conosco las siete, ca de los míos fijos son.. »

Si queréis más información, pasad por la citada página: ¡Es maravillosa!

Un abrazo

La cultura es la llave de la vida

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