UN PASEO POR LA PLAYA
20-08-11
Los que vivimos en la Meseta, con un clima extremo sólo apto para un personaje de Machado o de Delibes (o eso nos gusta creer), adoramos y nos ensoñamos con la playa, a pesar de la arena que se mete en las uñas, por muy cortas y bien cortadas que las tengas.
En Diciembre, todavía aparece la arena del verano en algún sitio. Rayos y truenos con la arena.
Dicen los médicos, que son bastante troleros en verdad, que la playa genera endorfinas, dopaminas y demás neurotransmisores que nos dan la felicidad.
Será por eso que se folla tanto en verano, incluso con tu pareja habitual, que mira que ya son ganas.
No hay nada como una pareja inhabitual, siempre y cuando se mantenga en ese estado, y no se convierta en habitual.
Pero qué pesadas son las mujeres con la habitualidad con lo bien que sienta a todos la inhabitualidad!
Dado que nuestra viuda madre no quiere este verano ir la playa, pues la playa viene a nosotros. Como Mahoma o como se llame. Ya verás, ahora algún musulmán nos va amenazar de muerte por la broma.
Y así, elegimos los dos mejore momentos del día para ir a la playa, y justo cuando hay menos gente: la amanecida y la atardecida y anochecida.
La mareas son bajas a estas horas, pues (por la mañana el mar está llenando; por la tarde, está vaciando).
En la playa lo único constructivo que se puede hacer es caminar.
No entendemos como la peña, sobre todo mujeres, son capaces de estar horas encima de una toalla, quemándose vivas y todo por lucir en Madrid un bronceado que les va a durar tan sólo una semana.
En la playa hay que hacer algo, cosas. Por ejemplo, mirar tetas y culos, y a ver qué tal le sienta el biquini a la interesada, que toda orgullosa sonríe un poco pícara al comprobar que ha merecido nuestra mirada.
Las mujeres, que son unas coquetas, y es gran parte de su insondable y mefistofélico encanto. Igualita que Leire Pajín, que si uno se la cruza por la playa se imagina que es capaz de violarnos. Capaz sería, ayudada por sus escoltas.
En la playa, además de admirar el género femenino, hay que pasear.
Será algo de retóricos y dialécticos clásicos griegos, pero es verdad que uno piensa mejor caminando.
Los pies se hunden un poco en una arena perfecta para caminar (ni demasiado dura, ni demasiado blanda), gracias a la bajante o subiente marea. Siente uno cómo la circulación en las piernas vivifica todo nuestro cuerpo, hasta el corazón y hasta el alma.
El Sol acaricia, y es un buen conversador que encima nos masajea el cuerpo gratis, sin la obscenidad y crueldad de las horas intermedias del día, cuando el Lorenzo Sol se muestra intratable y arrogante, como un rey o emperador del siglo XVI, un tirano, como el Rey Tudor Enrique VIII.
Las piernas se cansan, pero continuamos hasta llegar a la hora programada. Caminamos deprisa, como si fuéramos hacer recados o gestiones de trabajo urgentes, porque, ay, no sabemos caminar de otra manera.
La playa, orientada al Oeste, va desapareciendo poco a poco, y nos quitamos las gafas de sol para ver mejor, en estos días ya menguados que nos anuncian que el Otoño no está tan lejos.
Poca gente en la playa. Los impenitentes surfistas, a los que no vemos la gracia de coger una ola cada treinta minutos. Y encima van y se caen. Ya ninguna teta o culo interesante.
Miramos una última vez al Oeste, donde no sabemos por qué guardamos nuestras esperanzas y nuestros sueños (al Este le tenemos más manía).
Un poco cansados, volvemos en coche a la querida y antigua casa familiar de puro campo, ante la adorable perspectiva de una ducha caliente para terminar fría, y ponernos el primer gin tonic del día.
Somos tan felices, que hasta de forma supersticiosa, le tenemos miedo a un Otoño que sospechamos no propicio.
En Madrid, soñaremos con la playa para bien dormir. Y bien vivir.