Foto: Paolo Margari http://www.flickr.com/photos/paolomargari/611139944/lightbox/
Stendhal. La Cartuja de Parma
Con arrebatado encanto volvía la condesa a encontrar los recuerdos de su primera juventud y los comparaba con sus sensaciones actuales. El lago de Como, decíase, no estaba rodeado, como el de Ginebra, de grandes campos bien cercados y cultivados según los mejores métodos, cosas todas que recuerdan el dinero y la especulación. Aquí veo por todas partes colinas desiguales, altozanos cubiertos de bosquecillos, nacidos al azar y no estropeados aún por la mano del hombre, no obligados a dar renta. En medio de esas colinas de formas admirables que se vuelcan en el lago en tan singulares pendientes, puedo conservar la ilusión de las descripciones del Tasso y del Ariosto. Todo es noble y tierno, todo habla de amor y nada recuerda las fealdades de la civilización. Las aldeas, colgadas a media pendiente, están ocultas por grandes árboles y, por encima de las copas de los árboles asoma la arquitectura encantadora de sus preciosos campanarios. Si algún breve campo de cincuenta pasos de ancho viene a interrumpir de vez en cuando las enramadas de castaños y de cerezos salvajes, ven allí los ojos satisfechos crecer plantas más robustas y felices que en parte alguna. Más allá de esas colinas, en cuyas cimas se divisan ermitas que uno querría habitar, descubre atónita la mirada los picos de los Alpes, siempre nevados, y su severa austeridad trae a la memoria algo de las desgracias de la vida, justo lo necesario para acrecentar la voluptuosidad del presente. La imaginación se conmueve al oír el lejano sonido de la campana de una aldeíta oculta entre árboles. Esos sonidos, que las aguas transportan dulcificándolos , toman un tinte de dulce melancolía y de resignación y parecen hablar al hombre diciéndole: la vida huye, no pongas reparos a la felicidad que se presenta y apresúrate a gozar. La lengua que hablan esos lugares encantadores , que en todo el mundo no tiene par, devolvió a la condesa su corazón de quince años. No concebía cómo pudo pasar tanto tiempo sin ver el lago. ¿Será, decía, que la felicidad se ha refugiado en el umbral de la vejez?
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