Sábado noche, termino de cortar la última patata y las meto en la freidora, después de un día de tórrido calor, una suave brisa me tienta, salgo al jardín, cierro los ojos y respiro el aire fresco. El cielo del oeste está sonrosado, se acaba de marchar el sol, para despertar a los mercados de Wall Street en unas horas ¿qué tramarán mientras dormimos?
El lunes, sin falta, tengo que pasarme por la librería para encargar “Armas silenciosas para guerras tranquilas”, me lo han recomendado y estoy intrigada: la estrategia de la distracción, crear problemas y ofrecer soluciones, estrategia de la degradación, estrategia del diferido, hablarle al público como si fueran niños, apelar a lo emocional, mantener al público en la ignorancia, alentar al público a mantenerse en la mediocridad, reemplazar la revuelta por la culpabilidad y conocer a los individuos, lo que los mueve.
¿A quien beneficia esta guerra económica? ¿A personas concretas? ¿A países concretos? ¿quieres serán los perdedores? Conocer el entorno es fundamental para tomar decisiones de inversión, qué hay detrás... pero la información siempre es sesgada, nunca es completa.
Cenamos, me llama un comercial para venderme un sillón de masaje en cómodos plazos ¿así cómo es posible el control presupuestario? Si los vendedores me llaman a casa.
Los niños dejan la mitad de sus patatas fritas en el plato ¿así cómo voy a tener éxito en la operación bikini? Si la tentación está al alcance de la mano.