LA TUMBONA
27-03-09
Yo siempre he querido tener una tumbona como la de Hans Castorp, y por fin la tengo. Acabo de releer La Montaña Mágica, de Thomas Mann, obra cumbre de la literatura del siglo XX, como dicen los críticos. Yo, como no sé tanto como los críticos, que no hacen nada en todo el día más que criticar y encima les pagan por ello, no sé si es una obra cumbre, pero sí sé que la novela transcurre en una cumbre, en Davos Dorf, en la Suiza alemana. Ya sabemos que el protagonista o héroe de esta novela tan breve es nuestro querido Hans, un ingeniero naval de Hamburgo, que decide tomarse unos años sabáticos, sólo unos siete, de los que pasa la mayor parte del tiempo reposando en su tumbona.
A pesar de todo, Herr Mann no describe con muchos detalles la tumbona de Hans. Sólo dice que era muy cómoda, que era reclinable y que tenía unos prácticos reposabrazos.
Yo he hecho un estudio histórico y de ardua investigación, durante muchos años, y al final he encontrado el modelo de tumbona de Hans, y la he comprado, por supuesto sin que lo supiera mi mujer, porque si no, no me deja. Una vez le insinué que me gustaría tener una tumbona, y me miró de arriba abajo, y me dijo: “Para qué quieres tú una tumbona?”. Yo le contesté: “Pues para tumbarme, como Hans”. Se dio la vuelta y no me contestó, pero como ya nos conocemos, supe que no estaba de acuerdo.
Dado que la tumbona me ha costado una pasta, tomé medidas hace meses, debido a la crisis. Empecé a ahorrar para la tumbona, y suprimí varios de mis inocentes caprichos, como tomar el aperitivo todos los días con mis amigos. A mí el aperitivo me gusta más incluso que el almuerzo, ya que me emociono y con las cervezas que me tomo y los pinchos con mucho pan, pues luego no tengo ganas de comer. Además, ahora que se acerca el verano y en Mayo tengo que ir a Alicante a la primera comunión del hijo de unos buenos amigos (si no fuera buenos amigos, ni en broma me trago yo una primera comunión), también decidí ponerme un poco a dieta, porque me habían salido unos michelines y un poco de barriga, y no quiero que las alicantinas en la playa me vean con barriga, la verdad.
Gracias a mis esfuerzos, ahora tengo una tumbona y no tengo barriga. He salido ganado. Pero todavía me falta una cosa tan importante como la tumbona, y tendré que seguir ahorrando para ello: las mantas.
Hans Castorp siempre se envolvía, con una técnica muy depurada aprendida de su primo Joachim, con varias mantas, cuando hacía sus curas de reposo en su tumbona. Herr Mann que, a veces adolece de falta de detalles en sus descripciones (no digo que tuviera que ser como nuestro admirado Balzac, que describía hasta el tipo de polvo que tenían los muebles), no detalló cómo eran las mantas, pero sólo que eran muy calentitas.
Con el tema de las mantas he estado bastante desconcertado, a pesar de mis investigaciones. Yo tengo mantas escocesas, pero no me gustan. A mí me gustan más las galesas, si se parecen a Catherine Zeta Jones. Si no, no.
El otro día, el ministro de Industria, que es muy listo y nada proteccionista, me dio la solución, ya que nos recomienda comprar productos españoles. Pues qué mejor que unas buenas mantas zamoranas. Me voy a ir a Zamora, si me deja mi mujer, a comprar unas buenas mantas.
Yo, con mi tumbona y mantas, seré feliz. No necesito nada más.