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Blog Felipe Sanchez Coll
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La rabia contra los banqueros

El 25 de marzo de 2009 un grupo de activistas que se llamaba a sí mismo “Bank Bosses are criminals”,  “los jefes de los bancos son criminales”, atacó la casa Sir Fred Goodwin, el antiguo director del Royal Bank of Scotland. Los cristales de la mansión del banquero volaron por los aires a consecuencia de las piedras lanzadas por la horda, así como las ventanas y las lunas del Mercedes S600 aparcado en la entrada de la vivienda. Unos minutos después, un correo electrónico enviado a la policía reivindicaba el asalto con la siguiente aclaración: “Estamos enfadados porque la gente rica como él, se pagan a sí mismos unas enormes cantidades de dinero, y viven en el lujo, mientras que la gente corriente pierden sus empleos y sus casas”.

El ataque había sido el punto culminante a una campaña mediática contra Sir Fred Goodwin, el otrora todopoderoso Director del RBS entre 2001 y 2009 y devenido posteriormente a la categoría de “peor banquero de la historia". Este viaje al desprestigio se produjo tras hacerse público que las pérdidas del banco en 2008 fueron de 24.100 millones de libras, la mayor pérdida corporativa en un año en la historia del Reino Unido. Ello provocó su rescate y nacionalización. Fred Goodwin era considerado el artífice de la compra del banco holandés ABN Amro, una aventura ruinosa para RBS. A ello, se sumaron las revelaciones de que  el banquero tenía derecho a una pensión vitalicia de 750.000 libras anuales. Goodwin hubo de renunciar a una parte muy cuantiosa de esta pensión en aquel año 2009, pero no sólo perdió dinero. En febrero de 2012 fue desposeído de su título de Sir, concedido anteriormente por los servicios financieros prestados.

                                                                      Sir Fred Goodwin   

Afortunadamente, los ataques vandálicos no se han generalizado, pero la irritación no sólo se ha mantenido, sino que ha ido calando en otros segmentos sociales.Como decía la columna Shumpeter,  publicada en The Economist en enero de 2012,“Lanzar pullas a los banqueros es un pasatiempos muy popular”. Es verdad, los mensajes enarbolados en las pancartas de los manifestantes del Movimiento 15-M español en 2011 no dejaban duda “Si tú pagas su deuda, que ellos paguen tu hipoteca” o “Juegan con tu dinero y cuando pierden pagas tú”. En el caso del movimiento estadounidense Ocupa Wall Street, Occuppy Wall Street, se establecían ya porcentajes sociales al hablar de que el 1% de los malignos banqueros habían expoliado al otro 99% de la sociedad. Así, “Somos el 99% y no permaneceremos más en silencio” o “El 1%, ¿no paga impuestos?”.

Este arranque de ira en las sociedades occidentales es perfectamente entendible. La crisis financiera comenzada en 2008 ha terminado por convertirse en la Gran Recesión, la mayor contracción económica a escala planetaria desde los años 30. Esta rabia social ha sido alimentada por el incesante trabajo periodístico y documental, como el oscarizado “Inside Job”, que ha venido desgranando los orígenes, las causas y los actores de la crisis. Pero, si hay algo que de verdad ha generado furia e irritación son, como expone Antón Costas en el libro “La crisis de 2008. De la economía a la política y más allá”, “las elevadísimas retribuciones que han recibido los ejecutivos y directivos de los bancos y grandes corporaciones empresariales que han quebrado o necesitado la ayuda pública” . El sentimiento generalizado que se ha instalado en toda la sociedad occidental es que los pocos que han generado la crisis se han llevado los beneficios, cuando los hubo. Mientras, las pérdidas sobrevenidas por la mala acción de aquellos terminan siendo sufragadas por los bolsillos de los sufridos contribuyentes.

Esa percepción común dispara un importante grupo de cuestiones. Básicamente: ¿por qué el sistema está construido así? Y si se quiere, ¿cómo se diseñaron esos esquemas de retribución que condujeron a la ruina? Es evidente que la estructura de los incentivos y de las remuneraciones es clave en toda organización, y mucho más en esas entidades financieras que son, de acuerdo con las afirmaciones de Joseph Stiglitz en “Incentives and the Performance of America’s Financial Sector”,  “demasiado grandes para caer, demasiado grandes para ser resueltas o que están demasiado entrelazadas como para quebrar”. A partir de ello, la principal acusación que se le hace al sector financiero estadounidense es que sus  esquemas de retribución se centraron en obtener unos resultados que debían de ser a toda costa exitosos, lo que según Stiglitz “condujo a un comportamiento cortoplacista y a una toma excesiva de riesgo”. El símil que el mismo Stiglitz utiliza no deja lugar a dudas “En el capitalismo de casino de Estados Unidos, cuando los bancos apostaron y perdieron, toda la nación pagó el precio”.

Ciertamente, esta actitud de las compañías orientada a la presentación de resultados trimestrales, semestrales y anuales, hacía y hace que la visión se focalizara en el corto plazo. A ello cabe añadir que el éxito de dicha gestión era y es inmediatamente medido por la cotización bursátil, lo que mantiene aún más la atención en ese corto plazo. En palabras del profesor Chang, un economista institucional de la Universidad de Cambridge, en “23 things they do not tell you about capitalism” "En los sesenta, un inversor británico mantenía por término medio seis años sus acciones en una compañía. Hoy en día, ese tiempo se ha reducido a tres meses... Al accionista no le preocupa el futuro a largo plazo de una empresa sino los beneficios que pueda reportarle en tres meses (...) Si gestionamos una empresa pensando en las accionistas, estamos posiblemente comprometiendo su propia supervivencia. A este punto hemos llegado".

Posiblemente el de Chang sea un punto de vista extremado, ya que hay muchos inversores que apuestan a largo plazo por las empresas y que tienen vocación de permanencia. Entre ellos los verdaderos “pesos pesados”  por la cuantía de sus paquetes accionariales. Ellos son los que aportan un patrimonio a la compañía, incluso el suyo propio como es el caso de la familia o familias fundadoras, que les permite acceder a sentarse en el consejo de administración de las empresas. Pero, sí que es cierto que la gestión de la compañía está delegada muchas veces en directores generales profesionales ajenos a esas familias o grupos, los cuales no pueden abstraerse de los vaivenes de las cotizaciones bursátiles. Estos ejecutivos razonarán que mientras la cotización suba y dé jugosos dividendos, su actuación  será juzgada positivamente, lo que les hará mantenerse en el puesto y, al mismo tiempo, percibir sus cuantiosos bonus.

Por ello, los directores generales arriesgarán para contentar tanto a su consejo de administración como a los accionistas que, como sugiere Chang, están “de paso”. Como dice Thomas Friedman en “Caliente, plana y abarrotada. Por qué el mundo necesita una revolución verde”, la avaricia tienta a grandes cantidades de gente a perder de vista cualquier clase de pensamiento a largo plazo o sentido de la responsabilidad. Simplemente porque si algo va mal “Yo no estaré” para entonces aquí. Es decir, como escribe Costas “cuanto más alto es el incentivo, más coste de oportunidad tiene la conducta ética”.

Paralelamente a la visión cortoplacista, el diseño de la estructura de incentivos y de los posibles castigos derivados de los malos resultados hacía que todos los agentes  ejecutivos fueran  proclives al riesgo. De hecho, si una entidad financiera no quería arriesgar sería empujado a hacerlo, pues al no exponerse se quedaría atrás, obtendría menores resultados en los siguientes trimestres y las cotizaciones bursátiles la señalarían con celeridad. Por tanto, había que atreverse en los negocios, ya que, en palabras de Charles Prince, director de Citigroup, “Siempre habrá alguien que venga al rescate y mientras suene la música hay que levantarse y bailar”.

Una visión compartida e identificada por Mary Schapiro, presidenta de la Securities and Exchange Commision, quien declaró a la Federal Crisis and Inquiry Commission, FCIC,“muchas grandes instituciones financieras crearon paquetes de compensación asimétricos. Así, pagaban a los empleados enormes sumas por el éxito a corto plazo, incluso si estas decisiones resultaban en pérdidas significativas en el largo plazo o en el fracaso de los inversores y contribuyentes”. Igualmente, el informe de la FCIC revela que las estructuras de compensación estaban sesgadas a lo largo de toda la cadena de titulización de las hipotecas. Desde los agentes que originaban las hipotecas, hasta los técnicos de Wall Street, quienes las reunían y homogeneizaban en paquetes que luego serían vendidos a fondos de inversión y a particulares.

Para concluir, la crisis nos ha enseñado que pensar únicamente en el beneficio inmediato sólo acarrea problemas. Definitivamente, el enfoque de las retribuciones al largo plazo a los trabajadores de la industria financiera se ha de imponer, ya que la banca es un negocio que siempre va a estar en la sociedad. Por ello, los directores de los grandes bancos internacionales deberían de grabarse a fuego en sus mesas de trabajo: “Yo estaré aquí para responder. SIEMPRE”.  Verían como la película cambiaba.

Felipe Sánchez Coll

Nordkapp Banca Privada

 

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  1. en respuesta a Felipe Sanchez Coll
    -
    #3
    13/04/12 00:11

    Y si recibimos daños pero no una justicia equilibradora ¿tenemos derecho a la rabia? ¿o ni aun así?

    Si la justicia no imparte Justicia ¿puede llamarse de tal forma?

    Si nuestros gobernantes cambian constantemente la ley electoral para beneficiar una mayor concentración de los diputados en los otros partidos, de forma que cada uno de sus diputados es consecuencia de apenas unos pocos votos, en tanto que los diputados de los otros partidos necesitan una cantidad inmensa de votos para conseguir un diputado ¿es esto democracia?

    Y si quienes gobiernan no actuan en beneficio de los gobernados ¿no tienen los gobernados derecho a revelarse?

  2. en respuesta a Eguzkialde
    -
    #2
    29/03/12 12:38

    Eguzkialde, totalmente de acuerdo con tu comentario. La justicia es muy necesaria, porque un juez que haga bien su trabajo cambia el enfoque totalmente y envía un poderoso mensaje a la sociedad.

  3. #2
    28/03/12 10:15

    La rabia es perfectamente intercambiable por la justicia.

    Parte del ejemplo lo tenemos en Islandia.Algunas personas que ocupaban ministerios y oficinas de máxima dirección están en celdas de máxima seguridad , respondiendo por sus fechorias.

    ¿Rabia o justicia?

    Lo más triste es que aquí no tenemos ni rabia ni justicia sino desidia.

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