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Releyendo El malestar de la cultura para la entrada anterior, me volví a encontrar con esa página en que de forma sencilla pero efectiva, Freud cuestiona los efectos de los avances técnicos sobre la felicidad humana, aunque sin llegar a desvalorizarlos totalmente(era demasiado inteligente para caer en la trampa de hacerlo). No me resisto a transcribir al pie de la letra sus comentarios pues, aun escritos en 1930, o sea, antes de los antibióticos y la cirugía del corazón, antes de la aviación comercial y de los viajes espaciales, antes de la televisión e Internet, resultan extraordinariamente sugerentes y hasta actuales, o al menos a mí me lo parecen. Dice Freud:

"El hombre se enorgullece con razón de tales conquistas, pero comienza a sospechar que este recién adquirido dominio del espacio y del tiempo, esta sujección de las fuerzas naturales, cumplimiento de un anhelo multimilenario, no ha elevado la satisfacción placentera que exige de la vida, no le ha hecho, en su sentir más feliz. Deberíamos limitarnos a deducir de esta comprobación que el dominio de la Naturaleza no es el único requisito de la felicidad humana -como, por otra parte, tampoco es la meta exclusiva de las aspiraciones culturales-, sin inferir de ella que los progresos técnicos son inútiles para la economía de nuestra felicidad. En efecto, ¿acaso no es una experiencia placentera, un innegable aumento de mi felicidad , si puedo escuchar a voluntad la voz de mi hijo que se encuentra a centenares de kilómetros de distancia; si, apenas desembarvado mi amigo, puedo enterarme de que ha sobrellevado bien su largo y pensos viaje?¿Por ventura no significa nada el que la medicina haya logrado reducir tan extraordinariamente la mortalidad infantil, el peligro de las infecciones puerperales, y aun prolongar en considerable número los años de vida del hombre civilizado? A estos beneficios, que debemos a la tan vituperada era de los progrsos científicos y técnicos, aún podría agregarse una larga serie; pero aquí se hace oír la voz de la críatica pesimista, advirtiéndonos que la mayor parte de estas satisfacciones serían como esa "diversión gratuíta" encomidad en cierta anécdota: no hay como sacar una pierna desnuda de bajo la manta, en fría noche de invierno, para poder procurarse el "placer" de volverla a cubrir. Sin el ferrocarril que supera la distancia, nuestro hijo jamás habría abandonado la ciudad natal, y no necesitaríamos el teléfono para poder oír su voz. Sin la navegación transatlántica, el amigo no habría emprendido el largo viaje , y ya no me haría falta el telégrafo para tranquilizarme sobre su suerte. ¿De qué nos sirve reducir la mortalidad infantil, si precisamente esto nos obliga a adoptar la máxima prudencia en la procreación, de modo que, a fin de cuentas, tampoco hoy criamos más niños que en la época previa a la hegemonía de la higiene, y en cambio hemos subordinado a penosas condiciones nuestra vida sexual en el matrimonio, obrando probablemente en sentido opuesto a la benéfica selección natural?¿De qué nos sirve, al cabo, una larga vida, si es tan miserable, tan pobre en alegrías y rica en sufrimientos, que sólo podemos saludar a la muerte como feliz liberación".

Pues bien, en mi opinión, no resulta fácil quitarle la razón a Freud, y eso que como todo economista tiendo por deformación profesional a ser -de salida- patológicamente optimista respecto a la "bondad" de cualesquiera avances técnicos. Y no es fácil llevar la contraria a Freud porque, no es necesario indagar mucho ni hacer grandes ejercicios intelectuales para descubrir que, detrás de muchos de los más sonados ejemplos del progreso técnico de nuestra época, está en operación el mecanismo de "sacar la pierna de bajo la manta" del que habla en su texto.

Cojamos, por ejemplo, el último gran avance técnico que ha gozado además de un éxito rápido y arrollador: el teléfono móvil. Es indiscutible sin la menor duda que el móvil se ha hecho hoy tan imprescindible que resulta casi inconceblible que el mundo pudiese ser más o menos igual sin este "medio de comunicación",de tan cotidiano se ha hecho. Sobre todo a los jóvenes les resulta imposible imaginar una época que yo, que voy tirando a toda máquina para viejo, todavía recuerdo bien: la época de las cabinas telefónicas públicas que funcionaban, no con monedas, sino con fichas, y en que para hablar con lugares "de fuera" había que solicitar de una "operadora" una "conferencia". ¿Qué retraso! ¿No? Y cierto, el móvil ha disminuido a tal extremo los costes de comunicación que, hoy todo el mundo está conectado en todo momento en todo lugar prácticamente de todo el mundo. Es un cambio rápido y sorprendente que sólo se explica por el hecho de que el móvil es, económicamente hablando, un "bien-red", es decir, un bien cuya demanda no sólo depende de su propio precio ( y también, obviamente, del nivel de renta de los consumidores) sino también, y muy determinantemente de cuántos otros lo usen. Es decir, que la utilidad (y con ella, la demanda) de tener un movil crece conforme hay más gente que tiene móvil(1). Que la demanda haya crecido tan rápidamente y que la oferta la haya podido satisfacer de modo tan completo a precios cada vez más bajos es, ciertamente, un auténtico éxito para el aparato productivo, del que algunos economistas -bueno, todos menos nos cuantos raritos- deducirán además el corolario de que, gracias a ese comportamiento tan eficiente, el bienestar social gracias al avance técnológico que el móvil supone, habría crecido, pues una necesidad social habría sido rápida y eficazmente satisfecha.

Ahora bien, la difusión del uso del móvil ¿ha supuesto realmente una tan gran mejora en el bienestar humano? Pues, en la línea de Freud, me voy a permitir aquí el dudarlo. Y no sólo porque mi experiencia así me lo esnseña: soy la única persona "adulta" -y puedo asegurar que por razones de mi oficio conozco unas cuantas- que "todavía" no disfruto (obviamente porque no quiero, o mejor, porque no lo necesito) de ese portentoso adminículo, y, sin embargo, no sólo logro sobrevivir, sino que -repito- no lo echo normalmente en falta(1), y las pocas veces que me digo que no estaría nada mal tener uno, pues racionalmente me reprimo y me digo que mejor no, que el estar siempre conectado te hace depender -o sea, estar liempre al servicio- de las necesidades que los demás tengan de comunicarse conmigo, por lo que el puntual beneficio de tenerlo no me compensa el coste de esa dependencia. Pero no, no seguiré aquí este camino de crítica subjetiva y cuestionaré aquí el móvil con razones que creo son más objetivas y de más calado,. Tampoco seguiré el camino que en la cita anterior Freud esboza, el de cómo el teléfono en general satisface una necesidad que la propia evolución de los medios de transporte ha generado.

Empecemos por la primera de esas razones más objetivas, y es que el estar "conectado" no es sinónimo de comunicarse y, menos aún, de relacionarse con los demás, pues como traté de mostré en otro lugar (véase http://www.blogger.com/post-edit.g?blogID=7679089998909024634&postID=6826829596642392199), los móviles "separan" más que unen. Obsérvese, si no, a esos grupos de individuos andando "juntos" pero cada uno pegado a su móvil. Están juntos, pero en asoluto "revueltos". Al ir cada uno "a lo suyo", cada uno enfrascado con su "contacto", dejan de estar en con-tacto
con quienes tienen al lado. En segundo lugar, la extensión del uso de los móviles sha supuesto, adicionalmente, la desaparición por razones de ahorro en costes del procedimiento alternativo de comunicación telefónica: las cabinas públicas, ya que conforme estas han ido perdiendo clientes, el coste medio de los teléfonos públicos ha ido creciendo para las compañías que explotaban este servicio debido a la existencia de economías de escala (3). Ahora bien, está meridianamente claro que la disminución en la oferta de cabinas públicas estimula la demanda de móviles, los hace más necesarios. Pero se trata de una necesariedad inducida, luego espúrea o ficticia en cierto sentido. Dicho de otra manera, los móviles vienen a cubrir una necesidad que el uso de los propios móviles genera. Y no es sólo que las cabinas hayan desparecido prácticamente del entorno urbano, sino que el uso de los móviles tienen efectos indirectos sobre otros terrenos sociales. Por ejemplo, ahora ya nadie para en la carretera para ayudar a alguien que ha sufrido un percance mecánico. Como se presupone que todo el mundo tiene móvil, para qué parase a preguntar si alguien necesita ayuda: para eso está el móvil. Con lo que el móvil se hace no sólo necesario sino imprescindible a veces incluso para aquellos -como yo- que creen que se puede prescindir de él., por ejemplo, en los viajes. En suma, que bien mirado elmóvil entra dentro de los casos que Freud incluiría dcomo ejemplos del mecanismo de "sacar la pierna de bajo la manta", lo cual pone en cuestión esa capacidad de satisfacción de necesidades que, se dice, los móviles vendrían a cubrir. Sencillamente, es su propia expansión la que crea la "necesidad" de su uso (4).

Pero quizás el efecto beneficioso de los móviles no sea directo, sino indirecto, en términos de su contribución a la eficiencia del sistema económico en su generalidad. Pero ello es más que dudoso en los países ya avanzados. En ellos ya existían modos de comuniación rápidos, de modo que la aparición y uso del teléfono móvil es más una mejora relativa que absoluta. Al permitir que los agentes económicos estén en todo momento y en todo lugar informados facilita sin duda la toma rápida de decisiones en función del cambio en las cirvcunstancias lo cual puede redundar en incrementos en la eficiencia económica. Pero para que así sea es necesario que la calidad de esas decisiones no se vea reducida por el uso de esta tecnología. Y aquí la urgencia en la toma de decisiones que el uso generalizado del móvil no sólo facilita sino que exige de los agentes, tiene el efecto no deseado de fomentar la asunción de decisiones precipitada y potencialmente equivocadas, con los consiguientes efectos negativos sobre la eficiencia.

¿Significan los argumentos anteriores contra el móvil y los que igualmente podrían esgrimirse contra otros avances técnicos que Freud tendría razón de modo que el crecimiento técnico y económico poco harían por el bienestar humano? Pues no, porque hay una serie de avances que satisfacen con creces el criterio de Freud para que un avance aumente la felicidad humana: que no cree la necesidad que luego satisface. En efecto, cuando releí el texto de Freud, de pronto me saltó a la mente que se han dado una serie de avances que él mismo hubiera considerado enormemente estimulantes del bienestar humano y que pasarían sin problemas por un detector de avances técnicos espúreos o ficticios. El primero de ellos es la píldora anticonceptiva (y no sólo la píldora, sino también esos otros sistemas anticonceptivos viables incluyendo las píldoras abortivas). En efecto, gracias a ellas, los avances médicos que han llevado a una radical disminución de la mortalidad infantil ya no tienen el enorme coste que en 1930 les daba Freud en términos de obligar a una penosa abstinencia sexual so pena de generar unos excesos de población insostenibles. No es necesario ser un freudiano extremo con esa -para algunos obsesión- con la importancia que asignaba a la satisfacción sexual para el equilibrio y felicidad de los individuos, para reconocer que la disminución en los costes de la satisfacción de las necesidades sexuales (en términos de reducción del miedo a los embarazos no deseados), las favorece y aumenta los niveles de felicidad individuales (como los estudios de Economía de la Felicidad han puesto de manisfo).

Y, sin duda, el otro increíble avance técnico es la viagra y otros tratamientos contra la disfunción eréctil, y por razones semejantes. Gracias a ellas, una larga vida ya no tiene porqué ser "pobre en alegrías y rica en sufrimientos" como decía Freud. Y conforme escribo esto último, me doy cuenta de que para algunos lo que digo les podrá parecer una "boutade". Pues bien creo estar en condiciones de afirmar que todo un Premio Nobel de Economía como lo es Paul Krugman estaría sin duda de acuerdo. Krugman le dedicó a la Viagra un artículo ("Viagra and the Wealth of Nations"), en el que después de reflexionar sobre el hecho de que la Contabilidad Nacional nunca podría dar cuenta real del incremento en el biernestar humano que suponía un medicamento como la viagra, señalaba que lo que ello nos mostraba es que no había que confundir el crecimiento en el PIB con el auténtico crecimiento económico pues "al final la economía no trata de la riqueza -sino de la persecución de la felicidad".

Y, desde este punto de vista, desde aquél que indaga por la contribución a la felicidad del progreso técnico como genuino criterio económico, es más que posible que sean los avances médicos y la extensión de la cultura y la educación los que de forma neta contribuyen al bienestar y feliciad humanos pues permiten a los individuos vivir más y disfrutar más de sus vidas. El resto, esa infinita catarata de artilugios mecánicos y electrónicos que nos cae encima de modo continuo e inmisericorde desde el aparato productivo no contribuyen en medida semejante al bienestar o incluso, en la medida que desvalorizan las capacidades humanas de disfrute, son contraproducentes, pues conducen inexorablemente en el largo plazo a la pasividad y el aburrimiento (véase la entrada "Economía del aburrimiento" en este blog, que, por cierto, es una de las que quizás más satisfecho estoy ,http://www.blogger.com/post-edit.g?blogID=9323072&postID=5194989645765611107)



NOTAS
(1) Para evitar desde ya mismo "malentendidos", digo que entiendo perfectamente la altísima y obvia utilidad del móvil para montañeros, espeleólogos, navegantes solitarios, aventureros y demás individuos que, voluntariamente, se ponen en riesgo personal para divertirse. Es obvio que, para ellos, el móvil satisface una urgente necesidad... que se crean ellos mismos. Pero, por eso mismo, la utilidad del móvil para ellos es perfectamente cuestionable siguiendo el criterio de Freud.
(2) En términos de jerga teórica, lo que esto significa es que, como sucede con otros "bienes-red", la curva de demanda de móviles es muy elástica a los movimientos de los precios, de modo que conforme fueron bajando sus precios, la demanda creció no solo por los efectos sustitución y renta habituales, sino también y muy fundamentalmente por el "efecto-red" o "efecto band-wagon".
(3) Como todas las redes de infraestructura, la red de telefonía "pública" se caracteriza por la existencia de indivisibilidades que se tradcen en unos elevados costes fijos. de creación y unos relativamente pequeños costes variables (los asociados al uso por parte de los clientes: básicamente los costes de mantenimiento) En consecuencia, conforme tenga más ususarios los costes medios tenderán a decrecer, en tanto que si la clkientela disminuye, los costes medios se disparan.
(4) Este mismo argumento se aplica también a la interacción entre el transporte público y el privado. Conforme se facilita el uso de medios de transporte privado (permitiendo que use a bajo -o ningún- precio las infraestructuras), la ineficacia del transporte público, medida en términos de deficit financieros, crece simultáneamente. Situación contable que se utiliza como argumento para restringir su oferta, como medio de reducir los costes. Pero claro, la disminución en la oferta del transporte público supone menos clientes , lo que se traduce en problemas de sostenimiento financiero aún mayores, que, al final, abocan a su cierre como alternativa de transporte o a su reducción a un papel marginal. Tal fue el proceso que se llevó a cabo en multitud de ciudades norteamericanas en la primera mitad del siglo XX, en las que los medios públicos de transporte fueron privatizados y acabaron en manos de compañías automovilisticas cuyo obvio objetivo (vender más coches) pasaba por disminuir la eficiencia del transporte público, tarea a la que parece ser quer dedicaron sus mejores esfuerzos con un claro éxito.
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