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En su artículo La coalición de los vivos (El País, 28/6/08), Daniel Innerarty plantea la necesidad de definir una suerte de contrato social intergeneracional como forma de evitar que la interdependencia entre las generaciones acabe traduciéndose en una nueva suerte de colonialismo económico, sólo que esta vez de carácter temporal, ejercido por las generaciones presentes sobre las venideras, pero tan explotador a fin de cuentas como lo habría sido el tradicional: el que históricamente se desenvolvió en entre países, es decir, en el espacio. No hay duda de que frente a las actitudes que se resumirían en el castizo “detrás de mí el diluvio” que caracteriza tantos comportamientos socioeconómicos de las generaciones presentes, el acentuar la pertinencia y la urgencia de respetar el que las generaciones futuras tengan una similar capacidad de actuación como la que tienen las presentes es de todo punto defendible, como bien recoge la ya inmensa literatura que sobre el desarrollo sostenible existe, si bien la articulación de los criterios para una justicia intergeneracional no resulta de concreción nada fácil pues ya hay suficiente experiencia histórica de cómo en nombre del Progreso ha sido frecuente caer en la posición opuesta, es decir sacrificar ante el altar de alguno de esos embelecos metafísicos el presente de una generación, y aquí es siempre pertinente recordar el principio de Jovellanos (citado por Rafael Sánchez Ferlosio) de que “jamás sacrificaría a la generación presente en beneficio de las venideras”.

Dicho esto, hay que señalar sin embargo que las analogías como la que utiliza el señor Innerarty equiparando el imperialismo territorial o que se desenvuielve en el espacia con el que podría desenvolverse en el tiempo, si bien siempre son seductoras, sugestivas y a veces iluminadoras, tienden demasiado a menudo a dejarse llevar por los fáciles juegos de las simetrías deslizándose al final en algún tipo de inconsistencia. Y aquí ello surge cuando se tiene en cuenta algo tan elemental como el hecho de que no se puede uno mover en el tiempo como se mueve en el espacio.

Viene esto a cuento de que, como ejemplos concretos que en su artículo aduce como posibles mecanismos en los que se ejerza ese colonialismo de los hoy vivos respecto a los que lo estarán en el futuro, Innerarty cita, entre otros, dos que están claramente fuera de lugar: el caso de la deuda pública cuando alcanza un nivel que adjetiva de considerable y el caso del sistema de pensiones que califica como insostenible, pues en ellos esa analogía entre el colonialismo económico que puede darse en el espacio y el colonialismo en el tiempo es de todo punto errónea.
Empezando con la deuda pública, es necesario señalar que, caso de que la deuda pública sea nacional, o sea, que esté en manos de los ciudadanos del país que la emite, es absurdo plantearse, sea cual sea su nivel, que la deuda pública emitida en el presente suponga por sí misma algún coste para las generaciones futuras. La idea tantas veces repetida de que la deuda pública gravita sobre las generaciones futuras que se verán obligadas a pagar por los dispendios en que incurren las presentes es falsa y no es sino la injustificada extensión de lo que es adecuado para las deudas privadas al terreno de lo público. En efecto, si bien es cierto que la deuda privada contraída por un individuo puede obligar a sus descendientes empobreciéndolos, no sucede lo mismo para la deuda pública. No, las generaciones futuras no pagan la deuda pública contraída por la generación presente, pues si pretendieran hacerlo ¿a quién se la pagarían? ¿a las del pasado? Si se piensa un momento, es fácil darse cuenta de que cuando en el futuro llegue el momento de echar cuentas y pagar la deuda pública emitida en el presente, el pago se efectuará entre los miembros de esas generaciones futuras. Aquellos que hayan heredado títulos de deuda recibirán los pagos correspondientes al valor de su principal más los intereses vía los impuestos que paguen los miembros de esas mismas generaciones futuras. No hay pues en el momento del vencimiento de la deuda pública nacional una transferencia intergeneracional de recursos sino una transferencia intrageneracional.

Y algo en cierto sentido parecido sucede con el sistema público de pensiones. Las pensiones no son sino el mecanismo por el que los activos de cada periodo comparten las rentas correspondientes a sus actividades productivas con los que en ese mismo periodo son inactivos o pasivos, es decir, los pensionistas. Los distintos sistemas de pensiones no son sino las formas legales mediante las que se arbitra en la práctica, en cada periodo temporal, esa redistribución por lo que desde este punto de vista (no desde otros como el de su equidad o el de sus efectos sobre el crecimiento económico) da igual en último término el sistema que se arbitre: todos dependen del sistema jurídico en que se plasme esa reasignación de recursos. Un sistema o conjunto de sistemas (los de capitalización) están basados en la estructura de derechos de propiedad privada de modo que los inactivos en cada periodo obtienen sus ingresos según cual sea el valor de los activos que han ido comprando mediante sus aportaciones a los fondos de pensiones; en otros sistemas, los de de reparto, base del sistema de la seguridad social, el mecanismo que regula las transferencias de los activos hacia los inactivos viene dado por el marco legal que regula el derecho a las prestaciones o pensiones con arreglo a fórmulas más o menos complejas que recogen en mayor o menor grado las contribuciones realizadas al sistema por los inactivos a lo largo de su vida activa. Y por supuesto, nada impide en este último caso que las generaciones futuras alteren en cada periodo el marco legal regulador si las circunstancias así lo exigen. En cualquier caso, lo que nunca ocurre es que los pensionistas de hoy obtengan sus pensiones del fruto de las actividades económicas de los activos del futuro. De nuevo, no cabe hablar nunca de de explotación temporal.

En suma, sólo sería posible un sistema de transferencias de renta intertemporales que hiciesen efectivo o posible algo así como un colonialismo temporal si los hoy vivos pudiesen hacer viajes de ida y vuelta al futuro yendo allí a traerse recursos reales “quitándoselos” a quienes entonces allí estén viviendo, al igual que lo hacían los colonizadores de antes cuando iban y volvían de sus colonias. Pero ya, tras Einstein, sabemos que si bien viajar al futuro es hoy por hoy más que problemático, volver de él es de todo punto imposible lógica y físicamente. El regreso del futuro cargado con un botín futo de la rapiña ejercida sobre las generaciones futuras ni ahora ni nunca será posible, salvo en las películas de ciencia-ficción y a costa de incurrir en multitud de fallos e insconsistencias lógicas.En último término y como conclusión puede decirse que los argumentos del señor Innerarty fallan porque no se puede hoy beber la leche que producirán las vacas del futuro.
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