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Ley de Weber-Fechner, "moral del pedo" y corrupción. A propósito del caso del piso de Ramón Espinar

Ley de Weber-Fechner,  "moral del pedo" y la corrupción. A propósito del caso del piso de Ramón Espinar

                                                                                                                                                            Fernando Esteve Mora

Se está convirtiendo en lugar común el decir que estamos entrando, o vivimos ya de lleno, en lo que se denomina una "sociedad transparente". Como consecuencia de la facilidad creciente para acceder a las nuevas tecnologías de la información y la comunicación estamos asistiendo al final del tiempo de los secretos. Tener secretos y mantenerlos es cada vez más difícil. Estamos entrando, en consecuencia, en una sociedad orwelliana de control/vigilancia total (y no sólo por parte de los estados, como predijo Orwell, lo cual sin dejar de ser preocupante  podría no ser angustioso en la medida que los estados pueden ser unas instituciones algo controlables por los individuos al menos en las sociedades democráticas, sino que -y esto es mucho más grave- cada vez estamos más controlados/vigilados por las empresas, en la medida que nuestras sociedades se definen cada vez más por ser sociedades de mercado, siendo por ello cada vez menos democráticas en la medida que no existe todavía un control democrático de las empresas).

 

Para algunos entre los que me cuento ese control por parte de instancias exteriores a los individuos es irritante y preocupante. Para la creciente mayoría -o al menos eso parece- esa visibilidad total no significa nada pues alegre y voluntariamente están más que dispuestos a exponer públicamente en las redes sociales TODO lo que les acontezca. Para estos, que repito, que van siendo ya una mayoría, la privacidad, la intimidad es cosa del pasado. Una forma del ser humano ya caduca. Estaríamos volviendo así, gracias a las más nuevas tecnologías, a tiempos tribales preindustriales, "precivilizados". A tiempos en que los humanos vivíamos en pequeñas comunidades donde todos los comportamientos de todos eran siempre evidentes para todos,  y por ello mismo eran siempre "sociales". Tiempos en que los conceptos de privacidad o intimidad no existían.

 

Lamentando esa deriva, he de reconocer, no obstante, que algo bueno tiene el moderno desarrollo de las tecnologías de la información en este terreno, y es que con la transparencia, viene también la creciente dificultad para que los corruptos (y los corruptores) puedan jugar impunemente (o al menos, a escondidas) a sus particulares jueguecitos. Como ya señalé en una entrada previa, la corrupción exige del secreto y la creciente dificultad en su mantenimiento hace que la vida de los corruptos se vuelva más complicada.

 

En esa entrada anterior, (véase http://www.rankia.com/blog/oikonomia/2696433-final-tiempo-secretos-corrupcion) ya señalé que, además de las nuevas tecnologías, era necesario que hubiera alguien -el "delator" - que las usase para poner de manifiesto la corrupción. Que es necesario que alguien señale con el dedo a los corruptos y los exponga a ellos y sus secretos en la red es, obviamente, condición necesaria para que empiece a operar ese mecanismo del fin de los secretos. Pero no basta con ello. No es suficiente.

Que la exposición pública de los corruptos y sus secretos sea efectiva  exige en la práctica no sólo que estos sean comunicados por quienes los desvelan, es decir, que sean difundidos  en un medio o vía de comunicación, sino que es necesario también que haya receptores que sean conscientes de su existencia. Es decir, que para que un secreto "vea la luz" de modo efectivo no basta con exponerlo. Es necesario también que otros no sólo lo vean sino que sean conscientes de que lo que ven era antes un secreto, algo que estaba escondido. Para que un secreto deje de serlo ha de ser percibido por los demás. Obvio ¿no?

 

Sí, pero no tanto. Pues ocurre que la psicología de la percepción lleva más de cien años enseñándonos que no basta con tener algo "delante de los ojos" para verlo, que no basta con que "algo se diga" para oirlo. Y ello  puede aportar aquí alguna información adicional a la hora de examinar o predecir los efectos que las nuevas tecnologías pueden tener sobre la cuestión de revelación de los secretos, de la "economía de la corrupción", y en general sobre la Economía de la Señalización.

 

La psicología de la percepción desde un punto de vista científico arranca en el siglo XIX, y algunas de sus consecuencias están siendo recogidas por la moderna Economía del Comportamiento. Eso es esperable dado que se puede entender que la economía trata de las reacciones de los agentes, no a las variaciones de incentivos economicos, como se dice en los libros de Economía,  sino a las percepciones de esas variaciones. Un incentivo no tendrá efectos si no es percibido por los agentes a quienes se pretende incentivar. 

 

A este respecto, es obligado mencionar aquí a la conocida Ley de Weber-Fechner que viene a decir que el incremento en la intensidad de un estímulo que es necesario para provocar un cambio en la percepción del mismo por parte de uin individuo es proporcional a la intensidad del estímulo inicial. El incremento en la intensidad de nuestras sensaciones no depende solamente del incremento en el nivel del estímulo sino que depende además de la intensidad de la sensación que el sujeto tenía antes de la modificación del estímulo. Un ejemplo: para que notemos un incremento en nuestra sensación de peso cuando tenemos en la mano un objeto que pesa diez gramos, el estímulo deberá aumentar en menor cantidad que para que notemos un incremento en la sensación si tenemos en la mano un objeto que pesa un kilo.  Todos sabemos que el volumen de voz al que tenemos que hablar para que se nos entienda es muy distinto si estamos en un velatorio que si estamos en un concierto de heavy-metal. En el velatorio basta un cuchicheo para comentar algo a nuestro vecino y se nos entienda. En el concierto, hay que gritar hasta enronquecer para lograr el mismo efecto.

 

La ley de Weber-Fechner también se aplica en asuntos económicos. Así, por ejemplo, estamos más que dispuestos a andar 5 minutos si estando a punto de entrar en una librería nos enteramos que el libro que nos queremos comprar está rebajado 5 euros en esa otra más lejana, pero,  sin embargo, no hacemos lo mismo si nos enteramos de que el coche que nos vamos a comprar lo venden 5 euros más barato en otro concesionario que también está a 5 minutos del que nos encontramos. Los mismos 5 euros de ahorro que en el primer caso nos merece la pena hacer el esfuerzo de la caminata, no nos bastan en el segundo caso. La explicación es obvia: el libro cuesta 25 euros y el coche 25.000. El mismo ahorro de 5 euros es un estimulo de intensidad relativa elevada en el primer caso, en el segundo es despreciable.  

 

Pues bien, a lo que parece, la percepción de la corrupción sigue también fielmente la Ley de Weber-Fechner. De modo que no basta con que alguien denuncie al corrupto y se exponga públicamente sus corrupción para que ello surta efectos. Para que así ocurra es obligado que esa denuncia de corrupción sea percibida.

Han sido frecuentes a este respecto los comentarios acerca del escaso castigo electoral que ha recibido el Partido Popular por sus repetidos casos de corrupción. Se ha hablado de la corrupción intrínseca del "pueblo" español como explicación. Un pueblo que en sus "genes culturales" lleva inscrito el "vivan las caenas" sería obviamente inmune a la denuncia de las corruptelas de sus amos, par deseperación de los pocos que no llevaran esos genes.  Algunos, por otra parte, han señalado a los "mass media" o  medios de información de masas ("medios de formación de masas" los denominaba Agustín García Calvo), como responsables de ese fenómeno en atención al poco peso o relevancia que han dado a los casos de corrupción de ese partido a tenor de sus compromisos editoriales con el poder económico y financiero.

 

En absoluto pondré yo la mano en el fuego defendiendo la autonomía de los periodistas y los periódicos y cadenas de radio y de televisión  respecto a los poderes fácticos. No se me ocurriría hacerlo pues dudo totalmente de su independencia. Pero, al margen de sus compromisos políticos con el "establishment" creo también que en ese fenómeno de la carencia de efectos electorales de los casos de corrupción tiene mucho que ver la Ley de Weber-Fechner aplicada a la percepción o sensibilidad ética o moral.   

 

En efecto, dada la magnitud y recurrencia de los casos de corrupción que han afectado y afectan al Partido Popular, lo que para muchos lo convierten en un partido irremediablemente corrompido, el nivel o intensidad de corrupción "de base" en él es tan elevada que cualquier nuevo caso de corrupción en sus filas o el que llegue a tribunales alguno de sus múltiples casos pasados, pasa enteramente inadvertido. Para que un caso de corrupción en el PP fuese noticia, para que ocupase de nuevo las portadas de los medios, para que fuese perceptible por la gente y tuviese en consecuencia (o pudiese tener) efectos electorales debería de ser de una importancia o magnitud inimaginable. O sea, que desafortunadamente, la aplicación de la Ley de Weber-Fechner se traduce hoy en una suerte de impunidad electoral para el PP como consecuencia de la magnitud de sus corruptelas pasadas. Y en menor medida, algo similar sucede con la relevancia de la corrupción para el Partido Socialista o incluso para Izquierda Unida. Ha habido ya muchos casos  de corrupción en ambos partidos,  y uno más no serí anda nuevo, sería  más de lo mismo   

 

Por contra, los más pequeños casos de corrupción en Ciudadanos o en Podemos  llaman hoy poderosamente la atención, y previsiblemente tienen y tendrán amplios efectos en las urnas. Y ello no sólo porque se han presentado como partidos que surgen como consecuencia directa de los elevados niveles de corrupción de los partidos más tradicionales y con el objetico de combatir la corrpción en la vida pública, sino porque como todavía no han tenido muchos casos de comportamientos corruptos en sus filas, los pocos que hay llaman poderosamente la atención, son muy perceptibles  como predice la Ley de Weber-Fechner de la sensibilidad moral.  La elevada atención mediática que reciben sus (escasos, todavía) casos de corrupción es considerada por los miembros de esos partidos como injusta. Incluso, como ha sido el caso de Podemos su reacción ante ella ha sido claramente paranoide. Cierto que sus casos de corrupción recibirán más atención por parte de la prensa u otros medios de comunicación politicamente hostiles. Y eso es lógico y debería ser, además, esperable. Como también lo es el que reciban esa atención relativamente excepcional por estricta aplicación de la Ley de Weber-Fechner. 

 

Pero a la Ley de Weber-Fechner de la sensibilidad moral quiero aquí añadir otro sesgo psicológico que facilita y mucho la vida de los corruptos, y que creo que debería entrar a formar parte de los manuales de Economía del comportamiento 

Ese sesgo se refiere al más que constatado fenómeno de que los miembros de un grupo o partido sean extremadamente sensibles a las corrupciones de los miembros de los otros partidos o grupos y enteramente insensibles a las corruptelas de los miembros del propio partido. Tal relatividad en la percepción o sensibilidad moral constituye en mi opinión un ejemplo magnífico de lo que  Rafael Sánchez Ferlosio denominó como "moral del pedo".

 

A la hora de definir lo que es esta "moral" no puedo por menos que citarle aquí al pie de la letra trayendo la definición que de esa moral hizo en aquel definitivo e insuperable ensayo acerca de las cuestiones identitarias en los sempiternos debates sobre las nacionalidades dentro de España, titulado Discurso de Gerona. Dice Ferlosio:

"A la moral de la identidad, en fin, acaso el nombre científico que mejor le cuadre sea el de 'moral del pedo', pues la condición particular del pedo es tal vez la figura más capaz de definir con plena exactitud la situación, en la medida en que la escrupulosa selección de lo genuinamente propio y el riguroso rechazo de lo extraño por lo que se distingue la moral de la identidad en ninguna otra imagen podrían estar mejor representadas que en el pedo, a cuya esencia igualmente pertenece la rara condición de que nos complacemos en el aroma de los propios tanto como nos causa repulsión el hedor de los ajenos"  

 

Pues bien, ¡qué excelente ejemplo de aplicación de la "moral del pedo" ha sido la cerrada defensa que (casi) todos los miembros de la dirección de Podemos han hecho del legal pero claramente cuestionable comportamiento (ilegítimo para los estándartes de Podemos, me atrevería adecir) que tuvo uno de sus representantes, el senador don Ramón Espinar, en su gestión del piso protegido al que de forma -digamos que "peculiar"- tuvo acceso hace unos años!

El problema no está en que el comportamiento del señor Espinar fuera enteramente incongruente con los criterios que defiende Podemos. El problema no está, tampoco, en que don Ramón Espinar se comportase así en el pasado. Ni siquiera el problema moral  está en que el don Ramón Espinar de hoy no vea nada inadecuado en la conducta del Ramón Espinar del pasado. El problema está en que a él y a todos los demás miembros de Podemos (o al menos de su dirección)  les parezca que su gestión fue enteramente correcta y defendible, es decir, que don Ramón Espinar lo ha hecho siempre muy bien, tanto en el pasado como hoy día. O sea, que el problema está en que ese comportamiento legal pero claramente cuestionable desde el punto de vista ético o moral, les huela bien, cuando es obvio que al resto del mundo le huele fatal.

 

Y observese aquí que la "moral del pedo" es mucho peor, o sea, más inmoral que la "moral del... y tú más" que tanto ha caracterizado la política de los partidos en estos asuntos de corrupción. Al menos para esa moral del "..y tú más",  la corrupción huele mal, sea la propia como la ajena. Lo que reivindica esa moral es que los "pedos morales" propios huelen menos mal que los ajenos. Por contra, el gran problema con la respuesta de los dirigentes de Podemos es que manifiestan un nivel mayor en la perversión o trastorno patológico de su sentido del olfato moral (una especie de kakosmia o cacosmia moral selectiva o asimétrica, podríase denominar), porque huelen como si fuese agua de Colonia el muy oloroso  "pedo moral" que es, sin el menor asomo de duda, el comportamiento pasado del señor Espinar, comportamiento que sin el menor asomo de duda les hubiera llevado a taparse las narices por su fetidez caso de que lo hubiese hecho un miembro de otro partido. 

 

¡Qué decepción para los muchos que no esperábamos tal cosa, que esperábamos que los nuevos políticos llegasen con el agudo olfato moral del que hacían gala!        

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