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Resulta paradójico que sean los regalos el motor económico de la época del año que mejor les viene a las empresas, las Navidades. Esa época en que los problemas de demanda efectiva keynesianos brillan siempre por su ausencia, esa época en que la economía de mercado marcha siempre viento en popa. Y ahí reside precisamente la paradoja, pues regalar parece un comportamiento opuesto al de intercambiar, el comportamiento económico que los mercados facilitan y promueven. Y, paralelamente, no es nada de extrañar que como la Economía se dedica a estudiar fundamentalmente la lógica de los intercambios, su aproximación a la "lógica" del regalo no haya sido ni sistemática ni, a lo que parece, demasiado afortunada.





En efecto, frente a las donaciones que son transferencias de dinero y por ello mismo fácilmente integrables en el análisis económico ya que en nada violan la lógica del comportamiento racional, los regalos, que son transferencias en especie, es decir, donaciones voluntarias de algún objeto o cosa, son -desde una perspectiva económica- en su mayor parte ineficientes y por lo tanto difícilmente integrables en el análisis económico. Para la Economía la "lógica" de los regalos es algo que en último término se le escapa. En efecto, fuera de las situaciones en las que quien recibe el regalo no conoce sus gustos y preferencias o no es capaz de ordenarlas racionalmente, caso de los niños pequeños, los regalos carecen -en principio- de sentido económico frente a las donaciones monetarias, pues o bien el regalo vale más para quien lo recibe que lo que cuesta en el mercado comprarlo (o sea, que el regalo ha sido un acierto), o bien vale menos (el regalo ha sido un fracaso), recordando aquí que por el valor de algo para alguien ha de entenderse su valor económico, es decir cuánto dinero ese alguien está dispuesto a pagar por tener ese algo. Pues bien, si se piensa un momento fácilmente se llega a la conclusión que el primer caso, o sea, cuando el regalo es un acierto, nunca se dará si los individuos son racionales, pues si alguien valora algo más de lo que le cuesta adquirirlo en el mercado, se lo comprará por su cuenta, en consecuencia nadie puede racionalmente esperar "acertar" con un regalo, hacer un regalo eficiente si la persona a la que se regala es racional. Por otro lado, en que el segundo caso, cuando el regalo es un fracaso, por definición es un regalo ineficiente, pues el que lo recibe lo valora en menos de lo que cuesta, por lo que hubiera sido mejor para él si en vez del regalo se le hubiera dado en dinero el coste del mismo. Dicho de otra manera, entre individuos racionales nunca se cruzarían regalos, si quieren regalarse algo lo racional sería regalarse dinero. Obsérvese que la justificación usual de un regalo en términos de que se regala algo que quien lo recibe no se lo puede permitir o que nunca se lo compraría por lo caro que es aunque le guste mucho, no es sino otra manera de expresar el segundo caso, es decir, el caso de los regalos ineficientes.

La lógica económica, como siempre, es impecable, y explica muchos de los comportamientos, costumbres e instituciones a los que estamos acostumbrados. El consabido "lo puedes cambiar" que acompaña verbal o en forma de ticket-regalo al objeto regalado o la excusa, nunca pedida pero tantas veces repetida, de que "lo que cuenta es la intención", expresan a las claras que quien regala nunca está seguro de su capacidad de acertar en el regalo. De igual manera, las listas de boda o la reciente moda en EE.UU. de "regalar" tarjetas prepagadas de un determinado importe que se pueden usar para compra lo que se quiera en un establecimiento, son ejemplos de mecanismos que buscan compensar la ineficiencia de los regalos "monetizándolos", facilitando su conversión en dinero líquido. La Economía, por otro lado, explica que se les regale a los niños y que se deje de regalar a los adolescentes, que ya conocen más que bien sus preferencias...y prefieren dinero contante y sonante. Pero lo que ya no explica tan adecuadamente es la apabullante presencia de regalos entre adultos cuyo coste hundido, para el caso de los regalos navideños, es decir, el coste asociado a su ineficiencia, ha sido estimado por Joel Waldsfogel entre un 10 y un 33% del valor total de los mismos. Una cifra nada despreciable. Todo el mundo sabe por experiencia propia que buena parte de los regalos que a uno se le hacen son inadecuados en mayor o menor medida, y basta con un poco de sinceridad y humildad para deducir que, de igual manera, la mayor parte de los regalos que uno a su vez hace, lo serán también. Y si ello es así la cuestión es la de que a qué se deberá la perpetuación de una costumbre tan ineficiente.

Esta claro que si los regalos son ineficientes en términos de lo útiles que les son a quienes los reciben en comparación con la alternativa de recibir una transferencia monetaria del mismo valor, y que sin embargo se hacen, y más en Navidades, debe ser porque hay algo más en un regalo que el mero objetivo de contribuir a satisfacer las necesidades directas del receptor es decir que en el cómputo final algo habría que compensaría de alguna manera el coste de eficiencia de los regalos. Jeroen Van de Ven ha profundizado en la "Economía de los regalos" elaborando una taxonomía de posibles motivaciones para el comportamiento de regalar que expliquen dos de las características que en mayor o menor grado suelen estar presentes en los regalos. Una de ellas es la de su inadecuación o ineficiencia a la que ya nos hemos referido, la otra es la obligación de reciprocidad, ya que si bien no es estrictamente necesario, sí que es frecuente que los regalos sean correspondidos, es decir que supongan o contribuyan a crear una red de reciprocidades. Obsérvese que conforme la exigencia de reciprocidad adquiera una importancia mayor en la definición del regalo, este pierde en igual medida una de sus características en apariencia más obvia: la de que los regalos son voluntarios o discrecionales.
Pues bien, de acuerdo con Van de Ven, los regalos se pueden explicar por la presencia de alguna de estas motivaciones en el donante: a) altruismo paternalista. Es la motivación presente cuando se regala con el objetivo de hacer a otro más feliz (sería, pues, la motivación que hasta aquí se ha supuesto tras el comportamiento de regalar); b) egoísmo. Se regala para facilitar el intercambio de bienes, o sea, que se regala para que luego a uno le regalen. Ese intercambio de regalos es económicamente necesario, o sea, eficiente, cuando o bien no hay mercados instituidos (caso de sociedades primitivas como las analizadas por Marcel Mauss en su Ensayo sobre el don), o bien se quiere voluntariamente mantener algunas relaciones de intercambio al margen del mercado porque se considera que con el intercambio de regalos se accede a bienes que generan una "utilidad" adicional al de la utilidad directa que proporcionan los bienes recibidos. La idea es que frente al intercambio anónimo en los mercados, el intercambio de regalos es personal y transmite por lo tanto valores como la simpatía, la preocupación por el otro, la solidaridad, etc., el cruce de regalos facilita y promueve la aparición de relaciones cordiales y confiables que se superponen y estimulan las interacciones económicas y sociales; c) también sería una motivación egoísta la que subyacería a los regalos que se hacen para obtener la aprobación social. En tal caso, poco importa la adecuación del regalo, su valor intrínseco como cosas u objetos, pues lo que cuenta para el donante es que los demás estimen el esfuerzo que ha realizado en el regalo. Es el caso, por ejemplo, del trabajo voluntario, que suele ser poco eficaz pero que da muy buena imagen; d) señalización estratégica. El regalo, que es costoso para quien lo hace, actúa como señal para hacer patente a los que lo reciben que las intenciones del donante son tan honestas o su comportamiento tan confiable como para estar dispuesto a ganar menos hoy menos de lo que podría; y e) justicia. A veces el regalo tiene una motivación ética: se hace para reducir una desigualdad que se considera injusta.

Aunque el análisis y clasificación de motivos para el regalar de Van de Ven son indudablemente correctos, creo sin embargo que olvida una motivación y, por lo tanto, un tipo de regalos interpersonales de importancia creciente en sociedades opulentas y en las por consiguiente resulta difícil hallar algo para regalar (ya sea un bien necesario o de lujo) que alguien agradezca o estime lo suficiente. Me refiero, en primer lugar, a aquel tipo de regalos en los que quien recibe el regalo actúa no tanto como receptor agradecido sino como juez o evaluador del que lo hace. El componente de voluntariedad es por ello, ya de salida, más que cuestionable pues sin el regalo ni siquiera se puede optar a ser evaluado. Se trata de aquellos regalos en los que la aprobación que obtenga el que realiza el regalo está ligada a la adecuación o eficiencia del mismo, medida, no en términos de su utilidad directa en su capacidad para satisfacer necesidades, sino en función de su coherencia con la identidad personal de quien recibe el regalo. Dicho con otras palabras, el regalo es como un examene: quien hace el regalo es evaluado por su capacidad para expresar en el objeto que regala algunas características o descriptores no evidentes a simple vista de la personalidad de quien recibe el regalo, ya sean sus criterios estéticos personales, sus capacidades latentes o sus ocultos deseos o necesidades. Se trata, pues, del tipo de regalo que una persona debe hacer para señalarle a la otra (la que lo recibe) que la conoce de una forma tan especial o particular como para demostrar con el regalo que se es capaz de regalar algo tan personal que sólo ella creía conocer o estimar. Un regalo, pues, que si resulta exitoso resulta hasta sorprendente para quien lo recibe porque no lo espera, en el sentido de que ni siquiera imaginaba que la otra persona (quien hace el regalo) la conociera tan bien. Si esta descripción parece confusa lo mejor es acudir al experimento mental de los que quizás, sean el epítome de este tipo de regalos: los regalos entre amantes. Lo que cada amante espera del otro es un regalo especial que transmita o exprese en forma de objeto aquello que los demás no pueden conocer pues sólo es accesible dentro de la privada relación amorosa.

Y aquí hay un doble problema. El primero, que queda al margen de la Economía, se refiere a las posibilidades de llegar a conocer a alguien de modo tan personal como para poder satisfacer la exigencia del regalo. El segundo está asociado a la capacidad de hallar un objeto que resuma o exprese ese conocimiento. Una doble dificultad de la que es difícil salir bien parado, aunque siempre hay quien lo consigue. Centrándonos en el segundo de los problemas, está claro que le será más fácil resolverlo para quienes dispongan de ciertas aptitudes psicológicas, ya intuitivas ya adquiridas, para ponerse en el lugar de los demás y evaluar sus necesidades, gustos y deseos, y estén además habituadas a las actividades de compra. A tenor de lo dicho, no resulta nada extraño que sean las mujeres quienes van a demostrar mayor capacidad para afrontar este tipo de regalos interpersonales, acierten más a menudo, y sean por ende jueces más severos a la hora de evaluar la adecuación de los regalos que, a su vez, ellas reciben. No descubrimos nada nuevo si decimos que las mujeres tradicionalmente al cargo de cuidar de la familia, o sea, acostumbradas a conocer las necesidades, gustos y deseos de sus miembros, muestren una mayor facilidad para hacer lo mismo con personas ajenas al entorno familiar. Adicionalmente, encargadas también de la mayoría de las actividades de compra (disfrutan incluso de la compra) que para algún antropólogo como Daniel Miller convierten en actividad sacrificial ritual dotada de un significado mucho más profundo que el de ser mero aprovisionamiento de cosas, las mujeres están mucho más capacitadas que los varones (quizás por razones genéticas quizás por educación) para encontrar el correspondiente regalo más adecuado al deseo, necesidad o gusto intuido.

Más difícil parecen tenerlo los varones. Dedicados en mayor medida actividades de producción, sintiéndose frecuentemente alienados de lo que Tom Hine llama "comprosfera", el feminizado espacio físico y mental que envuelve a los lugares donde se hacen las compras, la compra del regalo adecuado se convierte en factor estresante. Han de hacer una elección en situación de mucha mayor incertidumbre respecto a las necesidades, gustos o querencias más o menos secretas u ocultas de quienes han de recibir y evaluar el regalo. Las ayudas que desde la Economía se le ofrecen no le resultan, además, de mucha ayuda en este caso. En efecto, una estrategia a seguir en este tipo de situaciones es la de hacer como los demás ("herd behaviour") siguiendo la lógica de que el grupo acierta por término medio más que el individuo (véase a este respecto el libro de Surowieki en la bibliografía), pero aquí esta estrategia fracasa estrepitosamente pues de lo que se trata es de hacer un regalo que exprese la singularidad de quien ha de recibir el regalo, por lo que no ha de extrañar que el regalo más común no suscite una elevada aprobación por parte de quien lo recibe. Una segunda estrategia es utilizar un enfoque adaptativo con arreglo al cual lo que habría que hacer sería repetir con ligeras variaciones lo hecho en el pasado. Ni que decir tiene que tampoco utilizar un enfoque adaptativo es aquí una buena opción, pues el hecho de repetir es un claro indicador del poco esfuerzo realizado en el regalo y por ende del poco esfuerzo en conocer en mayor profundidad al otro. Utilizar un enfoque adaptativo conduce a recaer en errores de forma sistemática (p.ej., repetir la corbata aunque de diferente color). Finalmente, la Economía propondría su enfoque ideal, el que siga el esquema conocido como formación de expectativas racionales con arreglo al cual quien pretenda acertar en su regalo deberá aprender de sus errores en el pasado, asimilar toda la información disponible sobre las necesidades, gustos y deseos del destinatario del regalo y alterar sus decisiones de compra conforme vayan surja nuevas informaciones sobre el mismo. Todo esto es, obvio, pero bien puede pensarse que de poco va a servir si quien es el recipiendario del regalo lo que pretende precisamente es no facilitar las cosas al donante para que éste le demuestre sus capacidades para "adivinar" sus deseos, necesidades o gustos secretos.

Tras leer esta entrada, Nadia Fernández de Pinedo, profesora de Historia Económica, amiga, compañera de trabajo y "regaladora" innata, compulsiva e inclemente, me ha señalado una carencia en las concepciones económicas del regalo a la vez que me ha ofrecido una estrategia a la hora de afrontar el cómo y el qué regalar. Me ha indicado que la Economía olvida una motivación egoísta en quien regala que nada tiene que ver con las que Jeroen van de Ven analiza en su artículo y que ya han sido reseñadas. Se trataría de la satisfacción interior de la que disfrutan aquellos propensos a regalar del propio proceso de regalar, de modo que ya mientras están comprando el regalo disfrutan imaginando las reacciones de sorpresa, de aturdimiento, de incomodidad incluso, de quien recibirá el regalo, que cuanto más inesperado o sorprendente que sea pues mejor. Una fuente de utilidad o bienestar ésta pues, que puede en último término ser incluso independiente de la utilidad que obtienen quienes reciben los regalos, y que por ello mismo habría que considerar como "utilidad del proceso" (véase la entrada anterior ""Cocinas, armas y automóviles". 3/12/07). Desde esta perspectiva, Nadia me ha señalado que las Navidades, lejos de ser esa época condenable en la que las empresas hacen su "agosto" gracias a la conversión en obligación social del regalo, son para gente como ella, los "regaladores" innatos el momento en que por fín pueden dar rienda suelta y satisfacer sus necesidades de regalar sin más justificación. En coherencia con esa postura, que privilegioa los aspectos "irracionales" o antieconómicos del regalo, habría en su opinión un método para la elección de un buen regalo mejor que cualquier otro de base economicista, dado que, como se ha visto, la Economía no ofrece ninguna ayuda, método que yo creo relacionado con la sabiduría oriental o la mística sufí, y que con seguridad puede ser eficiente para quienes sufren de esa incapacidad para elegir regalos en fechas como estas y sufren consecuentemente de un agobio brutal ante la visión de cómo los demás, a lo que parece, compran y compran regalos sin la menor dificultad. Se trataría de que, en vez de ir de compras como sujeto activo con un batiburrillo confuso de ideas en la cabeza acerca de qué se quiere regalar a quién, habría que hacer exactamente lo contrario. Se trataría de salir a la búsqueda del regalo perfecto adoptando una actitud totalmente pasiva: con la mente en blanco como propone el budismo zen, y los ojos, y demás sentidos abiertos para dejar que los objetos "le hablen a uno" y se definan como los regalos apropiados para cada cual. Por probar nada se pierde.




BIBLIOGRAFÍA

Joel Waldfogel, "The Deadweight Loss of Christmas". American Economic Review, Dec. 1993, 86,5.
Jeoren van de Ven "The Economy of the Gifts" Discussion papers, 63. Tilburg University.2000 (http://ideas.repec.org/e/pva55.html )
Thomas Hine, ¡Me lo llevo! Una historia del shopping. Barcelona: Lumen.2002.
Daniel Miller, A Theory of Shopping, Ithaca, N.Y.: Cornell University Press, 1998.
James Surowiecki, Cien mejor que uno. La sabiduría de la multitud. Barcelona: Urano, 2005
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