Tras una semana en la que hemos visto a Mario Draghi revisar la previsión del PIB en una décima al alza, con unas previsiones de inflación por debajo del objetivo del BCE hasta como poco, el año 2018 (Previsión 2016 = 0.2%) tras el incremento monetario inyectado a la economía y en la antesala del inicio del nuevo programa de recompra de deuda empresarial (CSPP por sus siglas en inglés) y unos tipos de interés que están provocando que algunos países se financien a tipos negativos incluso a largo plazo como Alemania o Francia, es inevitable que me llame la atención fijarme en el eslabón más débil de la cadena, el ahorrador.
El ahorrador hoy en día sufre una represión financiera fruto de la barra libre de deuda y liquidez de la que está disfrutando aquel país que se endeuda en exceso y no encuentra “valor” en hacer reformas estructurales, aquella empresa que necesita refinanciar sus préstamos a tipos inferiores para seguir mejorando su estructura financiera y crecer a base de apalancamiento, a base del esfuerzo de aquel que cumple y hoy ve remunerado su depósito al 0.25% en la mayoría de los casos. Todo ello ante la atenta vista de los datos de inflación, los cuales hasta la fecha son decepcionantes si tenemos en cuenta la ingente masa monetaria que mes a mes se inyecta en la economía.
Lo preocupante de la coyuntura actual no es el apoyo del Banco Central Europeo a la economía Europea a través de los diversos programas de expansión cuantitativa o el crecimiento de los precios cercano a cero de los últimos trimestres, en gran medida provocados por la caída del precio del petróleo sino el tener la “falsa creencia” de que todo funciona correctamente y los excesos del pasado son eso, pasado. El viento favorable de cola que está impulsando que disfrutemos de crecimientos del PIB del 3.4% cimentados en gran parte por el incremento del consumo familiar producido por la mejora de la liquidez y la renta disponible (Bajada de impuestos, caída del precio del crudo, crédito “gratis”) no se mantendrá si no hay una reducción global de deuda tanto pública (actualmente por encima del 100% del PIB) como privada, y una reducción del importante exceso de capacidad que sufren algunos sectores que se sostienen gracias al crédito barato y un elenco de subvenciones difícilmente productivas. Para ello, la distribución del dinero debe ser eficiente premiando a aquellos sectores que “hacen los deberes” y generan riqueza, fomentando la creación de tejido empresarial y reduciendo los niveles de deuda pública.
Mientras tanto, el ahorrador observa como la remuneración del esfuerzo de su trabajo a través de inversiones de perfil conservador es cada vez menor, con el consiguiente efecto negativo que tiene sobre su riqueza futura y potencial de cara a su plan de pensiones, su depósito o aquellos bonos o fondos de renta fija en los que está invertido. Además, podemos observar como uno de los mayores riesgos puede venir de la falsa apreciación de seguridad o calidad crediticia que generan aquellas compañías o países que se financian a tipos históricamente bajos cuando hace tan solo 4 años la calificación de su deuda era considerada “bono basura” y cuyos cupones superaban ampliamente el 7%. Dicho resultado una vez más viene propiciado por la aplicación de experimentos monetarios, tipos “cero” y “ansia por la rentabilidad a cualquier precio”.
El valor de la liquidez y los activos monetarios cobran más sentido que nunca en conjunción y según cada perfil, con cierto porcentaje de exposición a renta variable a través de fondos con valores de baja volatilidad, que busquen una filosofía “Value” sin perder de vista otros factores relevantes, cuyas carteras tengan compañías con un plan de valor a largo plazo, ventaja competitiva y márgenes estables con bajos múltiplos de deuda. El control de costes en este tipo de carteras y la arquitectura abierta se antojan un componente clave en la rentabilidad esperada a futuro para el ahorrador medio.
Francisco Javier Sánchez Capellán, CAIA (Director de Inversiones, área de gestión alternativa). Kuan Capital Asesores EAFI, S.L.