LA NO ROBADA PRIMAVERA
15-04-11
Otros años nos roban la primavera, nos la escamotean, nos la secuestran. Coño. Este año, no, menos mal.
La primavera es una señora joven que empieza a vivir su edad adulta, impaciente y juerguista: ajuergada (y resacada) antes de empezar la juerga y tener resaca.
Es promesa de germinación, de ovulación: es pura vida milagrosa, después de los helores del invierno, del silencio del hielo, de la quietud de la lluvia, del misterio de la nieve.
Es señora, que no señorita, porque eso de señorita siempre nos ha parecido una cursilada franquista o así, o propio de curas con sotanas muy largas, caras de cera y miradas aviesas.
Algunos (oiga, no todos, una minoría) curas tienen el alma de cera de las velas que encienden. No son humanos. Deberían estar en el Museo de Cera de la Plaza de Colón de Madrid. Ni ahí, siquiera.
La primavera la sangre altera. Pues vale.
A nosotros lo único que nos altera la señora primavera es la polla, con unas terribles erecciones que rozan el priapismo, y encima no sabemos qué hacer con nuestra polla, de lo ociosa que suele estar.
Es lógico que una señora nos altere nuestro falo, siempre incontrolable: unas veces, y cuando menos se le necesita, poderoso como un portaviones USA repleto de marines emborrachados de testosterona. Y otras, mucho menos bravo cuando se reclama su augusta presencia. Es cuando se pone morcillona, algo realmente molesto e inoportuno, la verdad. También influye el nivel de gin tonics en sangre. De su proporcionado nivel, dependen muchas cosas, hasta tener un hijo.
La polla es que es la polla. Imprevisible, hay mujeres que se creen enamoradas de un hombre, cuando en realidad se enamoran de su polla, de la que yo no pueden prescindir jamás.
Freud decía que la mujer tiene el complejo del falo ausente. Pues nosotros le contestamos que el hombre tiene el complejo de las tetas ausentes. O sea que empatados. Listo, que es usted un listo, Dr. Freud. Porque usted sea austríaco y tuviera barbas blancas, no nos va a impresionar más ni meter miedo.
Este año en Madrid la señora primavera merece su nombre, y no esa transición brutal y hasta animal del frío del invierno (cuando uno se arrebuja en la cama, y hasta se pone calcetines del frío que hace), a la tiranía e impiedad del calor del verano.
Las encinas aparecen florecidas un mes antes de lo normal, que su mes frívolo y festivo es Mayo. Esto nos mosquea un poco, la verdad, por el no cambio no climático o por lo que sea. Cada cosa a su tiempo.
La primavera es sugerencia de verano.
Empezamos a sacar tímidamente la ropa de verano, pensando que de repente volverán los fríos. Nos ponemos unas bermudas (esa prenda que ahora llevan todos los horteras, cuando su origen es pijo y náutico, como debe ser) y observamos con horror la blancura de nuestras piernas (como la cara de cera de algunos siniestros curas).
No es que nos pongamos histéricos como las mujeres, como cuando abandonan sus exquisitas y sensuales medias de invierno, para ponerse por primera vez una falda y se miran las piernas tan blancas. Hasta se dan cremas bronceantes las mujeres en las piernas. A nosotros, nos la sopla cómo tengamos de blancas las piernas. De hecho, esta temporada no nos pensamos poner bermudas. Ya está bien. A ver si nos confunden con un hortera. Vamos a probar a ponernos una minifalda, que debe ser algo bastante aireado y fresquito, y a lo mejor e incluso marcamos una nueva tendencia en la moda masculina, quién sabe.
Lo malo será aprender a sentarse sin que se nos vean las bragas, perdón, los calzones. Todo un arte eso: llevar minifalda sin que te vean las bragas.
Verás cómo liguemos más con minifalda. Será todo un descubrimiento que desde luego patentaríamos.
Qué más da, y tal y como dice nuestro filósofo de cabecera, Torrente, en Torrente II: Si ahora la ropa interior parece un bañador. Pues eso.
Nos gustan las estaciones, pero las cuatro, no sólo dos o tres.
La transición del invierno a la primavera debe ser no repentina y voluble, como el estado de ánimo de una mujer. Y así, las transiciones de la primavera al verano, y del verano al invierno: todo fluido, sin sobresaltos, sin sustos, sin enfados.
De la misma manera que adoramos las primaveras lluvias y brisas del otoño después de un agotador y lujurioso (o nada lujurioso, depende) verano, saludamos con una sonrisa las primeras heladas y nieves (ay, nuestra futura agua) del invierno.
Primero es una señora joven, la primavera. Luego, una señora adulta y casada, regañona, el verano. Más tarde, una señora madura, dulce y sabia en su experiencia, el otoño. Y acaba como una señora mayor, vieja, pero viva de recuerdos y vivencias, el invierno.
Que no nos roben más la primavera, por favor.