Internacionalmente domina ya el consenso de que los daños ecológicos al planeta han sido sustanciales y que es hora de realizar profundos cambios en la economía. Se habla ahora de implementar la visión de la sustentabilidad.
Pero hasta ahí llega el consenso.
La idea es que existe gran diversidad de puntos de vista acerca de lo que es necesario hacer para remediar la situación y, para efectos de simplificación, se puede decir que dominan tres tipos de estrategias a nivel mundial.
Una, la más difundida y la que tiene mayor fuerza, definida por los protagonistas que la impulsan, es la de los intereses económicos y políticos dominantes, consistiendo en disminuir el crecimiento de la población, impulsar los avances tecnológicos y buscar el crecimiento de todos los países para traer bienestar general y acabar con la pobreza.
Aunque cualquier persona estaría de acuerdo con las dos primeras recomendaciones, es en la última donde se dan las profundas contradicciones. Es decir, seguir buscando el crecimiento económico a toda costa representa una falacia, sin sustento racional, pues presupone que no hay límites al consumo en la población mundial, sin tomar en cuenta que el planeta es un sistema ecológico finito, cuya capacidad de regenerarse y de absorber desechos ha sido ya rebasada. Pensar en que todos los países deben de crecer y generalizar pautas de consumo occidental implicaría disponer de tres o cuatro planetas Tierra a nuestra disposición para poder lograrlo.
Esta visión pone todo el énfasis en los avances tecnológicos y que gracias a las aplicaciones científicas de hecho se podría seguir creciendo hasta el infinito, ignorando que el crecimiento en sí mismo implica tomar recursos naturales de manera creciente y de seguir tirando desperdicios al por mayor. Esta tesis, llamèsmola tecnológica, ignora absolutamente las leyes termodinámicas, pues por más avances científicos que se apliquen a las actividades humanas, no se puede seguir creciendo a partir de la nada, ya que es imperativo continuar extrayendo recursos naturales nuevos para alcanzar la expansión deseada, y siempre habrá un desorden no controlado en los desechos que la misma actividad creciente genera.
El esquema que presenta esta opción es dejar intactos los mecanismos del sistema depredador, sin alterar gran cosa los hábitos inducidos de consumo, el seguir persiguiendo las mayores tasas de rentabilidad, asegurar el funcionamiento de un sistema financiero que seguirá causando burbujas especulativas, a costa de la salud económica del resto de los sectores y, como resultado de todo lo anterior, seguir perpetuando las diferencias e injusticias sociales. Es seguir haciendo las cosas como hasta ahora, pero eso sí, con mayores avances tecnológicos, queriéndole dar al sistema económico una fachada verde.
La visión hasta aquí descrita está sostenida por algunos economistas notables, siendo uno de ellos el profesor de la Universidad de Columbia, Jeffrey Sachs, con su visión globalizadora, que tanto encanta al gobierno norteamericano, mediante el uso de soluciones magnánimas, pero de pocos resultados tangibles. Sachs es tristemente recordado por sus fallidos planes de choque llevados a cabo en Bolivia y Argentina en las Américas, y en Rusia y Polonia, que llevaron al desastre a esas naciones. Recientemente publicó su libro "End of Poverty" donde recomendaba fuertes dosis de ayuda gubernamentales, vía Naciones Unidas y sus agencias, que tampoco han dado ningún resultado y sí, en cambio, han representado un significativo derroche de recursos financieros. Sachs se constituye como un profeta de la visión global, patrocinada, insisto, por Wall Street y sus seguidores neoliberales alrededor de mundo.
Otros ideólogos que soportan esta versión tecnocrática "verde", abusando del concepto de la sustentabilidad, son los economistas del Banco Mundial y Fondo Monetario Internacional; Anthony Giddens (En el límite: la vida en el capitalismo global); Thomas Friedman (La tierra plana), influyente columnista del New York Times; y toda una plèyade de premios Nóbel con perfil eminentemente financiero y monetarista.
Una segunda vía, menos difundida, porque no es cubierta por los grandes medios de comunicación, pero ya con algunos avances interesantes en los mismos Estados Unidos, Canadá y Europa, la difunden profesores y economistas de primer orden, como David Korten (Agenda for a new economy), Herman Daly (Ecological Economics), James Gustave Speth (A bridge at the end of the world), Paul Hawken (Blessed unrest), Muhammad Yunus (Hacia un mundo sin pobreza, y fundador del Grameen Bank), Lester Brown (Plan B.4) y John B. Cobb (For the common good), entre otros, consistiendo en soluciones desde abajo, a nivel local, y que se van sumando para ir diseñando una nueva economía.
Este camino novedoso y singular privilegia la idea de reforzar a las unidades económicas que sí crean riqueza real, a base de cambios en su organización, en la manera responsable de hacer negocios, en respetar los ciclos y mecanismos ambientales (por ejemplo, practicar la agricultura orgánica de consumo local, en contra de la operación de grandes consorcios agroindustriales exportadores), regular al máximo las actividades financieras, recuperando para las comunidades la posibilidad de acceder a recursos monetarios para impulsar proyectos locales, recobrar el monopolio de la emisión de dinero por parte del estado, evitando así la necesidad de aumentar impuestos, y, en general, respetar las aspiraciones de la población, en absoluta armonía con la ecología.
La visión de una nueva economía resalta la vocación de una sociedad realmente sustentable, con papel preponderante de la propiedad comunitaria de los bienes de producción, sin que se busque el crecimiento material de manera indiscriminada, y sí en cambio subrayar aspectos clave del bienestar medidos a través de indicadores que realmente tienen significado para las mayorías, contrastando con los indicadores tradicionales como PIB, índices del mercado de valores, etc.
Esta segunda gran estrategia utiliza los mecanismos de mercado, en búsqueda de recrear las ideas del estado de bienestar que tuvieron su auge después de la segunda guerra mundial, y a la vez regulando que las tasas de ganancia sean razonables, lo cual podría representar su punto débil, pues estaría por determinarse que se considera como "utilidades razonables" y cómo podría evitarse el proceso de monopolización que de forma natural se reproduce en las clásicas relaciones capitalistas. Hay ya ejemplos palpables de lo que se puede lograr a nivel comunitario sin el gran despliegue de recursos que patrocina el Dr. Sachs, así los casos del estado de Kerala, en la India, la ciudad de Curitiba en Brasil, o la misma Cuba con sus unidades agrícolas descentralizadas, que ya permean el mismo ambiente urbano de La Habana, prueban los alcances de esta ideología.
Una tercera vía que va más allá de las reformas y regulaciones, pues plantea deshacerse por completo del sistema capitalista con todo y su lógica de búsqueda de utilidades como principal estímulo para invertir y producir, además de buscar que los medios de producción no sean de exclusiva propiedad privada, sino más bien comunitaria y estatal, se desliga de la idea que se tiene de un socialismo centralizado y burocráticamente organizado a base de megaplanes que regían toda la vida económica de los viejos países comunistas, principalmente ejemplificados por la desaparecida Unión Soviética. Al contrario de esa experiencia histórica fallida y antidemocrática, la alternativa que propone esta nueva visión es partir desde abajo, descentralizar el proceso, y que sean las mismas unidades locales y regionales las que planteen sus propios planes y estrategias. La suma de las voluntades participativas daría diseño también a las grandes decisiones a nivel país. Esta vía implica devolverle al dinero su auténtica función de instrumento de cambio, y no de acumulación, pues parte de la idea de que el bienestar común es el que debe de regir las decisiones económicas, formando una simbiosis estrecha con el mecanismo ecológico.
La idea de la simbiosis entre relaciones sociales y sus ligas con la naturaleza la desarrolló Karl Marx desde la segunda mitad del siglo XIX inspirado por los descubrimientos del físico Justus Von Liebig a principios del mismo siglo, quien desde entonces ya criticaba las practicas de comercialización agrícola imperantes en Europa, señalando asimismo la extirpación de nutrientes de la tierra que esa práctica provocaba. De esa manera, fue cuando Marx advirtió que existía una peligrosa brecha en dicha simbiosis generada por la explotación capitalista de la tierra, al darle la categoría de mercancía (commodity).
Los principales impulsores de esta visión radical lo constituyen economistas académicos de la talla de John Bellamy Foster (autor del libro The Ecological Revolution), James Petras (autor de varias obras en torno al imperialismo), Henry Veltmeyer (El sistema en crisis), Fred Magdoff (The ABC of the Economic Crisis), Michael Lebowitz (The social alternative) e Istvàn Mèszàros (Social Structure and forms of Consciousness), inspirados varios de ellos por la obra de Paul Sweezy y Harry Magdoff.
El tercer camino examinado requiere de toda una revolución del sistema económico, abarcando las relaciones sociales y la simbiosis comentada con el medio ambiente, y su realización requiere de un largo proceso. Venezuela es un ejemplo aún incipiente de esta vía, pero la organización de círculos comunitarios y representaciones consejales regionales constituyen los primeros pasos, al igual que los esfuerzos desplegados en el campo, al adoptar técnicas agrícolas sustentables.
Al examinar cualquiera de estos grandes caminos, y las variantes posibles, se percibe que para las décadas que vienen en el mundo transitaremos por épocas de cambio, pero será la profundidad de la estrategia seguida y sus resultados traducidos en el bienestar de la población lo que determinará su éxito o fracaso. Lo que es determinante y urgente es el involucramiento de los habitantes terrestres, so pena de dejar en pocas manos decisiones que afectarán a los casi 9 mil millones de habitantes que se espera tener para nuestro planeta en el año 2050.