En 1992 los profesores de Economía Bikhchandani, Hirshleifer y Welch, de la Universidad de California en Los Ángeles, demostraron la existencia de comportamientos gregarios en los consumidores. Para entender el proceso se valieron de un ejemplo tan sencillo como eficaz: basta con imaginar dos restaurantes idénticos, situados uno enfrente del otro, los mismos menús, los mismos precios, la misma calidad, el mismo servicio y el mismo aspecto. En ninguno de los dos hay ningún cliente. Como son tan parecidos el primer cliente en llegar no sabe bien por cuál de los dos decantarse, lanza una moneda al aire y la suerte decide el restaurante de la derecha.
A continuación llega un segundo consumidor con hambre y ganas de comer, tampoco conoce ninguno de los dos restaurantes y sufre el mismo proceso mental, pero repara en que en el restaurante de la derecha ya hay un consumidor. Supone que ese primer cliente debe conocer la zona y ha podido comparar ambos restaurantes, y confía en su decisión. Seguidamente llega un tercer cliente y se enfrenta a la misma decisión, pero al ver dos clientes en un restaurante y ninguno en el otro elige fácilmente. El cuarto y el quinto piensan que debe haber algún motivo fundado, sin saber que fue el azar el causante de la decisión. Cuanta más gente hay en uno de los restaurantes, más convencidos están los consumidores recién llegados de que un restaurante es mejor que el otro. Al final el restaurante de la derecha se llena y el de la izquierda está vacío.
El proceso subyacente responde a las cascadas de información, de manera que un sujeto tiende a ignorar la información disponible para copiar la conducta de otros pensando que éstos gozan de una fuente mejor o de una información más precisa. Este tipo de comportamientos también se halla presente en el reino animal, destacando algunos ejemplos como el de las hormigas; de manera que, cuando éstas encuentran una fuente de comida, suscitan una cascada informacional entre las restantes que lleva a relegar u olvidar las fuentes de alimento existentes hasta ese momento.
El proceso se completa cuando llega un cliente que prescinde del hecho mayoritario, piensa que no va a estar cómodo en un restaurante tan lleno y se decide por el otro, aunque presuntamente sea peor, no esté de moda o carezca de reputación. A partir de ahí, se desencadena un nuevo proceso que supone un trasvase de un restaurante al otro, de modo tal que los clientes nunca se dividen en partes iguales entre los dos restaurantes, sino que tienden a acudir mayoritariamente a uno de ellos para luego oscilar de nuevo hacia el otro, sin alcanzar el equilibrio que debería ser previsible ante la misma calidad y los mismos precios.
Todo la narración previa se justifica en la siguiente pregunta: ¿ha entrado un número suficiente de inversores en el mercado, preferiblemente aficionados, como para que haya otros, con distinta información u otros criterios, que decidan salirse?
Evidentemente, sería muy interesante para un trasvase del lado largo al lado corto que se superasen niveles de 12.000 del Ibex, 3.000 del Euro Stoxx y 6.000 del Dax, por hablar de los futuros que más se siguen en esta página. La superación de tales niveles provocaría el punto justo de euforia para que se sumaran al mercado los reticentes y los indecisos, así como aquellos que lamentarían haberse salido en la última corrección e intentarían entrar nuevamente.
El inversor también es gregario, tiende al mimetismo, y busca el consenso, las recomendaciones y el respaldo de la mayoría. Además de que resulta duro perderse una subida y una rentabilidad que otros sí disfrutan; en definitiva, duele que el primo, el cuñado o el vecino estén dentro ganando un 15% en unas acciones y uno fuera.
La siguiente pregunta, tendría que ver con el hecho de si en esta coyuntura sería realmente necesario que el restaurante estuviera lleno, que se diera una euforia alcista o un pánico comprador; si no ha sido suficiente este periodo de tranquilidad, de normalidad, de vuelta a la confianza, de buenos datos, que parece haber anestesiado a los inversores y haberles devuelto las esperanzas frente a la crisis existente y el apetito por las inversiones y el riesgo; si no habrá bastado con el optimismo de que el Dow Jones superara la barrera de los 10.000.
A la espera de ver si esta última fase del mercado ha consistido en un proceso distributivo, como parecen indicar los patrones de volumen, o en un proceso consolidativo, el mercado parece que podría estar preparado para afrontar una nueva subida. Queda por ver si habrá que concederle mayor o menor credibilidad que un mero banderín de enganche.
Si el lector del blog es algo cinéfilo, verá que el título ha quedado como para hacer una película de Guy Ritchie, como aquella de Lock, Stock and Two Smoking Barrels. Y a propósito de aquella película algo gamberra e incendiaria, viene a cuento la cerilla. No deje de recordar la frase de John Kennedy: “La bolsa es un juego que consiste en ir pasando de unos a otros una cerilla encendida hasta que llega a uno que se quema los dedos.”