Dicen que una democracia participativa deja de ser democracia justo en el momento en que deja de ser participativa. Hago mención a este hecho por el aluvión de críticas que se han vertido en los últimos días ante la negativa de la casta política a someter a referéndum la modificación de la Constitución Española.
Es curioso que un libraco antiguo y desfasado que se/nos han/hemos pasado por el forro de los cojones, con perdón, durante años, ahora nos resulte tan relevante y amado por todos los españoles.
Una vez hecha esta matización, aclarar que con la maltrecha y asfixiada economía española habría que hacer igual que con los cadáveres: someterla a autopsia para averiguar la causa de la muerte. Para ello, el primer paso es ser plenamente conscientes del grave problema que tenemos: una economía clínicamente en coma mantenida artificialmente en vida en contra de absolutamente todas las leyes de la naturaleza. Y esto, el 80% de los españoles no lo sabe o no quiere saberlo.
La cuestión es: ¿cómo hemos llegado a esta situación? Viajemos hacia atrás en el tiempo un par de décadas y recordemos que éramos un país modesto que aspiraba a compararse con Alemania o Francia algún día, pero con una moneda sin peso internacional, un paro por las nubes y millones de personas pasando hambre. Y de repente arranca "el milagro español", un crecimiento económico irreal sostenido por las burbujas del ladrillo y el crédito barato. Casa nueva, coche nuevo y un mes de vacaciones en la costa, todo a crédito y en el marco de nuestra flamante nueva moneda europea: el euro. Hijos ricos nacidos en familias pobres, un cambio en una sola generación. ¡Lo nunca visto!
Pero suena el despertador del nuevo iPhone comprado a crédito y volvemos al presente, donde todo se ha ido a tomar por culo de nuevo y estamos peor que hace 20 años. Los milagros no existen y por el largo camino de regreso al mundo real hemos perdido autoridad como país, tanto política como financiera. Ahora la solución no viene de Madrid, sino Bruselas y de "los mercados", esos seres no terrenales que nos azotan a diario con su látigo. Y claro, eso no nos gusta, así que gritamos, criticamos, insultamos y maldecimos a los mismos que nos prestaban dinero o nos compraban deuda en aquellos maravillosos años.
Llegados a este punto, todo ciudadano español debería plantearse una serie de cuestiones:
1. Nadie nos obligó a hipotecar nuestro futuro en cemento y ladrillos.
2. Nadie nos obligó a renunciar a nuestra devaluable peseta en pro de la moneda común.
3. Nadie nos obligó a ceder nuestra soberanía como país a la unión de un grupo de países que tenían poco o nada en común.
4. Nadie nos obligó a depositar nuestra confianza en una casta política parasitaria y sin principios.
5. Nadie nos obligó a endeudarnos hasta el infinito y creer que esa situación podría sostenerse a largo plazo.
Ahora el largo plazo ha llegado y soportar los efectos de la resaca crediticia y de crecimiento es inevitable. No lloremos, aprendamos de lo ocurrido y riánse del Estado del Bienestar.