Durante el siglo XX hemos observado el inicio formal de la línea de producción en la investigación de temas de macroeconomía. Abordajes de grandes matices pero que eran motivados por las mismas problemáticas, por cierto con gran similitud en la actualidad. De hecho, muchos opinan con gran acierto que el principal mentor y fundador de los primeros avances ha sido el brillante economista inglés, John Maynard Keynes. Aunque sin dejar de lado a economistas y filósofos denominados clásicos como Hume, Smith, Mill, Ricardo y Marx que han influido fuertemente en las primeras modelizaciones macroeconómicas y que pusieron en evidencia ciertas ideas (supuestos) las cuales en la actualidad parecen válidos.
Desde los inicios del siglo XX, uno de los tópicos más discutidos fue (y es) el rol del sector público, tema de gran debate en la agenda académica. El clásico debate de las primeras décadas entre Keynes y de otras mentes privilegiadas como la del economista austríaco Friedrich Von Hayek, ponían de relieve este tema. Sin dudas, esto tuvo un mayor interés luego de la gran depresión de la década de 1930. La tesis discutida se basa sobre si el sector público debía intervenir en la economía o solo debía seguir teniendo el rol de gendarme. Keynes aludía a que en circunstancias signadas por la crisis, el estado debía utilizar todo su poder a través del gasto público. Aunque ya en su clásico libro Teoría General de la Ocupación, el Interés y el Dinero, nos deja en claro desde qué contexto está escribiendo.
Por otra parte, avanzando con extrema rapidez ya que no es objetivo de esta nota tratar la historia del pensamiento económico, hacia los ´70 surgieron nuevas ideas acerca de las dinámicas macroeconómicas en situaciones de volatilidad y crisis, y por supuesto, el rol del estado estaba nuevamente en escena. Los llamados economistas monetaristas, por un lado, y del ciclo real por otro, como Friedman, Lucas, Sargent y Wallace, aludían principalmente desde enfoques monetarios, la ciclicidad de las actividades económicas y el rol de las expectativas de los agentes económicos. Desde estas perspectivas y muy concretamente, se postulaba la existencia de shocks exógenos aleatorios como principales causales de situaciones de desequilibrio (solo temporales) y posibles crisis. Con sesudos y brillantes argumentos, defendían una intervención del estado menor donde los individuos interactuaban con plenas libertades económicas y expectativas racionales, podrían generar dinámicas que debían convergen a situación de equilibrio o, al menos, de estabilidad sin crisis.
Sin embargo, estos desarrollos han tenido grandes vicisitudes para explicar crisis futuras como las producidas en Latinoamérica, en los olvidables ´70, ´80 y ´90, y en Estados Unidos en los 2000. En esos episodios se promovieron perspectivas endógenas que se adaptaron mejor a lo que sucedía. Como lo citamos en notas anteriores, el economista Hyman Minsky fue el principal expositor de esas ideas. Desde este punto de vista, las dinámicas macroeconómicas precedentes a una crisis tienen los elementos determinantes para tales eventos. Una idea de sostenibilidad de la performance económica que prevalece a la relacionada a shocks aleatorios exógenos como causales de disrupciones, pues tiempos de exuberancia económica siempre preceden a una crisis.
Volviendo a la discusión sobre el rol del sector público hay cierta seguridad sobre la presencia regulatoria y su eficacia en expandir la demanda en fases de estancamiento económico. Sin embargo, en la actualidad estamos en presencia de interrogantes con ciertos aires del pasado. Si observamos países como Venezuela y Argentina, de gran potencial en recursos naturales, la idea de un estado relativamente sobredimensionado en algunos aspectos, es una afirmación algo incómoda y objetada desde la idea de inconsistencia, por los gobiernos de turno y su electorado. Más aún, se denota gran perplejidad al observar las altas tasas de crecimiento económico que tuvieron esos países hasta hace pocos años, con sus matices en cada caso, y la problemática que hoy enfrentan.
Desde nuestra perspectiva, y es lo que deseamos esbozar como hipótesis, hay una gran inconsistencia entre los efectos positivos de la intervención pública, principalmente aludiendo al gasto público, y el crecimiento sostenido de tal intervención en cualquier escenario económico a través de ese elemento. La hipótesis se sustenta desde una inferencia que para muchos puede ser errónea sin previo análisis. La inferencia se relaciona con el estado como determinante de deterioro de las variables fundamentales y posterior crisis macroeconómica.
Un sector público que sostiene tasas crecientes de gasto por sobre niveles de recaudación y sin tener en cuenta la armonía con las otras variables, es planteado como un agente que promueve la inestabilidad y las fallas de coordinación, es decir, que genera posteriores crisis y volatilidades. Un sector que promulga la expansión monetaria insostenible y principalmente la demanda de consumo, en ciertos escenarios, puede generar expectativas erradas en otras variables que podrían tener estabilidad ante una política económica de suavización y coordinación. Contextos de gran demanda y desequilibrios de oferta en los mercados de bienes y factores, pueden llevar a que la expansión del consumo y de los saldos nominales se transforme en elementos conducentes a aumentos de precios y volatilidad macroeconómica. Si observamos a ambos países, desde hace mucho tiempo algunas variables tienen comportamiento sustancialmente distintos convergiendo a una estructura macroeconómica insustentable. Esta afirmación se materializa principalmente en el retroceso de los niveles de empleo, producción y aumento de las tasas de inflación, con el agravamiento de la crisis política en Venezuela.
La hipótesis endógena y de fragilidad propuesta por Minsky tendría un sector de gran preponderancia en la performance de la economía que, en ciertos períodos, podría sobreactuar teniendo consecuencias nocivas en el desenvolvimiento económico y social de un país, ya que no debemos pasar por alto que la mayor frecuencia de volatilidad real y crisis es uno de los principales generadores de desigualdad y pobreza. Argumento que debería ser tenido en cuenta seriamente no solo por quienes gobiernan, sino por los que apoyan esas banderas políticas. En concreto, si no gestionamos un comunión entre todo el espectro de variables económicas, es casi imposible que abordemos a una solución de los problemas estructurales de nuestros países. Un pensamiento que llama, sin duda, a rever ciertas hipótesis de exitismo económico en algunos de nuestros políticos contemporáneos y por qué no en el electorado siempre exento de responsabilidades y de conciencia irresponsable.