Durante los últimos meses, particularmente en Argentina, hemos escuchado algunos debates de política económica como motivo de las elecciones legislativas de Octubre y en una suerte de evaluación del estado de la economía doméstica y las políticas que se circunscribieron. A lo largo de los mismos, se mencionaron con gran asiduidad las palabras crecimiento y desarrollo casi como si estuviesen conectadas sin un dinámica o configuración que medie entre las mismas, es decir, en una idea de fuerzas ocultas operando en aras de abordar a la conjunción de esos dos procesos macroeconómicos. Si bien muchos podemos tomar esas ideas como una construcción deseable y posible, no es del todo correcto aseverar que un estado de crecimiento económico va a funcionar como condición necesaria y suficiente del estado de desarrollo de un país.
Lo cierto es que la noción de desarrollo económico implica otros aspectos además del crecimiento como condición fundamental. Es un concepto de mayor amplitud relacionado con aspectos institucionales, de producción, mejora de la calidad de vida de los individuos y un contexto de mayor incertidumbre económica derivada de un marco de políticas que contribuyan a la estabilidad económica. Por consiguiente, una economía desarrollada seguramente será aquella en la que encontremos un sistema productivo desarrollado y, con esto decimos, diversificación productiva con generación de un alto nivel de valor agregado, en un escenario de políticas de estabilidad y prudencialidad económica. No obstante, es totalmente cierto que países que evidencian un sendero de desarrollo pueden sufrir choques negativos como la última crisis financiera internacional o, dentro de la transición hacia estados de mejoras en todo el sistema socio-económico, se pueden generar ciclos internos que afecten tal objetivo; es decir, fricciones dadas por la lucha en base a qué sector o quiénes terminan logrando mayores beneficios en el corto plazo.
Por esos motivos, las políticas conducentes hacia el desarrollo deben estar contenidas dentro de una estrategia sistémica de nación cuyos principales aspectos deben ser la sustentabilidad del crecimiento económico, los avances hacia una mayor calidad cívico-institucional, sistemas impositivos progresivos y acordes a la estructura económica, entre otros aspectos. Desde este punto debemos notar que en un mundo de mayor comercio y flujos de información parece paradójico que postulemos que los principales esfuerzos se deben enfocar en la resolución de las inconsistencias internas, las cuales, eventualmente, pueden llevar a las economías a puntos divergentes del objetivo de desarrollo. En este sentido, uno de los mayores estudiosos del desarrollo latinoamericano, Raúl Prebisch, observó con gran proyección muchos de los aspectos que hasta la actualidad son causales de dificultades y crisis económicas. En una de sus obras magistrales, Hacia una dinámica del desarrollo latinoamericano (1963), plantea la necesidad de una mejora estructural del sistema económico la cual brindará una mayor capacidad de respuesta ante la necesidad de enfrentar choques externos y, de este modo, una menor vulnerabilidad. En palabras de Prebisch: ``...la corrección de la vulnerabilidad de origen externo de nuestras economías es esencialmente de carácter estructural antes que cíclica, si bien caben algunas medidas anticíclicas que complementen las soluciones estructurales…´´.
Sin dudas, la corrección de las vulnerabilidades no solo externas sino principalmente internas, es un trabajo de coordinación Intertemporal de gestión de política de mediano y largo plazo el cual caracteriza a los procesos de desarrollo económico. La afirmación de otro de los más notorios teóricos de desarrollo subraya este punto: ``…Por desarrollo, en consecuencia, entenderemos solamente aquellos cambios en la vida económica que no son forzados en ella desde afuera, sino que surgen por su propia iniciativa, desde adentro…´´ (Schumpeter, 1934).
Cabe preguntarnos entonces por qué en la actualidad no podemos afirmar fehacientemente sobre la existencia de un proceso de éste tipo en países como Argentina, el cual experimentó un proceso de varios años de crecimiento económico y de performance favorable en casi todos los fundamentales macroeconómicos. La respuesta se basa esencialmente en la inexistencia de ciertos factores que conforman, todos ellos, el benchmark necesario para un corredor de desarrollo.
En forma sucinta y en un marco netamente analítico y reflexivo, podemos referirnos a dos aspectos fundamentales que se observaron solo en algunos países de la región, como Argentina y Venezuela, a pesar de que se observaron desenvolvimientos macroeconómicos similares respecto de países restantes y que imposibilitaron una eventual estrategia de desarrollo:
-El control insípido de la dinámica inflacionaria, ésta última como un resultado principalmente de una política económica errónea de sesgo cortoplacista.
-La descoordinación y escasa diversificación de la estructura productiva. Mecanismo que, a su vez, podría surtir efectos de amortiguación ante súbitos choques exógenos.
La inflación es el resultado de una estructura económica que debe ser motivo de mejora y, por otra parte pero no ajena a la primera, es consecuencia de una política económica inconsistente respecto a sus objetivos. La primera causa, estudiada extensamente por Olivera (1960), es de mayor complejidad que la segunda y se refiere a los aspectos no monetarios de la misma. Se requiere una gestión de política sustentable y coordinada que contribuya a sortear las dificultades de orden estructural del sistema productivo de una nación, atacando las distorsiones nominales de forma de evitar los efectos de desbalances: economías con problemas de gestión en los procesos de industrialización debido a la vulnerabilidad frente a súbitos reflujos de financiamiento externo (Calvo et al., 2008). Desde estos aspectos, el auge comercial que contribuyó a cierta holgura en la liquidez externa de la región, Argentina principalmente con los precios de la soja (el gráfico N°1 muestra la tendencia de cierta volatilidad), no parece haber sido hasta este momento un elemento financiero de promoción de otros sectores del aparato productivo.
Gráfico N°1: Índice de Precios de soja y derivados
Fuente: FMI
Adicionalmente, la escasa diversificación de la estructura productiva de los países (Argentina) tiene gran causalidad sobre los problemas que una nación enfrenta ante hechos disruptivos de carácter exógeno y, como se mencionó más arriba, la imposibilidad de funcionar como un mecanismo de amortiguación frente a éstos últimos. Si bien ante crisis sistémicas es probablemente difícil amedrentar sus efectos, una mayor amplitud de sus bienes transables seguramente tienda a minimizar los costos de derivados en comparación a una estructura casi de monoproductos. Si revisamos la historia reciente, las economías con concentración de un solo sector en sus exportaciones fueron objeto de crisis externas con dinámicas exorbitantes de los procesos inflacionarias: la necesidad del repago de la deuda en un escenario de reversión de flujos de inversión hacia más probable el descontrol de la emisión monetaria. Para un caso actual, imaginemos los efectos de una abrupta caída del precio del petróleo sobre las cuentas externas y la economía doméstica de Venezuela.
Aquí también se evidencia la segunda causa del primero de los aspectos que mencionamos. Una política económica inconsistente va a enfatizar y retroalimentar los problemas estructurales. Dentro de la política económica englobamos a la políticas de deuda externa-interna (fragilidad financiera), cambiaria, fiscal y monetaria. Si observamos el caso argentino, notamos una política monetaria que no guarda sincronía con la dinámica de la economía real: desde 2011 el país experimenta bajas tasas de crecimiento pero con una emisión monetaria en niveles alarmantes. La inconsistencia de la sobreemisión no nos brinda una explicación holística pero sí un atenuante no menor que implica, seguramente con efectos de segunda ronda, altas expectativas de precios de bienes y factores: no es casual que las paritarias de salarios de 2013 fueran del orden del 25% promedio.
El segundo punto refiere a uno de los mayores anhelos lógicos sobre las economías de la región desde la segunda mitad del siglo XX, y que también está presente en el factor anterior. La necesidad de generación de liquidez externa para financiar un proyecto económico que dinamice, diversifique y coordine la estructura productiva del país con el objetivo de evitar los ciclos denominados stop-go, muy conocidos en estas latitudes, y acoplarse finalmente al sendero de desarrollo. Asimismo, en este sentido, no solo se tornaba esencial la generación de liquidez sino también la necesidad de captar inversión externa directa como fuente de financiamiento para emprendimientos productivos los cuales podrían generar economías regionales, mayor empleo y demanda, y un ambiente que posibilite la innovación; fuente indudable del desarrollo productivo. El aumento sostenido de los términos de intercambio dado por los principales productos exportables de la región junto con las fuertes tasas de crecimiento económico, en perspectiva histórica, de la primera mitad de la década de los 2000 (Gráfico N° 2 A y B), no parece corresponderse con la coordinación y diversificación esperada del sistema productivo, pues las tasas de concentración de las exportaciones sobre el sector primario aún siguen siendo el factor preponderante del comercio internacional e incluso la misma se ha profundizado (Gráfico N° 3).
Gráfico N°2.A: Índice de Términos de Intercambio (eje izquierdo, en línea) y Saldo de Balanza Comercial en porcentaje del PIB (eje derecho, en barras)
Fuente: FMI
Gráfico N°2.B: Tasa de crecimiento económico para países seleccionados
Fuente: FMI
Gráfico N°3: Exportaciones por productos en miles de dólares
Fuente: UNCTAD
Sobre este segundo aspecto que mencionamos, es dable de destacar una característica determinante evidenciada en algunas economías de la región: la política fiscal de cierto sesgo populista en Venezuela como principal exponente. En esos países se produjo un aumento discrecional del gasto público que, a su vez, generó un empuje excesivo sobre el consumo doméstica que consiguientemente activaría el mecanismo de precios. Esta secuencia afectó la coordinación de la relación oferta-demanda interna. La primera consecuencia fue un aumento de la utilización de la capacidad instalada y un aumento en las importaciones de bienes. Seguidamente, los precios se dinamizaron, inaugurando el ciclo de caída en los superávits gemelos y aumentos sostenidos de la inflación doméstica a contramarcha de lo que sucedía en otros países de la región como los casos de Colombia, Perú y Uruguay.
Hasta la actualidad, el diagnóstico del estado de situación por parte de los hacedores de política de los países que mencionamos no es del todo correcto. El control de los precios, el control de cambios y las importaciones de bienes han sido los principales elementos de política poco sustentables o efectivos en el corto plazo pero generando fuertes distorsiones en el mercado interno. Sin dudas, los resultados no fueron favorables ya que el ciclo desfavorable ha tendido a acentuarse: el manejo de las variables nominales de la economía se ha tornado muy complejo y, como consecuencia, la competitividad de las economías mencionadas, vía el tipo de cambio real, se encuentra en flanco deterioro. Observamos, a la postre, un patrón de descoordinación e inestabilidad macroeconómica. No, sin embargo, del tipo estabilidad inestable à la Minsky sino un escenario de complejidad con ciertos grados de libertad brindados por el frente externo; concretamente los flujos financieros.
Desde estos puntos, debemos anotar que el crecimiento de las economías lamentablemente no se traduce en un sendero de desarrollo de manera automática. Como lo muestra el párrafo precedente, un crecimiento descoordinado acompañado por una política económica sin sustento y sesgada hacia el corto plazo, puede ser un arma de doble filo. Nuevamente, como lo planteamos en notas anteriores, la visión sistémica y de largo plazo de las políticas económicas se está transformando en un elemento de gran importancia para no solo evitar o minimizar futuras crisis sino en aras de configurar un horizonte donde finalmente converjamos al desarrollo de las naciones. El planteo es difícil pero deseamos que no se transforme en una quimera.
Bibliografía:
- Calvo G., Izquierdo A. y Fernando Mejía L. (2008), “Systemic Sudden Stops: The Relevance of Balance Sheet Effects and Financial Integration”, National Bureau of Economic Research WP N° 14026.
-Olivera J. (1960), “La teoría no monetaria de la inflación”, El Trimestre Económico, octubre-diciembre 1960.
-Prebisch, R. (1963), “Hacia una dinámica del desarrollo latinoamericano”, Fondo de Cultura Económica, México.
-Schumpeter J. (1934), “The Theory of Economic Development”, Cambridge.