Walter Bagehot en su extraordinario libro Lombard Street: A Description of the Money Market (1873), nos brinda grandes lecciones acerca del buen funcionamiento de un banco con supremacía en el mercado de dinero; hasta W. Jevons desde su fenomenal Money and the Mechanism of Exchange (1875) invitaba a la lectura de Bagehot si se quería indagar los misterios del mercado monetario.
Bagehot en su alusión al Banco de Inglaterra, afirmaba reiteradamente no solo que el rol precautorio de las reservas (en ese momento reservas fraccionarias de oro metálico) era crucial sino que, en ese respecto, advertía la vulnerabilidad que tenía el instrumento fundamental de la economía: el crédito. En palabras de Bagehot: ``…Any sudden event which creates a great demand for actual cash may cause, and will tend to cause, a panic in a country where cash is much economized, and where debts payable on demand are large… . But it is of great importance to point out that our industrial organization is liable not only to irregular external accidents, but likewise to regular internal changes; that these changes make our credit system much more delicate at some times than others.´´. Una frase con una característica evidente: su espectacularidad reside simplemente en que parece ser emitida en alusión a nuestra actualidad.
Como señalamos, la realidad contemporánea no es ajena a esa frase de fines del siglo XVIII. Muchas de las características del mercado de dinero en general, y el sistema financiero en particular, han permanecido casi intactas a pesar de los grandes cambios que observamos en la arquitectura financiera internacional y el sistema económico. En este sentido y en un marco de gran apertura económica, los últimos años han estado marcados por eventos financieros caracterizados por grandes volatilidades con convergencia hacia obligaciones que no podrían cumplir. Es particularmente interesante notar que en la época de Bagehot ya se advertían rasgos insostenibles del sistema. No obstante, no afirmamos que sea una cuestión económica sencilla advertir el momento exacto la configuración de una eventual crisis pero los hacedores de política deberían comenzar a cuestionar el límite de sus horizontes de razonamiento y temporalidad.
Aquí se plantea, a nuestro entender, una de las cuestiones centrales de la fase previa a la divergencia la cual está identificada por la siguiente dinámica: crecimiento-turbulencia-crisis-contracción. Aunque parezca ambivalente, la estabilidad del crecimiento convive con la inestabilidad si el escenario de interrelaciones económicas está caracterizado por arreglos instituciones débiles y donde se favorecen las ganancias de corto plazo en lugar del suavizamiento sostenido de las utilidades a lo largo del tiempo. En un contexto de crecimiento es deseable abonar el mediano y largo plazo por sobre la necedad de la inmediatez. Esto debe ser obligación suprema del público.
Como un juego dinámico de estrategias de múltiples resultados, el sector público debe acordar una estrategia que tenga el objetivo principal de la estabilidad o, al menos, minimice los rangos de dispersión de las variables económicas. En este juego también tenemos al sector privado representado por dos actores: las empresas y los bancos.
Si observamos la historia de las crisis financieras, el sector privado no tiene comportamientos estables ni la capacidad de estabilizar su propio comportamiento ante la sospecha o aparición de hechos disruptivos. Contrariamente, sí podemos clasificarlas como estrategias estáticas maximizadoras de utilidades particulares.
Sin embargo, el sector público puede establecerse en un marco de una estratégica mucho más acaparadora y de visión sistémica. Las obligaciones de estabilizar y distribuir en aras de una sociedad más equitativa se diferencian notoriamente del comportamiento de los agentes privados. Si postulamos que el resultado del juego, dada una cierta utilidad para la sociedad, llega a un punto de utilidad menor cuando el sector público arriba con éxito a la regulación del ciclo económico que ex post puede llevarnos a una crisis, los agentes privados no tendrán incentivos a que el estado regule la dinámica económica. En este sentido, los bancos acompañarían un ciclo expansivo a través de mayor oferta de préstamos en el marco de una eventual mayor captación de depósitos como consecuencia de esa mayor actividad e instrumentos de pago (dinero). La otra parte del sector, empresas, tomarían créditos (deuda) para invertir de acuerdo a la velocidad del ciclo inmediato anterior.
Análogamente, podríamos postular que el accionar del sector público está en condiciones de minimizar la probabilidad de los eventos de pánico precedentes a esa dinámica tal como lo menciona Bagehot, es decir, se tendría un set de escenarios posibles donde la ocurrencia de disrupciones se optimizan con el objetivo de evitar pagar los costos derivados de una crisis financiera. Es necesario que las instituciones regulatorias (como el Banco Central y entidades sindicalizadas) puedan limitar los comportamientos exacerbados (o que presentan súbito crecimiento) del conjunto de los agentes. Por consiguiente, la patología de maximizar las ganancias de corto plazo se vería limitada al menos en el país o conjunto de países que implementen esta estrategia.
Por otra parte, si postulamos que el estado no tiene los elementos y el espacio fiscal necesarios para regular los comportamientos inconsistentes debido a la configuración institucional con sesgos de prebendas y adicionalmente, como hemos observado en distintos casos de economías emergentes, se estaría frente a un escenario de fragilidad patrimonial donde también se limita toda acción futura; el resultado estaría caracterizado por la mencionada fase crecimiento-turbulencia-crisis-contracción. Este sendero también podría presentar un creciente endeudamiento interno y externo como medidas implementadas para salir del mismo y poner a la economía nuevamente en la estabilidad de largo plazo. Sin embargo, el mayor endeudamiento si no es acompañado por una generación independiente y genuina de ingresos (crecimiento de la actividad real), el final será el mismo. Las economías no podrán sostener un ajuste futuro dado por una política fiscal y/o monetaria contractiva ya que, como sabemos, no podemos perder de vista la equivalencia ricardiana.
El planteo de una especie de juego entre el sector público y privado en un entorno económico dado por el comportamiento de ambos y mediante el cual las diferentes estrategias tienen resultados cualitativamente distintos, ha sido observado en la experiencia de varios países emergentes de Latinoamérica y Asia hacia finales del siglo XX, y en Europa en la actualidad pasando por Estados Unidos principalmente durante el trienio 2007-10. Como casos testigos tenemos en Latinoamérica a Chile y Argentina con las denominadas experiencias liberalizadoras de fines de 1970 y los Tigres Asiáticos (Tailandia y otros) en el sudeste Asiático. Por otra parte y llamativamente, la crisis de Hipotecas Subprime en Estados Unidos como también actualmente la acuciante bancarrota de la ciudad industrial de Detroit. Adicionalmente el contagio acompañado por un enorme endeudamiento previo de la periférica europea como Irlanda y Grecia desde 2010.
Volviendo a la idea del principio, tenemos una gran evidencia que el sistema económico tiene un factor que se puede transformar en un enorme desestabilizador pari passu el crecimiento de la actividad y el desarrollo de nuevas formas de intercambio. El mercado monetario y financiero son y van a continuar siendo naturalmente inestables en muchos países si se persigue la misma estrategia de sesgo cortoplacista sin acciones regulatorias contundentes. Mientras que, por otra parte y siendo una cuestión no sencilla, se dispone de otra estrategia cuyo principio es el suavizamiento de los beneficios de corto plazo, la cual nos plantea un desafío con grandes porciones de austeridad pero con un futuro, desde nuestra óptica, algo menos incierto.