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Las últimas recomendaciones publicadas recientemente por el FMI en su examen anual de la economía española están encaminadas, en palabras del jefe de la misión, Helge Berger, a mantener un sólido ritmo de crecimiento. España ha experimentado un notable repunte de la actividad económica gracias al fortalecimiento de la confianza, la consolidación fiscal y las reformas llevadas a cabo en el mercado laboral. De esta manera, se prevé que la tasa de crecimiento ascienda al 3,1% este año, situándose entre las más altas de la zona euro. Sin embargo, señala Berger, problemas como el alto nivel de deuda pública y privada o la elevada tasa de desempleo estructural hacen que el potencial de crecimiento de la economía española a largo plazo no sea tan alto como cabría desear.    

El desplome generalizado de las bolsas en los últimos días es el reflejo de una incómoda incertidumbre sobre el estado general de las economías. La idea subyacente tras interminables datos y gráficas sobre crecimiento es, posiblemente, si estamos preparados para prevenir un nuevo desastre financiero y macroeconómico. ¿En qué punto estamos? ¿Hemos hablado de lo realmente importante? ¿Cuáles son nuestras propuestas? Preguntas nada retóricas como éstas se formula el americano Joseph E. Stiglitz, Nobel de Economía en el año 2001, en el ensayo What Have We Learned, publicado por The MIT Press hace tan solo unos meses. Sus conclusiones pueden ser resumidas en tres puntos:

1.    Política fiscal y monetaria para atender problemas estructurales.

2.    Finanzas públicas sostenibles a largo plazo.

3.    Reformas estructurales que actúen sobre condiciones de crecimiento a largo plazo, aumentando la confianza.

Resulta sencillo considerar estas medidas como positivas o, mejor dicho, parece complicado en el contexto histórico, económico y político que nos ocupa, diferir de ellas. Esto se debe, en buena medida, a un ruidoso cambio de paradigma en la forma de analizar la actualidad macroeconómica. Como señalaba Krugman en su columna de los viernes en The New York Times hace unas semanas, es la hora de lo que él denomina the M.I.T. gang, la pandilla del M.I.T. Las grandes figuras de la economía mundial en la actualidad se han formado intelectual y académicamente en el prestigioso Massachusetts Institute of Technology, de raíces tradicionalmente keynesianas. Entre la nómina de doctorados en la institución encontramos a Ben Bernanke, expresidente de la Reserva Federal; Mario Draghi, presidente del Banco Central Europeo; Olivier Blanchard, actual economista jefe del Fondo Monetario Internacional; galardonados con el Nobel como los propios Krugman o Stiglitz. La lista de personalidades influyentes es larga, y el análisis común que del estado de salud de la economía mundial hicieron tras la crisis iniciada en 2007, certero: inflación y tipos interés se mantendrán bajos mientras la economía estuviese deprimida. Quienes abogan por un mayor control del gasto, como el alemán Jens Weidmann, presidente del Bundesbank, han planteado una férrea resistencia.

La propuesta estrella de la pandilla del M.I.T. ha sido, sin duda, la implantación de lo que conocemos como expansión cuantitativa (QE, por su acrónimo en inglés), idea con origen en Japón a comienzos del nuevo milenio de la pluma de un desconocido profesor de economía llamado Richard Werner. El QE es una herramienta de política monetaria poco convencional utilizada por los bancos centrales para aumentar la oferta de dinero, dotando al sistema de liquidez. En la actualidad es un programa de estímulo de sobras conocido, implantado por entidades independientes en todo el mundo como la Reserva Federal, el Banco Central Europeo o el Banco de Inglaterra. Sus efectos se han hecho sentir de forma notable tanto en Estados Unidos como en las economías de la zona euro, traduciéndose en una mayor confianza de los mercados. Sin embargo, el aumento de reservas del sistema bancario no se ha visto reflejado, necesariamente, en un mayor acceso de los consumidores y empresas al crédito. No bastan programas de estímulo: resulta necesaria una mayor reforma estructural. Como señalan los informes del FMI de Blanchard, hay que seguir adelante.

Ante señales que apuntan a una nueva recesión, algunas voces en la Reserva Federal mencionaban ayer, 25 de agosto, la posibilidad de lanzar un programa de QE masivo con el objetivo de paliar en alguna medida sus efectos. ¿Hasta qué punto mantendrán los inversores la confianza en los bancos centrales? El contexto geopolítico resulta, además, especialmente complicado: el barril de brent sigue en caída libre, sugiriendo una situación muy peligrosa. Khalid Alswellem, ex jefe de inversiones de la Agencia Monetaria de Arabia Saudí se muestra preocupado en Bloomberg. «Estamos abocados a un golpe de suerte, no a correcciones del sistema». Por otro lado, Rusia, con un decrecimiento de más del 4 % y varios frentes abiertos, como las sanciones internacionales en torno al conflicto ucraniano y la caída del precio del petróleo y el gas, ha declarado su firmeza en no adoptar medidas de QE. La tasa de crecimiento en China despierta no pocas incertidumbres.

¿Cómo podríamos tomar el pulso de la economía, el crecimiento y confianza del mercado, rodeados de tantas variables? Seguiremos atentos a los datos en todas direcciones y en especial a las estimaciones de crecimiento de China y el resto del mundo para este año.

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  1. #1
    26/08/15 15:18

    El bueno de Krugman dice que como la impresión masiva de todo tipo de divisas sólo ha impulsado la burbuja de bonos y bolsa, y el impulso se acabó, la solución es seguir imprimiendo más, hasta que la gente pierda ya totalmente la confianza en la moneda fiat y todo explote..

    Es como suele comentar Tomás Iglesias, dado que una medida aplicada masivamente no ha funcionado, y todo se cae, sigamos aplicando esa medida porque básicamente no tenemos nada más..., da igual que funcione o no...

    Sería interesante ver cómo acaba sino fuera porque como predice Llinares, igual acabamos dependiendo de una escopeta y un bote de miel.

    Saludos

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