Cuando Antonio Brufau llegó a la presidencia de Repsol, en 2004, su prioridad era “llenar la neve-ra”, es decir, buscar hidrocarburos para disponer de un buen volumen de reservas y que la compa-ñía dejara de ser “una petrolera sin petróleo”. Ba-jo sus riendas, Repsol se embarcó en un potente ciclo inversor en exploración –unos 11.000 millo-nes de dólares entre 2006 y 2015–, que le han permitido disponer de unas reservas de 3.000 millones de barriles. En los últimos cinco años, con la nevera en condiciones, la inversión en esta área se ha reducido prácticamente a la mitad –unos 2.500 millones–, y todavía va a encoger más en el próximo quinquenio, quedándose en apenas 800 millones. De acuerdo con estas ci-fras, recogidas en su nuevo Plan Estratégico 2021-2025, podría decirse que Repsol es una pe-trolera que renuncia a buscar más petróleo. La realidad no es tan extrema, por supuesto, pero no cabe duda de que la compañía dirigida ahora por Josu Jon Imaz está enfocada en crecer en negocios con bajas emisiones de carbono –hoy se cumplen dos años desde que anunció su objetivo de ser neutra en emisiones de CO2 en 2050– y necesita liquidez para invertir en ello. En 2018 vendió su 20% en Naturgy a CVC por 3.816 millones de euros y aprovechó ese capital para rebajar deuda y para comprar activos eléctricos a Viesgo y a otras empresas, como Forestalia o Ibereólica, con los que en dos años ha armado una potente división de negocio a la que quiere destinar el 30% de la inversión total en los próxi-mos cinco años, unos 5.500 millones de euros. El negocio de exploración y producción seguirá recibiendo la parte del león de las inversiones, con una media de 1.600 millones de euros al año, pero básicamente para extraer hidrocarburos de cuencas con producción flexible –recursos no convencionales– y fácilmente adaptable a los cambios de un mercado saturado cuya deman-da, según augura la Agencia Internacional de la Energía (AIE), será plana en esta década, para descender posteriormente, según ganen prota-gonismo la electricidad de origen renovable y otras tecnologías bajas en emisiones de carbono. Repsol, en suma, va a usar sus reservas –son rentables con el barril a 40 dólares– para multi-plicar por cinco el flujo de caja, desde los 1.000 millones logrados en el período de 2016 a 2020 hasta los 5.000 millones previstos de 2021 a 2025 y financiar con ellos el crecimiento en tec-nologías bajas en carbono, desde la eólica y la solar hasta los biocarburantes o el hidrógeno. Mucho más que renovables Los objetivos de la empresa en este negocio son relevantes, con 7,5 GW de potencia eléctrica ins-talada, con una producción de biocarburantes de 1,3 millones de toneladas al año o con una capa-cidad de producción de hidrógeno de 400 MW. El grueso de este desarrollo se producirá en Es-paña y en Chile, pero a partir de 2023 prevé sal-tar a otras latitudes, donde ya cuenta con una cartera bruta de 4.200 MW, sobre un total de 12.769 MW, considerando también la potencia instalada en la actualidad. Para captar más capi-tal no descarta sacar a bolsa una parte del nego-cio verde o dar entrada a un socio que aporte un mínimo de 1.400 millones. Repsol lleva ventaja en un camino que empie-zan a recorrer sus rivales, en un sector que histó-ricamente apenas destinaba el 1% de su inver-sión a otro negocio que no fuera el tradicional, pero que le preocupa encontrarse con activos va-rados –los stranded assets–, imposibles de ex-plotar por las emisiones de CO2, que la AIE esti-ma en 400.000 millones de dólares en su esce-nario compatible con el Acuerdo de París. Repsol, obviamente, no reniega del petróleo, ni de sus múltiples usos, pero se prepara para lo que pueda venir. Así, se anotó un deterioro de activos de exploración y producción de 4.800 millones de euros al anunciar que sería neutra en emisiones de carbono hace dos años, y asume costes adicionales para alcanzar ese objetivo, co-mo los 247 millones de euros que gastará para instalar un sistema de captura de carbono en el megayacimiento de Sakakemag, en Indonesia. Y las rentabilidades que obtendrá no son ma-las: superiores al 10% en las renovables de la Pe-nínsula Ibérica –del 12% al 18% en Chile–, y en el caso de los biocarburantes, mayores del 15% hoy en el economsta opinion de tomas diaz periodista