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Preparando la maleta

Los elementos básicos para la elaboración de nuestro Plan Patrimonial son el ahorro que generamos y nuestro patrimonio personal, en especial el financiero e inmobiliario. Son, de alguna manera, el equipaje que va a acompañarnos.

En lo que respecta al ahorro que generamos, poco debemos comentar. Una simple formula, ingresos menos gastos, bien sean reales o estimados, y obtendremos esta cifra, sencilla pero fundamental para determinar el impacto de cualquier imprevisto.

En cuanto a la composición de nuestro patrimonio, es muy importante tener claro qué elementos forman parte de él, como si del balance de una empresa se tratase. Existen múltiples formas de realizar esta tarea, aunque, personalmente, hay dos que, siendo complementarias, creo que resultan muy útiles. Hoy nos centraremos en la más directa.

Consiste en clasificar nuestro patrimonio por tipología de productos. Es decir, desglosando nuestras cuentas corrientes, depósitos, acciones, fondos de inversión, planes de pensiones.... La valoración de estos activos debe realizarse de la manera más objetiva posible. Así, tomando una fecha como referencia, unas acciones o un fondo de inversión pueden valorarse con los precios o valores liquidativos de cierre a dicha fecha. Para ello, contamos con la ayuda de múltiples webs, como Cotizalia, Invertia o Morningstar (esta última especialmenteinteresante para conocer detalles sobre fondos de inversión y planes de pensiones). Por experiencia, los productos financieros más difíciles de valorar son los productos estructurados y los que podemos denominar como de previsión (Seguros de Ahorro, P.I.A.S., P.P.A...), dado que o bien son productos no cotizados o, dada su escasa liquidez, es prácticamente imposible establecer una cotización. En estos casos, la ayuda de nuestra entidad financiera o compañía de seguros resulta imprescindible, ya que sólo ellos podrán indicarnos cuál es el valor real actual de los productos que mantenemos. En este apartado, es importante, asimismo, reflejar aquellos derechos o bienes que, no siendo estrictamente financieros, nos permiten obtener dinero en caso de venta o reclamación (desde las participaciones de nuestra empresa a, por ejemplo, un préstamo que le hayamos hecho a un familiar).

Conviene incluir en este apartado todos aquellos bienes adquiridos para hacer uso de ellos y que pueden tener un valor significativo, como la primera y segunda vivienda o cualquier pieza de arte, ya que, ante cualquier eventualidad, pueden resultar útiles, incluso como forma de pago. Dado que, en estos casos, el valor del bien depende de lo que alguien esté dispuesto a pagar por ellos, el criterio que podemos considerar como más prudente es el de valor de mercado. En el caso de los inmuebles, quizás el bien de este tipo más popular, existen múltiples fuentes para poder determinarlo. Lógicamente, una tasación reciente sería el método ideal, aunque existen fuentes que proporcionan estos datos de manera gratuita, como las webs de algunas CC.AA. (Madrid, Castilla y León…), o páginas como TerceroB, que proporciona una valoración según la ficha catastral del inmueble. En último termino, siempre podremos aplicar el precio medio por metro cuadrado de la zona proporcionado por webs de compra-venta de inmuebles, como Idealista.

Asimismo, es importante determinar los pasivos que nos pueden exigir, esto es, aquel dinero que hemos obtenido prestado, tanto por entidades financieras como por amigos, familiares, etc., y que, en un momento dado, puede ser reclamado por estos. Obviamente,  tendremos en cuenta el saldo vivo exigible, aquellos importes que aun no hemos devuelto. En este apartado, como ya hemos hecho con el activo, conviene diferenciar el origen de estas deudas. Una alternativa es diferenciar aquellas deudas de origen hipotecario, donde se aporta un inmueble como garantía del préstamo, del resto de operaciones, donde estas están garantizadas por todos nuestros bienes o, en su defecto, algún activo, generalmente de carácter financiero, a través de la denominada “pignoración de activos”.

De este modo, y una vez descontado el valor de estos pasivos a nuestros activos, obtendremos el valor total del patrimonio neto. Es decir, el valor de aquellos bienes que hemos acumulado a lo largo de nuestra vida. En definitiva, nuestra maleta, que, a falta de hacer un prudente chequeo, ya está preparada y lista para afrontar este viaje...

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  1. en respuesta a Theressa
    -
    #2
    21/09/12 10:20

    Efectivamente, Theressa, las deudas hipotecarias están garantizadas no solo por el bien hipotecado, sino también por todos los bienes presentes y futuros.

    Sin embargo, creo que es conveniente diferenciar este tipo de préstamos de aquellos en los no se aporta un bien concreto como garantía. Pones como ejemplo una situación que, desgraciadamente, se está dando demasiado en nuestro país, y que es el resultado tanto de la burbuja inmobiliaria como de la financiera asociada a aquella. Pero, pese a que se da en muchos casos, no es la única situación. Muchas de las hipotecas concedidas, por ejemplo, a finales de los 90 o principios de 2000 para la compra de inmuebles, en caso de ejecutarse, podrían saldarse con la mera entrega del inmueble. Y, en todo caso, con una hipoteca se aportan como garantia bienes concretos, aunque posteriormente la entidad financiera pueda "ir" contra otros bienes.

    En cualquier modo, es importante conocer qué porcentaje de nuestros activos totales suponen las deudas que tenemos contraídas, aspecto que tengo pensado tratar más adelante en el blog.

    Recibe un cordial saludo.

  2. #1
    21/09/12 09:38

    Las deudas hipotecarias, según tengo entendido, también están garantizadas por todos nuestros bienes presentes y futuros. A mas de un embargado le gustaría que su deuda quedara saldada con la entrega del inmueble.

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