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Crisis históricas en Bolsa. El Viernes Negro de 1869 (y II)

Si no leíste la primera parte: Crisis históricas en Bolsa: El Viernes Negro de 1869 (I) 

 

Estados Unidos y la posguerra civil

La consigna de Gould y Fisk en materia financiera era clara: “at any cost, in any way”. El sector ferroviario era su canal, su modo de obtener fama y dinero, pero bien pudieron haber sido el sector bancario o la minería, por ejemplo. Obtener dinero a cualquier precio (expresión bastante paradójica, pero acertada) era lo único que les importaba.

Tras el enfrentamiento con “Comodoro” Vanderbilt por el control de la Erie en 1867, los “robber barons” seguían dirigiendo sus designios. Pero la dura pugna les había puesto en el ojo del huracán, y las autoridades estaban mucho más pendientes de sus movimientos con las emisiones de la ferroviaria. Al mismo tiempo que eran odiados y vigilados, también eran admirados y respetados en los círculos financieros, a lo que se unieron su experiencia profesional y su ansia por el dinero, para dar como resultado una de las principales crisis en la historia de la bolsa estadounidense.

Nos ponemos en antecedentes. la Guerra Civil entre el Norte y el Sur había dejado, en las arcas públicas, una gran cantidad de deuda. El Gobierno había emitido una gran cantidad de dinero, pero no en forma de dólares, ya que estos estaban referenciados al oro (patrón oro) en una proporción fija de 20,67$ por onza. Las nuevas emisiones se denominaban “Greenbacks”, y eran prácticamente dinero, con la particularidad de que no podían canjearse por oro, a pesar de que estaban respaldados por las reservas federales de dicho metal. Su liquidez, proliferación y restricciones de canje sacaron de los bolsillos de los ciudadanos las monedas de oro que hasta entonces habían sido el “lubricante” de la economía. Además, Lincoln había decidido que el oro cotizase en la New York Gold Exchange (NYGE) en Greenback Dollars (GB$). De ahí la relevancia de tales emisiones para el mundo financiero de la época, y para los propósitos de Gould y Fisk. La relación GB$ vs. $ también variaba, llegando a ser durante la Guerra Civil de 2.5GB$/USD, y aunque disminuyó la paridad, siguió cotizando con cierto descuento incluso después de acabada la contienda.

Una de las primeras medidas que tomó el recién elegido presidente Ulysses S. Grant, en marzo de 1869, fue revocar, con vistas a futuro, la no canjeabilidad de los greenbacks. En otras palabras, prometió “pagar las deudas en GB$ con oro o equivalente, tan pronto como fuese posible”, tranquilizando a los prestamistas del Gobierno y relajando las cotizaciones del oro, que descendió a 130 GB$ por onza. Ese mismo año comenzó a cumplir con su compromiso, y a través de las hábiles decisiones de su secretario del tesoro, George Boutwell, redujo la deuda gubernamental, hasta septiembre, en casi 50 millones.

 

Oro, ese bendito (y vil) metal. La manipulación del mercado a través de la información privilegiada

Los dirigentes nacionales eran capaces de manejar el mercado del oro a su antojo, puesto que éste rondaba la cifra total de 15 millones de dólares. La posibilidad de especular con este metal basándose en datos económicos y variables fundamentales era remota. Fisk y (especialmente) Gould habían seguido dándole vueltas a cómo hacerse ricos rápidamente, sin que la legalidad fuese un obstáculo y sin asumir demasiados riesgos. Entonces comprendieron que el uso de información privilegiada era la única manera de conseguirlo. Su plan inicial era obtener información interna para comprar oro cuando el Gobierno decidiese vender grandes cantidades, y venderlo cuando éste restringiese su puesta en el mercado.

El primer paso para conseguirlo fue comprar los favores del cuñado del presidente Grant, Abel Corbin, un hábil financiero. Inicialmente lo incluyeron en sus negocios de inversión, pero poco a poco fueron poniendo a prueba su confianza, hasta que se cercioraron de que podían usarlo como “gancho” para acceder y manipular a su antojo al Presidente (otros creen que ni Corbin ni su esposa, la hermana del presidente, supieron nada del plan de Gould y Fisk). El segundo paso fue “contratar”, mediante sobornos, al asistenten del secretario del Tesoro encargado de las ventas estatales de oro, Daniel Butterfield (declararía en un juicio que no fue soborno, sino un “préstamo sin intereses por parte del señor Gould”). Fueron aún más allá, tal era el descaro de los “barones”, y también tratarían de sobornar al secretario del Presidente, Horace Porter, e incluso a la mismísima primera dama, Julia, pero ambos se negaron a traicionarle.

A pesar del rechazo de quizá las dos personas más importantes del entorno del Presidente, Gould y Fisk se las ingeniaban para, a través de Corbin, coincidir con Grant en numerosos actos sociales, especialmente a principios del fatídico mes de septiembre. Los temas de conversación podían ser variados, pero al final siempre convergían en el mismo: el oro. Los especuladores trataban de convencerlo de que un oro caro favorecía al país, al tiempo que compraban pequeñas cantidades que hacían subir poco a poco el precio. La cercanía con el Presidente no les reportó demasiadas ventajas, puesto que éste era un hombre prudente y un gran estratega, e intuía las intenciones de los dos truhanes. Sin embargo, consiguieron cierta notoriedad en el mundillo financiero neoyorquino de la época.

 

Viernes Negro (24 de septiembre de 1869)

En los meses veraniegos de 1869, la calma reinaba en los mercados norteamericanos. Los intermediarios se mantenían a la espera de órdenes de sus clientes, pero no muy animados al intercambio, acuciados por el calor seco neoyorquino, sin el acceso al aire acondicionado y a las comodidades que nos ofrecen los mercados hoy día. Era un verano tranquilo, como cualquier otro.

Gould era mucho más astuto que Fisk, el cual se dejaba llevar por los mayores conocimientos financieros de su colega, puesto que estaba más centrado en su sonado affaire con la vedette Mrs. Mansfield y la lucha por sus “favores” con un ex-colaborador. Sólo así se entiende que pudiera llevarse a cabo la estrategia de Gould.

A mediados de septiembre de 1869, el oro rondaba los 130GB$. A través de chivatazos y algunas declaraciones a la prensa, Gould dejó caer que era el momento de operar con el oro al alza, por lo que para el día 23 de ese mes el oro había alcanzado los 140GB$. Entre otras tretas, Gould podría haber convencido a Fisk, y al resto de opinión general de los inversores, de que el Gobierno se podría ver obligado a comprar oro para garantizar el canje total de los Greenbacks. Ese día fue jueves. El viernes 24 de septiembre se conocería como “Viernes Negro” por los acontecimientos que se sucedieron en menos de 24 horas.

Los brokers de Gould y Fisk comenzaron a comprar ese viernes de forma agresiva, desde un precio de apertura de 145GB$. La intención aparente era adquirir todo el oro posible, la estrategia de “corner the market” que Vanderbilt había intentado con las acciones de la Erie unos años atrás. No sólo abrieron posiciones largas en contado, sino también en derivados. Tal era la agresividad de la estrategia, que llegaron a poseer virtualmente 5.5 millones de onzas de oro, el equivalente a toda la reserva nacional en aquel momento.

El Secretario del Tesoro Boutwell mantuvo una reunión urgente con destacados banqueros para discutir la situación, puesto que se había percatado de que los especuladores tramaban algo aquel día en relación con el oro. Concluyeron que lo más favorable era vender parte de las reservas para estabilizar el mercado, no sólo el de oro, sino también el de deuda estatal. Corbin se dio cuenta de que algo ocurría y trató de reunirse con Boutwell, pero éste rehusó hacerlo. Presa del pánico, Corbin alertó a Gould de la situación, al tiempo que escribía un telegrama al Presidente para recomendarle que cesase en sus funciones a Boutwell. Grant escuchó y leyó todos los argumentos, y decidió dar vía libre a la venta de oro. Y, furibundo, ordenó a Corbin no volver a hablar con sus dos socios estafadores. Sin embargo, éste se las arregló para avisar a Fisk del desaguisado que estaba a punto de producirse en sus planes.

A mitad del día, el oro había alcanzado los 162GB$ y seguía subiendo, con vistas a alcanzar los 200GB$. El ritmo era frenético. Otros brokers también habían comprado oro en cantidades abundantes, pero en cierto instante, uno de los brokers se decidió a cambiarse de bando, y vendió 250.000 onzas a Gould y Fisk. El momentum del oro cambió. A este cambio de estrategia del broker James Brown se sumaron otros muchos brokers, por lo que la cotización comenzó a caer con la misma velocidad con la que había subido durante toda la sesión. Casi al mismo tiempo, el Tesoro anunció que estaba canjeando oro por GB$, desatando el pánico en la NYGE y casi colapsando el sistema.

Las voces furibundas inundaban el parqué, intentado deshacer las posiciones largas que se habían tomado algunas horas, incluso algunos minutos antes. Todos los brokers gritaban como locos, todos menos el broker de Fisk, que seguía adquiriendo paquetes aunque a menor ritmo. Fisk seguía al pie de la letra las instrucciones de su socio, y pensaba que esta debacle formaba también parte del plan de Gould, y por tanto, podrían terminar el día con la posesión de una inmensa cantidad de oro y derechos sobre el mismo, que el Gobierno tendría que afrontar. De hecho, no hubo ninguna orden por parte de éste en contra de la adquisición de grandes cantidades del metal precioso. El resto de brokers, por supuesto, realizaron ganancias y cerraron tantas posiciones como pudieron. El oro se había desplomado en pocos minutos desde 162 hasta 133 GB$.

Al acabar la jornada, Fisk mantenía dudas razonables de si estaba arruinado o no, si había conseguido hacerse con el monopolio del oro o si no tendría garantías suficientes para afrontar todas las posiciones tomadas. La duda se despejó cuando se reunió con Gould: la ganancia neta de todas las operaciones, es decir, las posiciones largas de Fisk menos las ventas y las posiciones cortas de Gould, les reportaron 12 millones de GB$. Sí, 12 millones en un día. Lo que Fisk no supo ese día, pero sí al siguiente, fue que Gould contaba con información privilegiada sobre los movimientos del Gobierno, y que para no levantar sospechas, dejó que su socio se “suicidase” financieramente en el parqué, permitiendo que siguiera aumentando sus posiciones largas. De este modo, el oro no colapsaría, puesto que siempre estaría la contrapartida prestada por el broker de Fisk, haciendo creible el intento de monopolizar el mercado del oro. Así, mientras esto ocurría en el parqué, Gould recurrió a su propio broker para ir vendiendo secretamente todas las posiciones largas que ambos poseían, a una media global de 150GB$. Incluso se permitió ponerse corto a final del día.

La debacle tuvo consecuencias económicas instantáneas más allá de las derivadas del NYGE: las acciones cayeron cerca de un 20%, los precios de las materias primas (principalmente trigo) se redujeron al 50%, y numerosas firmas de inversión e intermediación quebraron en unas pocas horas. El país, en definitva, se estuvo tambaleando unos cuantos meses. Sin embargo, no tardó en descubrirse la maniobra de los dos estafadores, pero su ambición sin límites siguió dando vueltas de tuerca para evitar las demandas de los afectados aquel día. Bastó con refinanciar el apoyo de Boss Tweed (una vez más), y sobornar a un par de fiscales por algo más de 2 millones de GB$ para acabar con los más de 300 litigios que se habían abierto para procesarlos por estafa. Los sobornos no fueron tan necesarios como pueda parecer, puesto que en aquel momento no existía ninguna ley que regulase ni castigase la manipulación de los mercados.

Como si de una maldición se tratase, nuestros dos protagonistas no fueron demasiado afortunados en los años que les quedaban de vida. Fisk, que había mantenido una tortuosa relación con la vedette Josie Mansfield, se vio traicionado por ella y extorsionado por su amante, el ex-asociado de Fisk, Edward Stokes. Éste le amenazaba con denunciar a las autoridades sus abusos de poder y de información, pero Fisk se mantuvo impasible. Stokes, desahuciado y desesperado (puesto que había abandonado a su familia por su amante, y había dilapidado toda su fortuna), acudió al piso de Fisk el 6 de enero de 1872 y lo asesinó de un disparo.

La suerte de Gould fue algo mejor, si bien siempre estaba rodeado por el escándalo. Su fama de manipulador del mercado hizo que, en los años posteriores, cualquier movimiento extraño de las cotizaciones o jornadas de excesiva volatilidad, se atribuyesen a algua estrategia del especulador más famoso de la época. Desde el viernes negro hasta la muerte de Fisk, ambos socios siguieron al frente de la Erie. Desde entonces y hasta su fallecimiento por tuberculosis en 1892, Gould se vio envuelto en diversos negocios ferroviarios turbios, que incluso le llevaron a cometer el secuestro de un socio al cual quería estafar (hecho que estuvo a punto de desncadenar un incidente diplomático entre Canadá y Estados Unidos, con fuerzas militares de por medio).

Es la historia de dos estafadores con traje de financieros, sombrero de copa y educación exquisita. Dos manipuladores con la única ambición de obtener dinero, y con la máxima maquiavélica por bandera. Una época en la que el control de los mercados era casi inexistente, un capitalismo financiero salvaje y en estado puro, que daba lugar a desmanes como el relatado más a menudo de lo que solemos pensar. En la actualidad, existe un control mucho más férreo sobre los mercados, y las manos fuertes no son capaces de manipular las cotizaciones a su antojo y en su provecho...

¿O sí?


Algunos libros sobre el Viernes Negro de 1869:

Ackerman, Kenneth D. (1988). The Gold Ring: Jim Fisk, Gould, and Black Friday, 1869. New York: Dodd, Mead & Co.

Gordon, John Steele (1990). The Scarlet Woman of Wall Street: Jay Gould, Jim Fisk, Cornelius Vanderbilt, the Erie Railway Wars, and the Birth of Wall Street. Grove Pr

Renehan, Edward J. (2005). The Dark Genius Of Wall Street: The Misunderstood Life of Jay Gould, King of the Robber Barons. New York: BasicBooks.

Swanberg, W. A. (1959). Jim Fisk: The Career of an Improbable Rascal. New York: Scribner

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  1. #2
    28/09/11 11:13

    Gould y Fisk “dos manipuladores con la única ambición de obtener dinero, y con la máxima maquiavélica por bandera”, estafadores, con trajes de financieros y sombrero de copa provocan El Viernes Negro de 1869? “Una época en la que el control de los mercados era casi inexistente, un capitalismo financiero salvaje y en estado puro, que daba lugar a desmanes como el relatado más a menudo de lo que solemos pensar.”Es usted un redactor de Público?
    Y la clase política y los familiares de la clase política que se deja sobornar, que dan información privilegiada para que los malvados hagan su agosto, esos no tiene nada que ver en el Viernes negro verdad?
    Me temo que lo del capitalismos salvaje es muy viejo y poco original, no le parece?. No tiene nada mejor que aportar para las conclusiones de su relato?

  2. Top 100
    #3
    28/09/11 23:02

    Muy interesante esta era una historia que desconocia por completo.
    Muchas gracias.
    Si lo cambiamos por autovias, aeropuertos, urbanizaciones a gogo, Ave ,etc resulta tan actual que da hasta miedo

  3. #4
    Margrave
    29/09/11 03:55

    Excelente y riguroso trabajo Sibarsky. Me lo guardo con tu permiso, y te doy las gracias más efusivas, por el excelente rato que he pasado leyéndolo. Acababa de leer el relato de la guerra comercial de los estados sudistas (en la Guerra Civil americana), que trataron de forzar la entrada en la guerra a su favor de Inglaterra, cortándole a la industria textil victoriana el suministro de algodón, desde los puertos del sur (Nueva Orleans) y la financiación de la guerra por bonos del algodón, en relato del historiador económico Niall Ferguson, y tuve la suerte de encontrar tu hilo, para conocer la época posterior, de tu excelente pluma. Una apreciación personal: en la foto de joven de Gould, que acompañas a la primera parte, no se parece a Laurel o Hardy. Esa mirada profunda, inteligente, torva, analítica…. Es una señal de peligro de la naturaleza, como un ave de presa. Me recuerda a la descripción del profesor Moriarty, el Napoleón del crimen, que hace Sir Arthur Conan Doyle en las “Aventuras de Sherlock Holmes”. Tuvo que ser un tipo de cuidado. Saludos cordiales.

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