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              Cuenta Paul Ormerod, un economista interesado en los comportamientos sociales, que en el Mundial de 1990 de Italia, los hinchas británicos, dada su reputación, eran -con razón- temidos  en la sede de Cagliari, que era donde Inglaterra jugaba. Una noche  en que se había reunido un gran número de ellos en el centro de la ciudad, la policía se preparó para lo lo peor...pero pasaba el tiempo y nada pasaba. Los intentos de algunos hooligans de incitar a los demás a “pasar a la  acción” no tenían éxito. La masa de forofos permanecía tranquila, bebiendo y cantando “pacíficamente”, es decir, jugando a provocar a la policía pero sin pasar a mayores. Sucedió, sin embargo, que en un momento dado, y en repuesta al lanzamiento de un objeto contra la policía por parte de un joven, un capitán de los antidisturbios decidió disparar un tiro al con el objetivo de  amedrentarle, disuadirle de que siguiera en su actitud agresiva y evitar así que ésta se extendiera al resto de los hinchas. Pero lo que ocurrió es que, de modo instantáneo e inesperado, se desató también la violencia por parte de la masa de hinchas, que se lanzaron a la habitual orgía de destrucción de todo lo destruible que encontraran a mano. Ormerod usa de este ejemplo para señalar cómo en los grupos,  la respuesta colectiva a un “incentivo” claramente negativo en este caso concreto como lo es un disparo al aire,  puede no ser la prevista por los economistas convencionales que predecirían como consecuencia de ese incentivo negativo la disuasión del comportamiento no deseado, expectativa de comportamiento que se apoya en dos supuestos centrales de la economía más convencional u ortodoxa: (1) que los individuos responden a los incentivos de una manera “racional” y previsible, y (2) que el comportamiento colectivo de un grupo social es la simple agregación de los comportamientos individuales.           

               Me ha venido repetidamente esta historia  a la cabeza cuando tras el masivo seguimiento que la llamada “vía catalana” consiguió la pasada Diada, se la ha respondido desde multitud de frentes acudiendo a los costes que la independencia supondría para los catalanes. Por supuesto que sólo desde la derecha senil se equiparaba a las pacíficas familias catalanas que habían salido de fiesta para celebrar su identidad colectiva con hooligans futbolísticos y se reclamaba frente a ellas una intervención militar. Pero han menudeado y menudean desde entonces las nada veladas amenazas de que si “los catalanes” se atreven a seguir para adelante en su deriva soberanista o independentista, no sólo se encontrarán fuera de la Unión Europea, sino que, dado el poder de veto que España tiene en esa cuestión, lo tendrían "crudo" para volver a entrar. Buena forma de hacer amigos, podría pensarse, ¿no?              

               La pregunta que me he hecho y me sigo haciendo es la de si no pudiera ocurrir que la respuesta de “los catalanes” ante esas amenazas no acabara siendo la contraria a la que esperan quienes las profesan, y tan inesperada como lo fue para la policía la respuesta de los hinchas británicos a un incentivo tan negativo como lo es un tiro al aire. Es una pregunta compleja y difícil de responder con cierta seguridad pues se refiere a la dinámica del comportamiento de los grupos sociales, asunto éste para el que las sedicentes ciencias sociales aún están en mantillas, por así decir, a la espera de que las intuiciones de tantos y tantos pensadores de “lo social” den paso, caso de que sea posible, a una auténtica ciencia explicativa y predictiva como lo era la “Psicohistoria” que imaginara Isaac Asimov en su opus magna del género de  la ciencia ficción, la trilogía de la Fundación.

                 Lejos, muy lejos, queda entonces todavía hoy la posibilidad de responder con precisión a preguntas como la que me hacía. Pero algo sin embargo, puede decirse usando de la moderna teoría de redes que aspira a modelizar los grupos sociales y sus comportamientos a partir de la estructura y tipo de interacción o red que los articula así como se difunden por ella la información y comportamientos. Responder a la de la respuesta de los “catalanes” como grupo ante  la amenaza de “castigos” por parte del Gobierno de España en caso de porfiar en su camino a la independencia  y cruzar ese límite,  depende pues del tipo de red que articula a la sociedad catalana.

              No ha sido infrecuente, a este respecto, asimilar la masiva movilización catalana a favor explícitamente del “derecho a decidir” e implícitamente de la independencia de España a la llamada primavera árabe. Cierto que ha habido en la “primavera catalana”  en cierto grado y desde que comenzó en la Diada del año pasado unas características compsartidas con la “primavera árabe” como son el  surgimiento más o menos repentino y sorpresivo y el desbordamiento de los cauces establecidos. Pero, fuera de esas similitudes externas,  las diferencias son abismales. De salida, y como se ha repetido hasta la saciedad, las revueltas árabes se han producido en regímenes autocráticos. Nada que ver con la movilización catalana que no sólo se produce en un régimen democrático sino que está siendo apoyada y estimulada desde el poder de la Generalitat.

                Pero, además de esa circunstancia diferenciadora en absoluto baladí,  también hay otra característica de tipo formal o  técnico que separa la revuelta catalana de las revueltas árabes. Y es que en tanto que estas últimas  se han podido entender como lo que se conoce como una “cascada informativa de falsificación de preferencias”, no sucede lo mismo con la “revuelta” catalana que arrancó el año pasado.       

               Se da una situación de “falsificación de preferencias” cuando una buena parte de los miembros de un grupo comparten una actitud de oposición a una situación social que los afecta a todos, pero que, sin embargo, no lo manifiestan individualmente por miedo a señalarse o a sufrir algún tipo de persecución pública. Es decir, la gente colectivamente no revela lo que realmente desea individualmente. En consecuencia, dado que la oposición a la situación existente no es visible, se diría que no existe tal oposición. La estabilidad social es evidente y puede parecer garantizada pues se mire donde se mire no se atisban movimientos lo suficientemente potentes para alterar el rumbo de las cosas. Pero eso es un error, pues se trata, por el contrario, de una situación muy inestable ya que pueden producirse cambios sociales repentinos de gran intensidad causados por hechos en apariencia insignificantes. Para ello basta con que  la intensidad de la oposición a la situación y/o el miedo a ser señalados varíe entre los individuos,               

               Para tener una idea de cómo puede suceder que dónde no había oposición aparezca repentinamente  imaginemos una situación en que hay una persona que estaría dispuesta a hacer visible su oposición al statu quo si sabe que no va a estar sola, o sea, si hay al menos otra que también lo hace.  Y, sigamos imaginando,  que hay otra que exteriorizaría su oposición si hubiera al menos dos que se atrevieran a dar un paso adelante. Y, más,  que hay otra que a su vez lo haría si hubiera otras tres que manifiestaran su disconformidad, y así sucesivamente. En este escenario, basta con que por las razones que sean hubiera un individuo cualquiera que expresara públicamente su insatisfacción con la situación para desencadenar de modo repentino e inesperado una cascada de posicionamientos que llevarían a que la mayoría del grupo se manifiestara públicamente en contra del odiado statu quo. Esta toma de posición sucesiva y rápida por parte de los componentes de un grupo es una cascada informativa, en el sentido de que cada individuo que da un paso adelante informa mediante su comportamiento a los demás de la existencia e intensidad de la oposición a  la situación. No sólo revueltas políticas como las primaveras árabes se han explicado como cascadas informativas, también cambios sociales, como por ejemplo la visibilización del colectivo gay, pueden entenderse en términos similares. En este tipo de cascadas, la represión, los incentivos negativos aplicados con contundencia y continuidad pueden “funcionar”, restableciendo la “tranquilidad” social, es decir, la “falsificación de preferencias”.              

               Pero la vía catalana no se puede entender como fruto de este tipo de cascada informativa. En una sociedad democrática como la española, nada semejante a una represión social, política y policial del sentir independentista existe al menos en la propia Cataluña. Incluso cabe presumir que todo lo contrario. El tipo de cascada informativa que está debajo del movimiento catalán no es entonces del tipo “falsificación de preferencias”. Es de otro tipo: es una “cascada informativa de  polarización identitaria”.              

               El punto de partida es, sin embargo, similar: distintos individuos de un grupo que sienten y manifiestan su identidad en grado diverso a lo largo de un espectro que va desde aquellos cuya identidad (la catalana, en este caso) es relativamente débil pues está más o menos compartida con otra u otras (p.ej., la española, la andaluza, la mediterránea, la europea,...) hasta aquellos cuya identidad es fuerte, única  y excluyente. Durante un periodo más o menos largo, la situación desde el exterior puede parecer estable, medida por ejemplo por la constancia en la distribución de las sensibilidades identitarias en el grupo, tal y como se reflejan por ejemplo en las encuestas sociológicas, pero ésta también es una situación inestable si como ocurre en todas las redes sociales ya sean formales o informales (como es el caso de la red que forman los “catalanes”) los individuos se influyen unos en otros de modo que la intensidad de la identidad de un individuo se ve afectada por la intensidad de la identidad de aquellos que le rodean. Si así ocurre,   cualquier hecho (p.ej., una disputa fiscal) que lleve a que algunos individuos intensifiquen o radicalicen su identidad puede llevar a que la cuestión identitaria (la cuestión del lado o de con quién se está) se convierta para otros individuos en un asunto central, desencadenando así  una cascada de polarización de identidad  que lleva a los individuos inicialmente más tibios identitariamente hablando a decantarse por posiciones más radicales conforme lo hacen quienes les rodean para no quedarse aislados. Volvamos al caso de los hinchas ingleses. Antes de que comenzaran los disturbios, sólo unos pocos vivían su “identidad” de hinchas radicalmente, como hooligans. Pero debido a un cambio exógeno (el disparo al aire) se produjo un fenómeno de polarización de identidad en cascada, que llevó a que la mayoría de los hinchas adoptasen una definición de su identidad en términos radicalizados, centrada en el enfrentamiento violento con la policía.              

               Ante este tipo de cascadas de polarización identitaria, los incentivos negativos, como muestra el caso del disparo de la policía en Cagliari, “funcionan” muy mal, pues refuerzan precisamente la definición de la identidad como oposición o enfrentamiento. Agudizan así la polarización social. Frente al uso de incentivos negativos, si se quiere evitar esa polarización, parece más eficaz en principio una política disuasoria centrada en la espera y la contención, confiando en que, dado que la expresión de la identidad es en principio costosa en términos de esfuerzo personal, desgaste emocional, tiempo y dinero, se vaya produciendo poco a poco un abandono paulatino del radicalismo identitario tras una situación de clímax. No obstante, no hay que confiar demasiado en la efectividad de esta política de contención ya que se basa en la suposición, típica de la economía convencional, de que la expresión de la identidad es una actividad costosa. Este punto de vista es puesto en duda por la moderna Economía de la Identidad desarrollada a partir de los trabajos del Premio Nobel George Akerlof, para quien la asunción de una identidad y su expresión y defensa por los individuos no es un coste sino un factor que aumenta su bienestar. 

               Esto es lo que parece haber sucedido en el caso de la “revuelta” catalana. Los intentos del Gobierno central de minusvalorar la Diada, bajar el tono del enfrentamiento y dejar que el paso del tiempo  apaciguase los ánimos parecen estar condenados al fracaso. La intensidad de la identidad exclusivamente catalana  entre los “catalanes” no parece que haya disminuido un ápice a pesar del paso del tiempo y de las repetidas admoniciones acerca de la catástrofe que recaerá sobre ellos si siguen adelante en la persecución de su derecho a decidir y a independizarse de España. Esa seguridad colectiva que tienen los “catalanes” en lo que quieren sin duda que va a representar un serio problema en el futuro inmediato para el sistema institucional del Estado que no admite ninguna vía legal que abra el resquicio para la independencia de una parte del territorio nacional. El conflicto institucional, epifenómeno de un  conflicto identitario dentro del colectivo de los ciudadanos del Estado parece garantizado.              

               Para evitarlo, una respuesta más imaginativa (e imaginaria) sería optar, dado que en una situación de polarización identitaria las identidades ya no se definen sino por oposición entre unas y otras (la “catalana” frente a la “española”), por  acabar con ésta de la manera más sencilla: abandonando el campo de lucha. Dos no pelean si uno no quiere. Dicho con otras palabras, la mejor respuesta al independentismo catalán, es que los no catalanes exijamos también nuestra independencia respecto de España. En tiempos testosterónicos como los presentes la huida tiene mala prensa, pero ya demostró Henri Laborit en su Elogio de la fuga que abandonar, escapar de un conflicto del que uno ni es ni quiere ser parte es la única salida para conservar la salud y otear la felicidad.              

               Creo que habría que reconocer de una vez por todas que España como invento político-jurídico ha sido y es un desastre. Como vehículo de convivencia para transitar por la Historia ha sido y es muy poco seguro. Por seguir con la metáfora, el constructo histórico llamado España no podría pasar la  ITV  de la historia, pues sin la menor duda ha sido claramente perjudicial para la salud de los españoles. ¿Habrá alguna familia en este país que no haya pagado un tributo de sangre para su mantenimiento o reparación? ¿No sería entonces lo más sensato abandonar semejante trasto en el desguace de la Historia para evitar que la malaventuranza  machadiana, que pronosticaba para cada españolito que viniera a este mundo que alguna de las Españas le iba a helar el corazón, siga siendo el ineluctable destino de los españolitos que sigan viniendo por aquí?              

               En su sustitución quizás podría intentarse lo que algunos de nuestros más iluminados predecesores soñaron. Crear en el suelo ibérico una comunidad política nueva en la que catalanes, vascos, gallegos, castellanos, andaluces, isleños... y (ojalá) hasta portugueses pudieran si quisiesen reconocerse como ciudadanos de un solar patrio común. Sería un sueño digno de ser realizado. Enfrentados a él sé muy bien quienes están. Están los que su amor por España llega al extremo de estar dispuestos a acabar con los españoles que no comparten ese amor y están aquellos que no pueden dejar que su amor por alguna de las partes de España (ya sea Cataluña, Euskadi o Galicia)  pueda ser compartido por otros. Entre unos y otros parece que son mayoría. ¡Aviados estamos!

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  1. #1
    19/11/13 13:38

    El único desastre es la posición socialista, ahora soy federalista, ahora me conviene ser independentista, en Figueras soy una cosa, en Tarragona, otra.
    España tiene muchos errores, quizás el mayor de todos dar pábulo a irresponsables que día si y noche también intentan destruirla desde dentro, cobrando de los que Si producimos y Si queremos a España, con ejemplo, trabajo y pundonor. Y soy catalán, por lo tanto español.U/S.

  2. en respuesta a Rsoros
    -
    #3
    20/11/13 02:36

    Es cierto que el PSOE lleva perdido bastante tiempo y eso no ayuda mucho a la estabilidad. El hecho que el PSC hiciese una propuesta hace unos meses de tipo federalista y el PSOE estuviese en contra, para actualmente que el PSOE defienda una posición federalista no dice mucho de la fiabilidad y credibilidad del PSOE.
    Pero tambien ha sido muy dañina la postura del PP cuyos lideres cuando venían a Cataluña tenían una postura dialogante y lastimera, representada de manera evidente por aquella frase de Aznar -cuando decía que hablaba catalán en la intimidad- sin embargo en muchas ocasiones fuera de Cataluña alentaban un discurso de confrontación hacia lo catalan, -por la simple razón de que sabían que eso les proporcionaba votos-.

    En fin estoy de acuerdo en la afirmación de que España es un invento político-juridico desastroso, es más yo me atrevo a decir que España no es una democracía y que con el actual gobierno del PP cada vez lo es y será menos -observese la nueva Ley de Seguridad Ciudadana-, pero la principal causa de mi afirmación es que en España no existe la justicia, al menos la justicia que se le debe exigir a un estado democratico, rápida, independiente e igual para todos los ciudadanos.

    Es cierto yo y otros muchos catalanes no queremos pertenecer a este estado, deseamos algo mejor, y yo al menos he llegado a la conclusión de que el resto de ciudadanos Españoles han perdido la capacidad de autocritica y prefieren gritar el conocido "Yo soy español...", antes que pararse a pensar si las causas de que los catalanes no queramos pertenecer a este estado, también podrían hacerlas suyas.

    Saludos

  3. #4
    20/11/13 08:55

    Simplificando mucho yo diría, y puedo equivocarme, que la "revuelta" catalana tiene su origen en la siguientes causas:

    1. Un problema de modelos y de planos de igualdad. El modelo autonómico se diseña para que Cataluña esté en un plano de igualdad con el resto de autonomías, y estar en igualdad con Murcia, Castilla-La Mancha o Extremadura, por ejemplo, no es algo que agrade a los políticos catalanes. Su modelo es otro, el de estar en plano de igualdad con España. Hasta que nos pongamos de acuerdo en esto habrá, cuando menos, situaciones incómodas.

    2. En Cataluña ha arraigado la idea de que España es un "mal negocio" y que su situación económica sería mejor si Cataluña fuera un estado independiente integrado en la Unión Europea.

    Y a esto podemos añadir todo lo que ustedes quieran.

    Saludos.

  4. en respuesta a Mgmonllor
    -
    #5
    20/11/13 13:40

    El problema de fondo es que en Madrid, España no puede hacer una gran manifestación, de 1 millón o más, con el lema:
    Catalanes os queremos y os respetamos.
    Con una pancarta en catalán a lado de la escrita en español.
    Para que los catalanes vean que no se tiena nada contra el catalán.
    Eso es utópico, y ese es el problema.
    Saludos.

  5. #6
    20/11/13 19:07

    Un tema éste que va y viene al debate desde la Renaixença y los jipíos de Valentí Almirall...hoy más que nunca hemos de estar alerta con los masoneritos anonimouses que acaban de descubrir el arte de fundar estados...aconsejo vivamente para disponer de comprensiones, el libro de Gustave Le Bon "Psicología de las masas", inencontrable hoy...el problema catalán siempre se ha podido cuantificar : un 33% de irredentos y soñadores ansiosos de ser señores del resto de la plebe catalana...entender España como un "invento fracasado", más que una razón argumentada es un salivazo despreciativo de todo masonerito que se quiera distinguir...Sí, España, mi Madre, que me ha hecho como soy, es una mala mujer, loca e inculta, que cada equis tiempo siente la pulsión de entregarse a ladrones y asesinos para que hagan con ella -y sus hijos- lo que esa gentuza quiera...qué grande y respetada sería España si sus hijos supiéramos entenderla e intentáramos que se pasara por el psiquiatra...y ya me callo, porque no tengo más tiempo y mis ideas están muy claras...y es difícil ya que me estafen señoritos o pelanas...Shaaludooosss...

  6. en respuesta a Mafijus
    -
    #7
    20/11/13 23:10

    Seguro que si nuestros políticos trabajasen en esa dirección sería, a largo plazo, posible. Tal vez lo utópico es pensar que lo quieran hacer.

    Saludos.