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Una moneda se deprecia cuando se comercia libremente y se devalúa cuando es el Estado el que impone la reducción del tipo de cambio.

Las depreciaciones son mecanismos automáticos de ajuste. Si la macro de un país es débil, los flujos de capitales salientes deprecian la moneda. El menor valor, permite que las exportaciones se abaraten, pudiendo permitir que se incrementen en volumen. Si bien no es una única solución, cuando va unida a otros ajustes (como reducción de los tipos de interés, política fiscal, aumento de la productividad, etc), la depreciación de la moneda y el incremento de las exportaciones que suele conllevar ayuda al cambio de ciclo. 

 

 

 

Sin embargo, las consecuencias de este ajuste son engañosas y se puede caer fácilmente en reducciones como pensar que la solución a una crisis pasa por una devaluación. Y por algún motivo poco comprensible, determinados sectores están convencidos de que una devaluación en una hipotética moneda española, de haberla tenido en vez del Euro, hubiera permitido una salida más rápida de la crisis.

En primer lugar, una devaluación genera un incentivo perverso, porque es más sencillo devaluar que ser más competitivo.

Se tiende a pensar, erróneamente, que el país que produce más barato en términos absolutos es el que más exporta y esto no es cierto, por mucho que sea muy rollo Adam Smith. Pero como nos enseña Ricardo (en un modelo antiguo y simplista, pero perfecto para los motivos de este post que no son tanto de sentar cátedra como de poner sentido común) los países tienen ventajas absolutas y relativas.

Un país tiene una "ventaja absoluta" si puede producir un bien con menos recursos que otro país. La "ventaja" será relativa (o comparativa) si el coste de oportunidad de producir el bien en términos de otros bienes que podría producir, es menor que el de otro país. Siempre que un país tenga una ventaja comparativa podrá beneficiarse del comercio internacional. 

Pensémoslo de una forma sencilla, como ya hizo Ricardo en 1817: Imagina dos países imaginarios con estrafalarios nombres como Inglaterra y Portugal. El coste medido en horas de trabajo de producir una unidad de vino (wine) y ropa (cloth) es el de la tabla de abajo en cada país:

Portugal tiene ventaja absoluta en la producción de ambos bienes y una ventaja comparativa en la producción de vino. En Portugal, el coste de oportunidad de producir una unidad de vino es de 0,88 (80/90) unidades de ropa, frente al coste de 1,20 de Inglaterra (120/100). Como Portugal tiene ventaja comparativa en la producción de vino, Inglaterra lo tiene en la producción de ropa. Así, el coste de oportunidad de producir una unidad de ropa en Inglaterra es de 0,83 (100/120) unidades de vino, frente a las 1,125 unidades (90/80) de vino que le cuesta a Portugal.

En conclusión, salvo que haya límites al comercio (como aranceles, etc), ambos países saldrían ganando de especializarse en la producción de aquellos productos en los que tiene una ventaja comparativa, puesto que podrían especializarse en aquellos productos en los que son más eficientes, permitiendo una producción total mayor de ambos bienes. Resumido en términos técnicos: se incrementa la frontera de posibilidades de producción total.

Es decir, que es cierto que China tiene ventajas comparativas en muchos bienes y ha incrementado sus exportaciones sacando del mercado a competidores españoles, por ejemplo en el textil. Pero también es cierto que el crecimiento de su economía ha permitido un aumento de sus importaciones. Cuanto más producen, más aumentan su poder adquisitivo, incrementando su demanda de otros productos y permitiendo que España venda más vino o más jamón a China.

Por otro lado hay que tener en cuenta la otra cara de la moneda: las exportaciones aumentan porque nuestra moneda se abarata frente a la extranjera, pero las importaciones también caen porque los productos extranjeros se encarecen. Esto podría verse desde un punto de vista positivo, puesto que al estar los productos extranjeros más caros se incerntivaría a consumir el nacional. Pero eso es de nuevo una reducción simplista de una realidad compleja. Para empezar, muchos productos pueden no producirse en el propio país o producirse mal. Por otro lado, un importador neto de materias primas verían encarecer, por obligación su producción. Además del incentivo negativo de nuevo de no volverse competitivo.

Por supuesto, los que hablan de devaluar suelen estar en contra de descensos en los salarios, especialmente de los que menos cobran, o de las pensiones. ¡Pero no dudan en reducirlos de golpe!

Todo ello sin tener en cuenta que los que suelen defender las devaluaciones son los mismos que hablan de solidaridad internacional, etc, cuando en realidad lo que se consigue es que países con industrias competitivas puedan perder mercados, o tener que despedir, generando pobreza a cambio de nada. Aunque por supuesto, los demás países perjudicados no se quedarán quietos y quizá también devalúen sus divisas, invalidando el efecto de devaluar la local.

En fin, como hemos visto si un país tiene un déficit comercial, una devaluación debería abaratar las exportaciones y encarecer las importaciones, teniendo como consecuencia un aumento de las exportaciones y una reducción de las importaciones, eliminando el déficit comercial. Sin embargo una devaluación podría no tener ninguna repercusión económica porque lo importante para reducir un déficit comercial no es el volumen de importaciones y exportaciones, sino el gasto total. El análisis de la elasticidad de la demanda de los bienes exportados y de los importados es, por lo tanto, esencial. 

En este sentido, para que una devaluación de una moneda puede reducir un déficit comercial, debe cumplirse la denominada condición Marshall-Lerner:

Wx X + W m (m-1) > 0

Siendo Wx la propoción del comercio total que se exporta, Wm la proporción que se importa, X la elasticidad precio de la demanda de las exportaciones y m la elasticidad precio de las importaciones.

Por lo tanto, una devaluación reduciría más el déficit comercial cuanto más elásticas sean las importaciones o las exportaciones al precio. Es decir, que conocer la composición de las exportaciones y las importaciones es fundamental a la hora de poder averiguar si una devaluación reducirá o no el déficit comercial. 

Sabemos por ejemplo, que la elasticidad es superior cuando hay buenos sustitutos o cuando los bienes representan una parte importante en porcentaje de la renta disponible. Sin embargo, los bienes de primera necesidad, que no tengan sustitutos o que representen un pequeño porcentaje de la renta disponible, suelen ser inelásticos.

En fin, que una devaluación no es una panacea. Algo de depreciación puede ayudar, por supuesto. Pero también una arruga devalúa el precio de un cómic. Una economía sólo se arregla cuando ajusta sus excesos. Todo lo demás son parches, malos cosidos y tiritas. Cuya consecuencia colateral suele ser perpetuar a algún político nefasto.

 

Tomás García-Purriños

@tomasgarcia_p

Las opiniones, consejos, ideas, etc que leas en este blog, son sólo opiniones. En concreto las opiniones personales de Javier y de Tomás, no las de ninguna entidad.

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